
Hecho por Santiago Aguiar, porque como bien nos dijo Borges, “la lectura es una de las formas de la felicidad”, y con Vargas Llosa, porque “salir a cabalgar junto al escuálido Rocinante, y su desbaratado jinete por los descampados de La Mancha, recorrer los mares en pos de la ballena blanca con el capitán Ahab, tragarnos el arsénico con Emma Bovary, o convertirnos en un insecto con Gregorio Samsa, es una manera astuta que hemos inventado a fin de desagraviarnos a nosotros mismos de las ofensas e imposiciones de esa vida injusta que nos obliga a ser siempre los mismos cuando quisiéramos ser muchos, tantos como para aplacarse los incandescentes deseos de que estamos poseídos”. Y así podemos vivir la vida que es infinita.
Y también porque, con Robert Louis Stevenson: “la vida es monstruosa, infinita, ilógica, abrupta e intensa; una obra de arte, en cambio, es nítida, finita, independiente, racional, fluida y castrada”. Y de nuevo con Vargas Llosa: “La realidad es caótica. No tiene ningún orden. En cambio, cuando pasa a la novela sí tiene un orden. Y cuanto más rigurosa sea la construcción de la novela, mejor será la comprensión del mundo que evoca”.
¿Qué busco de específico con este blog? Encontrar los latidos del corazón de una obra literaria, su soplo de vida. Intentar que hable por sí misma, con sus propias palabras. Desprender una reflexión, por lo general con la forma de una pregunta dirigida a nosotros mismos. En no más de una carilla. No en vez, sino de la mano, pero sólo, de una crítica literaria –académica- que mantenga el amor por la obra como guía de su aparato teórico; y de la crítica literaria –pública- que lo haga por sobre la presencia (implacable, benevolente, irónica u otras) de su responsable. Que conserve y desarrolle el amor por la lectura. La felicidad de leer.
Es que puede pasar lo que lamenta Borges: “Hay gente que no tiene ningún sentido literario. Creen, por consiguiente, que si algo literario les gusta tienen que buscar razones ocultas. Por ejemplo, en lugar de decir: ‘Bueno, esto me gusta porque es una poesía muy bella, o porque es un cuento que sigo con interés y me olvido de mí mismo para pensar en los personajes’, piensan que todo está lleno de verdades a medias, motivaciones o símbolos. Me dicen: ‘sí, nos gustó tu relato, pero, ¿que quieres decir con él?’ … Les gusta pensar que los escritores siempre apuntan a algo determinado, que la literatura es como una especie de Fábula de Esopo, ¿no?”.
Y así, de la mano con Virginia Woolf que toma la mano del doctor Johnson, leer como un “lector común”, ese que “lee por placer más que para impartir conocimiento o corregir las opiniones ajenas. Le guía sobre todo un instinto de crear por sí mismo, a partir de lo que llega a sus manos, una especie de unidad —un retrato de un hombre, un bosquejo de una época, una teoría del arte de la escritura. Nunca cesa, mientras lee, de levantar un entramado tambaleante y destartalado que le dará la satisfacción temporal de asemejarse al objeto auténtico lo suficiente para permitirse el afecto, la risa y la discusión”.
Más fervientemente: “¿quién lee para conseguir un fin, por más deseable que sea? ¿No hay algunas actividades que practicamos porque son buenas en sí mismas, y algunos placeres que son inapelables? ¿Y no se encuentra este entre ellos? Algunas veces he soñado, al menos, que cuando llegue el día del Juicio Final y los grandes conquistadores y juristas y hombres de Estado vayan a recibir su recompensa —sus coronas, sus laureles, sus nombres esculpidos indeleblemente en mármol imperecedero—, el Todopoderoso se dirigirá a Pedro y le dirá, no sin cierta envidia cuando nos vea llegar con nuestros libros bajo el brazo: «Mira, estos no necesitan recompensa. No tenemos nada que darles aquí. Han amado la lectura».”
Porque también, como lectores, descubrimos con Borges que “el que lee mis palabras está inventándolas”.
Y, ¿de qué se trata todo esto? Con Alessandro Baricco, de «hablar de libros … ahí están siempre los libros, a miles, y ahí siguen, exponiendo una sociedad de placeres pacientes que, silenciosamente, contribuye al desarrollo de la inteligencia y de la fantasía colectivas. Todo lo que se pueda hacer para dar relevancia a esta apacible liturgia, que se haga».
Y, finalmente, ¿de qué se trata? Con Alessandro Baricco, de «hablar de libros … ahí estás siempre los libros, a miles, y ahí siguen, exponiendo una sociedad de placeres pacientes que, silenciosamente, contribuye al desarrollo de la inteligencia y de la fantasía colectivas. Todo lo que se pueda hacer para dar relevancia a esta apacible liturgia, que se haga».
Además, ese hacer y hacerse a la vez; acaso una ilusión, acaso una inminencia, es decir, algo por ser que no se realiza. Pero no importa. Algo que formula Borges, aunque refiriéndose al hecho estético: “esa inminencia de una revelación que no se produce” y que, como si estuvieran dialogando, completa Octavio Paz: “El sentido de una obra no reside en lo que dice la obra. En realidad ninguna obra dice; cada una, cuadro o poema, es un decir en potencia, una inminencia de significados que sólo se despliegan y encarnan ante la mirada ajena. Sin ojos que lo miren no hay cuadro. Y sin cuadro, sin esa potencialidad de significados que duermen en las formas, los ojos no tendrían, literalmente, nada que ver. Hacemos las obras y después ellas nos hacen”.
Y no importa porque te permite estar en la ilusión y el goce.
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Y algo más. Que existen esas afinidades secretas, acaso verdades de la imaginación, verdades literarias, mitos identitarios: “Yo creí, durante años -nos (me) dice Borges-, haberme criado en un suburbio de Buenos Aires, un suburbio de calles aventuradas y de ocasos visibles. Lo cierto es que me crié en un jardín, detrás de una verja con lanzas y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses”. Aquellas lecturas de la infancia. “¿Qué había, mientras tanto, del otro lado de la verja con lanzas? ¿Qué destinos vernáculos y violentos fueron cumpliéndose a unos pasos de mí, en el turbio almacén o en el azaroso baldío? ¿Cómo fue aquel Palermo o cómo hubiera sido hermoso que fuera? A esas preguntas quiso contestar este libro, menos documental que imaginativo”, acaso quiera ir contestando también este blog, entre otras cosas. Con un “ateísmo literario fundamental”, que pueda gustar de inscripción de carros a grandes clásicos, todo lo que produzca algún tipo de emoción, de la razón o el sentimiento.
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