
Píldoras de la crítica. No ficción: narración, hechos, imaginación. Úrsula K. Le Guin
(Apenas un breve extracto para pensar, sin hacer crítica de la crítica, ni hacerse parte de entreveros, ni tener que recorrer estos caminos)
¿Hay, debe haber, fronteras entre la ficción y la no ficción? Hace a un problema, finalmente, de ética, más en los tiempos actuales con la escritura en medios electrónicos [y con el auge de las fake news, podemos añadir].
“Muchos escritores y lectores de no ficción creativa sostienen que tal atribución de pensamientos o sentimientos interiores es legítima, si esta se basa en un conocimiento de la personalidad”, de la persona que relatan. “A mi entender, la responsabilidad del memorialista es exactamente la misma que la del etnógrafo: no la de aspirar a la objetividad, pero tampoco la de querer hablar por nadie más que él mismo. Atribuirse la capacidad de contar lo que pensó o sintió un tercero es, a mi juicio, apropiarse de una voz: una falta de respeto extrema. El lector que acepte la táctica será cómplice de esa falta”.
“El argumento más convincente en favor de la invención en la no ficción sería, pues, el siguiente: así como la ficción presupone el ordenamiento, la manipulación y la interpretación de las cosas inventadas, la no ficción creativa presupone el ordenamiento, la manipulación y la interpretación de los sucesos reales. Un cuento es una invención, unas memorias son una reinvención, y la diferencia entre ambas cosas es insignificante. Acepto los términos, pero la conclusión me incomoda. No es que a muchos lectores no les importe si lo que leen es factual, inventado o una mezcla de las dos cosas, aunque obviamente lo ignoren. Les importa, en el sentido en que lo examinaba más arriba: los lectores norteamericanos tienden a apreciar lo factual por encima de lo inventado, la realidad por encima de la imaginación. Lo ficticio de la ficción les incomoda. Tal vez por eso preguntan a los novelistas: «¿De dónde saca sus ideas?». La única respuesta honesta, desde luego, es: «Me las invento», pero esa no es la respuesta que esperan oír. Quieren fuentes concretas … Pero sospecho que en esas búsquedas de la no ficción en la ficción se oculta un recelo de lo ficticio, una resistencia a admitir que los novelistas se lo inventan: que la ficción no es reproducción, sino invención. Siendo tan sospechosa la invención, ¿por qué se la admite allí donde no pertenece? Tal vez la insistencia en que la ficción no es «en realidad» inventada, sino que está tomada directamente de los hechos, ha provocado que las modalidades se confundan hasta tal punto que, como por contrapartida, se permite la entrada de los datos ficticios en la supuesta no ficción. Nada surge de la nada. Las «ideas» del novelista provienen de alguna parte”.
“En el escritor entran cosas, cosas a montones, no las notas apuntadas en un cuaderno sino todo lo visto y oído y sentido a lo largo de todo el día todos los días, un montón de basura, desechos, hojas muertas, brotes de patatas, tallos de alcachofas, bosques, calles, cuartos en barriadas, cordilleras, voces, gritos, sueños, susurros, olores, golpes, ojos, pasos, gestos, el toque de una mano, un pitido en la noche, el ángulo de la luz proyectada sobre una pared en una habitación infantil, una aleta que surca las aguas residuales. Todo ello se acumula en el contenedor personal de fertilizante del poeta y allí se combina, recombina, cambia; se vuelve oscuro, pútrido, fecundo, hasta convertirse en humus. En esa mezcla cae una semilla, la tierra la alimenta con la riqueza que la compone, y algo crece. Pero lo que crece no es un tallo de alcachofa, un brote de patata, un gesto. Es algo nuevo, un todo nuevo. Es algo inventado. Así es como yo concibo el proceso de utilizar los hechos, la experiencia y la memoria en los relatos de ficción. Me parece que el proceso de utilizar los hechos, la experiencia y la memoria en los relatos de no ficción es completamente distinto. En un libro de memorias, el tallo de alcachofa sigue siendo el mismo que era. La luz que se proyectaba de soslayo sobre la pared puede situarse y fecharse: la habitación de una casa en Berkeley en 1936. Esos recuerdos están en las inmediaciones de la mente del escritor. No se mezclaron con otras cosas, sino que se guardaron. La memoria es un proceso activo e imperfecto. En ese proceso, los recuerdos se reconfiguran y se seleccionan, a menudo profundamente. Como las almas en el cielo, se salvan, pero a costa de cambios. Cuando llega el momento en que el escritor los inserta en un relato coherente, los seleccionará, acentuará, omitirá, interpretará y remodelará a fondo en aras de la claridad, la inteligibilidad, el ímpetu y otros fines de las artes narrativas. Nada en ese proceso los convierte en ficticios. Siguen siendo, hasta donde puede saber el autor, recuerdos genuinos. Pero si los hechos conservados en la memoria se alteran o se reordenan adrede, se convierten en recuerdos falsos”.
“A Tolstói le permito que me diga qué cosas pensó y sintió Napoleón porque, si bien su novela está repleta de hechos históricos bien corroborados, no es esa la razón por la que la leo. La leo por los valores propios de una novela, como obra de invención … La desconfianza surge cuando no estoy del todo segura de qué estoy leyendo. También puede surgir cuando hay un exceso de datos en una obra que se autodenomina ficción”.
“La ficción supone invención; la ficción es invención. No puedo leer como novela un libro sin nada inventado. No podría concederle un premio de novela a un libro que solo contiene hechos, como tampoco podría darle un premio de periodismo a El señor de los anillos. Una verdadera novela, un relato completamente ficticio e imaginado, puede contener vastas cantidades de hechos sin por ello dejar de ser ficticio. La novela histórica y la ciencia ficción (que, dicho sea de paso, a menudo requiere investigación) pueden estar repletas de información fehaciente y útil sobre una era o un conjunto de saberes. La estrategia de cualquier género realista es situar personajes inventados en un marco de realidad reproducida: sapos imaginarios en jardines reales, por torcer las palabras de Marianne Moore. Toda ficción sirve a las generaciones posteriores como prueba descriptiva de su tiempo, lugar, sociedad; en términos de observación aguda y registro de las vidas comunes, muy poca etnografía puede rivalizar con la novela. Pero lo contrario no es cierto. El historiador, biógrafo, antropólogo, autobiógrafo o naturalista tiene que utilizar jardines reales y además sapos reales. En ello reside su creatividad específica: no en inventar, sino en convertir la recalcitrante realidad en una narración, sin falsearla. Todo escrito contiene un contrato implícito, que puede respetarse o romperse en la escritura, o en la lectura, o en la presentación del editor. El primer contrato, el más frágil e intangible, lo firman el escritor y su conciencia, y dice más o menos así: en este texto procuraré contar una historia con arreglo a la verdad, usando los medios que considero más apropiados para la forma elegida, sea ficción o no ficción. Luego viene un acuerdo más verificable entre el escritor y el lector, cuyos términos varían enormemente, en primer lugar, según la sofisticación de cada uno. Un lector experimentado podrá seguir a un escritor sofisticado por toda una galería de trucos e ilusiones con la perfecta confianza de que no se producirá ninguna traición estética. Para los lectores más ingenuos, en cambio, los términos del contrato dependen en gran medida de cómo el escritor —y su editor— presenten la obra: factual, imaginativa o una mezcla de ambas cosas. El lector puede torcer los términos de ese contrato tanto como el escritor, al leer una novela como si fuese un informe sobre hechos reales, o un reportaje como si fuese pura invención. Pese a la gran afinidad entre la ficción y las creencias, solo las personas muy inocentes se creen lo que les cuentan los novelistas. Pero puede que la desconfianza ante la no ficción sea el resultado de la experiencia. Demasiado a menudo una ha acabado decepcionada. Y es que, si bien en una novela un enjambre de hechos no invalida en absoluto la invención del todo, cada elemento ficticio o incluso inexacto incluido en un relato que se ofrece como factual pone la totalidad en peligro. Hacer pasar una sola invención por un hecho es dañar la credibilidad del resto de la narración. Hacerlo sin parar es quitarle toda autenticidad”.
“Si esta falta de distinción entre lo ficticio y lo factual es una tendencia general, quizá deberíamos celebrarla como una victoria de la creatividad sobre el objetivismo indiscriminado y poco imaginativo. Sin embargo, el hecho me preocupa, porque me parece que al no distinguir la invención de la mentira se pone en peligro la imaginación. Cualquiera que sea el significado del vocablo «creativo», no creo que pueda aplicarse a la falsificación de datos y recuerdos, sea esta intencional o «inevitable». La excelencia propia de la no ficción reside en la habilidad del escritor para observar, organizar, narrar e interpretar los hechos; habilidad que depende por completo de la imaginación, utilizada no para inventar, sino para conectar e iluminar observaciones. Los escritores de narrativa de no ficción que «crean» hechos o introducen invenciones en aras de la conveniencia estética, las ilusiones, el consuelo espiritual, la cura psicológica, la venganza, las ganancias o cualquier otra cosa no están empleando la imaginación, sino traicionándola”.