
Stendhal y Virgilio. El signo del rango
Ya no es el escritor. Tampoco la persona. No es, menos todavía, su obra. Es la figura.
Aquella que fue materia de querellas entre cristianos y no cristianos; y dentro del cristianismo; y entre clásicos y románticos; y entre humanistas y radicales.
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Así, deviene en un signo.
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Julien Sorel, audaz, ambicioso, joven, iluso, cínico, apasionado, ingenuo, calculador, invocaría su nombre. Casi con conocerlo.
Nos muestra la valoración de una cara de la iglesia dura y dogmática, anti- humanista.
Era una señal.
Primero, ingenua.
“Llegó el tiempo de los exámenes. Julián los hizo brillantísimos. El primer día, los que formaban el tribunal nombrado por el famoso vicario general Frilair experimentaron viva contrariedad al tener que hacer figurar en primer lugar, o a lo sumo en segundo, en sus listas, a Julián Sorel, que les había sido recomendado como el Benjamín del rector Pirard. Todo el mundo creía que Julián obtendría la primera censura en el examen definitivo, distinción que llevaba anejo el honor de comer con el señor obispo; pero hacia el final del acto, con motivo de una pregunta sobre los Santos Padres de la Iglesia, un examinador ladino, después de haber interrogado a Julián sobre San Jerónimo, vino a hablar de Horacio, de Virgilio y de otros autores profanos. Julián, que sin saberlo sus camaradas, había aprendido de memoria muchos pasajes de estos autores, arrebatado por su triunfo, olvidó el sitio en que se hallaba, y recitó y parafraseó con fuego varias odas de Horacio. Después de animarle por el camino emprendido por espacio de más de veinte minutos, el examinador varió bruscamente de gesto, y le censuró con acritud el tiempo que había perdido dedicándolo a aquellos estudios profanos, que habían llenado su cabeza de ideas inútiles o peligrosas.
—Tiene usted razón, señor; soy un mentecato—contestó con humildad Julián, comprendiendo que había caído en un lazo hábilmente tendido”.
Su examinador lo calificó para ocupar el puesto número 198 entre doscientos aspirantes.
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No mucho después, descubriría que hay otra cara de la iglesia, una más humanista, que valora esos conocimientos. También que, sabiendo cuando usarlos, podía transformarse en otro tipo de señal.
Una cínica, calculadora, y arriesgada.
Se discute la elección del Rector del seminario. No se deciden y proponen que “haga usted entrar al seminarista, que la verdad solemos encontrarla mejor en la boca de los jóvenes que en las de los viejos. Fue llamado Julián”.
Lo interrogan. “El prelado, antes de hablar del rector, creyó conveniente interrogar a Julián sobre sus estudios. Habló un poco de dogma, y quedó maravillado de las respuestas del estudiante; pasó luego a tratar de Virgilio, de Horacio, de Cicerón. Julián se acordó de que los tales autores le habían valido el número 198 en el examen definitivo de fin de curso, pero pensó también que nada tenía que perder y resolvió contestar con cuanta brillantez le fuese posible. Triunfó: el prelado, que era excelente humanista, quedó encantado … Una cosa, sobre todo, llamaba la atención del obispo: Julián mantenía invariablemente el tono de la conversación; recitaba de corrido veinte o treinta versos latinos como si hubiese estado refiriendo lo que pasaba en el seminario. Se habló largo rato de Virgilio y de Cicerón, y, al fin, el prelado felicitó efusivamente al joven seminarista”.
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Años más tarde, ya en Paris, ya empezando a insertarse entre la nobleza, pero pobre y sin rango, recurrirá nuevamente, de manera inesperada, a sus versos aprendidos de memoria de Virgilio.
Un signo de rango, el pobre rango de la cultura -al menos aparente- de la clase media en ascenso ilusionada en poder entrar al mundo de la nobleza.
“También es singular que el marqués te conozca… Pero continúo. Te señala, para principiar, un salario de cien luises. Es hombre que siempre obra impulsado por el capricho: en ello consiste su defecto principal. Si consigues darle gusto, tu sueldo es posible que se eleve hasta ocho mil francos. ‘Debes comprender, sin embargo—prosiguió el ex rector con entonación adusta—, que no te paga ese sueldo por tus bellos ojos, sino porque espera que has de serle útil. Yo procuraría hablar poco de lo que entendiera, y ni una palabra de lo que ignorase. Olvidaba decirte que, en obsequio tuyo, he tomado informes. El marqués de la Mole tiene dos hijos: hembra la una y varón el otro; éste, de unos diecinueve años, elegante por excelencia, especie de atolondrado que jamás sabe al mediodía lo que hará a las dos de la tarde. Tiene talento y es muy bravo: tomó parte en la guerra contra España. Espera el marqués, no sé por qué, que has de hacerte amigo del joven conde Norberto, que éste es el nombre de su hijo. Tal vez espera nuestro marqués, a quien he dicho que eres un gran latinista, que enseñes a su hijo algunas frases hechas sobre Cicerón y sobre Virgilio’”.
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Un signo. También, de la grandeza de un autor, de la grandeza de su obra; que traspasa los confines de su obra; que sobrepasa los fines de su obra; que atraviesa los tiempos; que raramente se pasea a lo largo de los siglos y de la mano de las más impensadas de las personas, viviendo y reviviendo con cada palabra que lo nombra, con cada historia que lo cuenta, con cada página que vuelve a ser leída.
Este artículo me ha hecho recordar que no terminé el libro. Lo adquirí porque en mi juventud estudié la obra en clase y, habiendola idealizado, pasaron los años hasta que me decidí a leerla. Aquellas líneas ya no iban conmigo. Las obras dan en el corazón en momentos puntuales, después ya no y aunque les guardes un cariño especial nunca volverás a sentir lo que sentiste por primera vez. Señal de evolución propia. Gracias un saludo
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Si, claro, aunque también podría ser que así como cambia uno, lector, cambia el libro, y haya un posible nuevo encuentro (Borges lo dice mejor, por supuesto: «somos (para volver a mi cita predilecta) el río de Heráclito, quien dijo que el hombre de ayer no es el hombre de hoy y el de hoy no será el de mañana. Cambiamos incesantemente y es dable afirmar que cada lectura de un libro, que cada relectura, cada recuerdo de esa relectura, renuevan el texto. También el texto es el cambiante río de Heráclito», que dijo allí en su conferencia La poesía en Siete noches). Gracias también! saludos
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