Delatora, de Joyce Carol Oates

A partir de

Delatora, de Joyce Carol Oates

Una familia, un barrio, una sociedad. Los Kerrigan, en su barrio de clase obrera en South Niagara.

En nombre del amor, de la unidad y la lealtad familiar, los prejuicios. Y con los prejuicios, los bandos.  “Una familia tenía que proteger a los suyos … Uno nunca aireaba los trapos sucios fuera de casa; eso era imperdonable … Te ponías de parte de tu hermano contra tu primo, y de parte de uno y otro contra el de afuera”.  Ese era el mandato, esa la ley no escrita.

Jerome, a quien sus hijos y su mujer adoraban y temían, dividía el mundo en varones y hembras. Lula, la madre, con ya 7 hijos, fue engordando, llenándose de várices, de sumisión a su marido, Jerome, que le culpaba por la deformidad de su cuerpo. Lo mismo que sus vecinas, que cuestionaban que mostrara su cuerpo. “Eso es lo que se echaba en cara a mujeres y jovencitas que se exhibían: su cuerpo. Sobre todo si ese cuerpo era a todas luces imperfecto, si estaban demasiado gordas. Presentándose en público cuando deberían avergonzarse de su aspecto o, por lo menos, ser concientes de su deformidad. Nunca se acusaba de manera parecida a hombres o muchachos”.

Los niños y las niñas del barrio, en sus colegios, dividían el mundo entre normales y “subnormales”. Liza tenía “necesidades especiales”, era “subnormal”, con leve retraso mental, cojeaba, era gorda, la evitaban, hasta que es llevada por unos chicos a un terreno donde la violan y golpean. Estaban entre ellos Jerome hijo y Lionel Kerrigan, no identificaron a nadie más, “no eran chivatos, delatores”. El Tribunal de Familia los absuelve ya que “dado lo limitado de su entendimiento” no podía asegurarse lo que contaba Liza, y “los chicos son como son”.

En el barrio dividían el mundo entre ellos y “la gente adinerada”. Cuando Geraldine Pine hija de un médico del barrio alto quiso hacerse amiga de Violet- Rue, la más pequeña de los Kerrigan, la madre, que había sido mucama de esas familias, se lo impidió.

Jerome, que fue combatiente de Vietnam, con soldados negros, pero cuando un conflicto surge entre negros y blancos… Y cuando en ese conflicto están sus hijos, el mundo se divide en los dos bandos de negros y blancos. Fue cuando atacaron a Hadrian Johnson, el joven afroamericano de diecisiete años.

Pero el mundo no siempre se divide en dos bandos de manera simple. Violet- Rue, supo lo que hicieron sus hermanos. La angustia la absorbió. “Los padres no tienen ni idea. Ni se lo imaginan. La vida (secreta) de niños y adolescentes. Piensan que, como somos tranquilos, o dóciles (en apariencia), como sonreímos cuando se nos da pie y parecemos felices, como no causamos problemas, nuestra vida interior es plácida, y no agitada, con oleaje, e igual de aterradora que el río Niágara mientras gana velocidad, camino de las cataratas”. Hasta que allí llegan tumultuosamente, sin darse cuenta y se desbordan y Violet- Rue cuenta todo, y sus hermanos son con su testimonio encarcelados.

Sí, hubo dos bandos. La población negra de South Niágara atacó y amenazó a la población blanca, responsable del crimen. Los blancos decían que los acusaron a los jóvenes Kerrigan por ser blancos. Pero. Pero el testimonio de una niña, blanca, para colmo hermana de los responsables, fue el que los llevó a la cárcel, una delatora, y su familia la apartó de sus vidas.

Sin embargo. Esto no es todo. El mundo se divide en dos bandos. De modos a veces inesperados, una nuestra que no puede estar acá, en nuestro bando.

Y puede ser peor. En ese mundo de bandos basados en prejuicios, todo se invierte. Los culpables son víctimas. “Muchísimas veces se había repetido: es sólo porque son blancos, chicos blancos. Cualquiera pensaría que Hadrian Johnson los había agredido a ellos”. Cuando la adolescente Violet- Rue fue drogada y abusada por su profesor, su tío Oscar la miraba con deseo y la llamaba “cochina”, y la propia Violet- Rue piensa “que tiene que ser culpa suya. Eres tú, no Oscar Allyn”. Cuando Jerr se unió a la Hermandad Aria en la cárcel y se metió en grescas y terminó muerto, los padres culparon a Violet- Rue de su muerte; por ella había ido a la cárcel, y no por su ataque a Hadrian Johnson.

Y entonces, el afuera, que es el destierro, el exilio, el abandono.

Y algo aún peor. Estar afuera, expulsada, y mantenerse encadenada, querer volver, esperar el perdón, el llamado; todo girando, con temor y con ansiedad, en torno a ese amor temible y sancionador.

Hay otra posibilidad. Su antiguo compañero de escuela, Tyrell Jones, negro también, denostado en la escuela, menospreciado por profesores abusadores, es ahora profesor de la Universidad. “Si es venganza -un desquite astuto, hábil- lo que Tyrell Jones necesita, el conocimiento es el arma perfecta. Ni las emociones, ni los caprichos del deseo, ni el júbilo extático de la violencia, sino más bien el conocimiento, el saber y el poder del saber”. Aunque es un mundo frío ese, ella no sabe qué siente él por ella, ni siquiera que siente ella por él.

Esa ley no escrita, esos bandos, esa inversión de la culpa, y con ello, el mundo hostil del afuera encadenado o el mundo frío de la ausencia de emociones y deseos.

(Alfaguara. Traducción de José Luis López Muñoz)

Un comentario en “Delatora, de Joyce Carol Oates

Deja un comentario