
A partir de
Carta a Roque Dalton, de Isidora Aguirre
“Me tendrá que disculpar, maestro, por usar sus frases fuera de contexto, porque son ellas mis cábalas, las llaves que me abren sus recuerdos”.
Y necesitaba recordarlo. Trabajando en el estudio de televisión, se enteró de la muerte de su maestro, que le había pedido no nombrarlo cuando escribiera, y no lo hace. Pero lo evoca.
“Y yo debo pedirle perdón a usted, maestro, por recordarlo tan subjetivamente, en forma tan unilateral, fuera de las proyecciones literarias o políticas de su persona y de sus escritos. Pero, ¡qué puede esperar de una marginada de la erudición! No manejo como usted ciertos lenguajes, soy incapaz de disertar sobre la esencia de la esencia. O sobre el por qué de los por qué … Y perdone, otro perdón, maestro, si peco de inmodestia al emprender en esta carta la tarea de ‘medio resucitarlo’”.
Y se resiste a su muerte. “Mientras no venga usted a decírmelo -ya verá cómo se las arregla-, no voy a creer en su muerte”.
Así que sigue aquí, como hablando con él. “Quiero decir, ¿puedo charlar con usted mezclando a sus escritos las palabras que allá me decía, convertir verso en prosa, preguntando y respondiendo, hablando con su fantasma, usando trozos de sus poemas, compartir con usted las bellas ciudades donde nunca estuvimos, caminar tomada de su brazo esas calles extranjeras sin que importe el desfase del tiempo en que las anduvimos? Usted todo lo aprueba. Nada es de nadie, ‘todo es de todos’, hasta los poetas … ¿Dónde está? ¿Un pie en mi cuarto y el otro en la vía Láctea?”.
Pero no, no, no está allí, con ella, en su habitación. Así que entonces, “volvamos a suspirar tristezas”, evocándolo con amor. “Por ejemplo, la de estar ausente de esas calles que usted seguiría recorriendo sin mí”, cuando se separaron. O “tecleando en su máquina de letras indescifrables”. O “imaginarlo indeciso en el umbral de su casa”. O “caminando, un poco en diagonal … de desplaza con su andar sesgado … con los libros apretados bajo el ala, el mechón lacio sobre la frente”.
Aunque se entremezclen otros recuerdos. Cuba. La cárcel. Las reuniones de escritores en Cuba, donde cantaban una noche “la cueca de Shakespeare”: “Yo te tuve, yo te tuve, me tuviste, te tuví, to be or not to be”.
¿Pero, acaso no perduramos así, en los recuerdos, más bien en las evocaciones que hacemos con estos recuerdos, y, en especial en estos recuerdos, los más subjetivos, los más personales, íntimos, fuente de emociones?