George Eliot y Virgilio. Las dos opuestas imposibilidades de Virgilio

George Eliot y Virgilio. Las dos opuestas imposibilidades de Virgilio

Era -sigue siendo en gran medida- un abismo el que separa las posibilidades si eres niño o si eres niña.

Y ese abismo, hace a Virgilio inaccesible.

***

El clérigo graduado en Oxford y magister artium, Stelling, fue contratado como maestro de Tom Tulliver, que como “muchos otros jóvenes británicos de su época han tenido que abrirse paso en la vida con algunos fragmentos de conocimientos más o menos relevantes y una ignorancia notoria”.

Pero había dos problemas, uno, Stelling, el otro Tom.

Stelling, por una parte, “no era muy competente en su tarea, pero los caballeros incompetentes también tienen derecho a vivir y, si no poseen una fortuna personal, resulta difícil saber cómo podrían sobrevivir dignamente si no se vincularan a la educación o al gobierno”.

Tom, por otra parte, “tenía la culpa de que sus facultades no pudieran alimentarse con el tipo de conocimiento que el señor Stelling podía transmitirle. Un chico nacido con una capacidad deficiente para asimilar signos y abstracciones”.

Pero ni uno ni otro serían un obstáculo: “un método de educación sancionado por la larga práctica de nuestros venerables antecesores no debía ceder ante la excepcional cortedad de un chico que se limitaba a vivir en el presente. Y el señor Stelling estaba convencido de que un chico tan tonto para los signos y abstracciones tenía que serlo forzosamente para todo lo demás, suponiendo que aquel reverendo caballero hubiera podido enseñarle algo más. Nuestros venerables antecesores acostumbraban a aplicar un ingenioso instrumento llamado empulguera que apretaba y apretaba los pulgares para obtener lo que no existía: partían de la convicción de su existencia, ¿y qué otra cosa podían hacer que apretar la empulguera?”.

Y de este modo, Virgilio devenía en un castigo: “si eran algo lerdos, no quedaba más remedio que apretar la empulguera e insistir con mayor severidad en los ejercicios y castigar con una página de Virgilio para fomentar y estimular una inclinación demasiado tibia por el verso latino”.

Y el castigo era ante cualquier espacio y conducta: Tom se peleó con Philip y “salió de la habitación dando un portazo, extrañamente osado debido al enfado; cerrar las puertas de golpe cerca de la señora Stelling, que probablemente no se encontraba muy lejos, constituía una infracción castigada con veinte líneas de Virgilio”.

Y deviniendo un castigo en algo inaccesible.

Si eres un niño.

¿Y si eres una niña?

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Mucho peor.

Mary, superior a Tom en inteligencia y en aspiraciones sí, decididamente sí, aspiraba a acceder a los libros, a leer novelas, a leer a los clásicos de la literatura, a Virgilio, a los libros de ciencia.

Pero “de su vida escolar no le quedaba nada más que una pequeña colección de libros de texto que hojeaba con la sensación de que ya los conocía y no le ofrecían ningún consuelo. Incluso en el colegio deseaba con frecuencia libros que contuvieran algo más: todo lo que aprendía en ellos le parecía como el extremo de una larga hebra que se rompía de inmediato”.

Soñaba con crecer, desarrollarse. La lectura no era tan solo un modo de acceder al conocimiento. Era un modo de alcanzar la felicidad. “Algunas veces, Maggie pensaba que se conformaría con algunas fantasías absorbentes: ¡Si tuviera todas las novelas de Scott y todos los poemas de Byron! Entonces quizá encontrara felicidad suficiente para aliviar el sufrimiento que le proporcionaba la vida diaria”.

Pero no solamente. Pero sí era, también, un modo de comprender el mundo en el que vivía. “Podía inventar mundos soñados, aunque ahora ninguno le resultaba satisfactorio. Quería alguna explicación sobre la dura vida real: sobre su taciturno padre, sentado a la triste mesa del desayuno; su madre infantil y desconcertada; las pequeñas tareas sórdidas que llenaban las horas, o el opresivo vacío de un ocio tedioso y sombrío; la necesidad de un amor tierno y efusivo; la cruel sensación de que a Tom no le importaba lo que ella pudiera pensar o sentir y de que ya no eran compañeros de juegos; la privación de todas las cosas agradables que se le ocurrían: deseaba poseer la clave que le permitiera comprender y así soportar la pesada carga que había caído sobre su joven corazón. Pensaba que si le hubieran enseñado ‘las cosas serias e importantes que sabían los grandes hombres’, tal vez conocería los secretos de la vida; ¡ojalá tuviera libros en los que pudiera aprender lo que sabían los sabios!”.

Y para esa comprensión, sabía que podía llegar por medio de los grandes clásicos. “A Maggie los santos y los mártires nunca le habían interesado tanto como los sabios y los poetas … En una de estas meditaciones se le ocurrió pensar que había olvidado los libros de texto de Tom, enviados a casa en su baúl, pero se encontró con que, de modo inexplicable, éstos habían quedado reducidos a los pocos y sobados ejemplares conocidos: el diccionario y la gramática latina, un Delectus, un ajado Eutropio, un manoseado Virgilio, una Lógica de Aldrich y el exasperante Euclides … Y la pobre niña, empujada por el hambre intelectual y la ilusión de recibir halagos algún día, empezó a mordisquear la dura corteza del fruto del árbol de la sabiduría y a llenar las horas de ocio con el latín, la geometría y las formas del silogismo; y, cuando conseguía comprender aquellos estudios masculinos, experimentaba una sensación de triunfo”.

Pero.

Era una niña.

Estaban allí los mandatos del patriarcado. No una teoría. No. Sino un cuerpo presente, bien presente. “Cuando se encontraba perdida en sus ensoñaciones, su padre bien podía entrar en la sala para pasar la tarde y, al ver que permanecía inmóvil sin advertir su presencia, espetarle: —¡Vamos! ¿Es que tengo que irme a buscar yo las zapatillas?”.

Por después, “decidió ponerse a coser para contribuir un poco a la reserva de la caja de lata sino que, empujada por el deseo de mortificarse, fue a pedir trabajo a una tienda de ropa blanca de Saint Ogg’s  … Los viejos libros de Virgilio, Euclides y Aldrich —el marchito fruto del árbol de la ciencia— habían quedado abandonados, porque Maggie había dado la espalda a la vana ambición de compartir los pensamientos de los sabios”, y ahora,  “leía con tanta ansiedad y constancia los otros tres libros —la Biblia, el Kempis y el Anuario cristiano … mientras se aplicaba con la aguja a la costura de camisas y otras complicadas labores mal llamadas sencillas, que nada sencillas resultaban para Maggie, puesto que bien podía coser el puño al revés cuando pensaba en otra cosa. Diligentemente inclinada sobre la costura, Maggie ofrecía una imagen que daba gusto mirar”.

La inaccesibilidad de Virgilio.

***

Dos inaccesibilidades. Dos Virgilio imposibles. Pero muy diferentes entre sí. Dos opuestas imposibilidades.

Para un niño, al alcance de su mano, pero como un castigo. Para una niña, lejos de su alcance, y un camino a la felicidad, al conocimiento, a la comprensión del mundo.

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