
A partir de
El caminante de Praga, de Apollinaire
Llegó a Praga, en tren desde Dresde, un día de 1902. Nada conocía, preguntó en alemán a unos transeúntes, pero apenas uno le respondió, en francés, aconsejándole que, si necesitaba comunicarse, lo hiciera en ese idioma: “detestamos a los alemanes mucho más que a los franceses”.
Por eso ese amable caminante fue bien recibido: “Soy como usted, extranjero, pero conozco bastante bien Praga y sus bellezas como para invitarlo a acompañarme a través de la ciudad”. Así que lo hizo.
Recorrieron calles con sus gentes típicas. Recorrieron museos. Recorrieron casas que a la noche se transformaban en lupanares. Recorrieron edificios.
En uno, su amable nuevo amigo se detuvo a explicarle algunos detalles. “-Mire usted esas antiguas casas; conservan las insignias que las distinguían antes de que se las numerara. Esta es la casa de la Virgen, aquélla la del Águila, aquella otra la casa del Caballero”.
Preparémonos. “Sobre el portal de esta última se hallaba grabada una fecha. El viejo la leyó en voz alta: -1721. ¿Dónde estaba yo entonces? El 21 de junio de 1721 llegué a las puertas de Munich”.
Algo extraordinario acababa de pasar, así que “lo escuchaba hablar, asustado, creyendo haber topado con un loco”.
Pero pronto esa primera reacción cambió. “-¿Es usted israelita, verdad? -pregunté simplemente”.
¿Por qué, cómo se produjo ese cambio?
Su nuevo amigo se presentó: “Soy el Judío Errante. Sin duda usted lo ha ya adivinado. Soy el Judío Eterno; así me llaman los alemanes. Soy Isaac Laquedem”.
Y él se presentó a su vez. “Le di mi tarjeta diciéndole: -Usted estuvo en París en abril del año pasado, ¿verdad?”
Todo sucedía naturalmente. ¿Por qué?
“Creía, le dije, que usted no existía. Su leyenda me parecía simbolizar a su raza errante”.
Lo creía, ya no. ¿Por qué?
Porque, tal vez, la leyenda no era símbolo; era real. La encontramos por la calle, tiene un nombre (y varios más), y sin aspavientos, de manera natural, se da a conocer, que cualquiera de nosotros puede hacer: “¿dónde estaba yo entonces?”
[Es, aunque no solamente, una solución a un problema literario.
Es, también, una manera de leer. Se acaba de publicar El proceso. “Algún perverso lector interrogará -nos dice Borges con alguna molestia-: ¿Se trata de un símbolo? Yo, apasionadamente, juzgo que no. Nada en el mundo es incapaz de una interpretación simbólica; ni siquiera los sueños …. Es harto fácil denigrar los cuentos de Kafka a juegos alegóricos. De acuerdo; pero la facilidad de esa reducción no debe hacernos olvidar que la gloria de Kafka se disminuye hasta lo invisible si lo adoptamos. Franz Kafka, simbolista o alegorista, es un buen miembro de una serie tan antigua como las letras; Franz Kafka, padre de sueños desinteresados, de pesadillas sin otra razón que la de su encanto, logra una mejor soledad. No sabemos -y quizá no sabremos nunca- los propósitos esenciales que alimentó. Aprovechemos ese favor de nuestra ignorancia, es don de su muerte, y leámoslo con desinterés, con puro goce trágico”. Lo mismo reclama Toynbee para Dante: en su Divina Comedia, “todo el cristianismo, según lo comprendieron Dante y la Edad Media, está aquí simbolizado. Simbolizado, sí; dijímoslo el otro día; pero ¡con qué fuerza de verdad e inconciencia de representar ningún emblema! Infierno, Purgatorio, Paraíso, no se crearon para representación de emblemas. ¿Vivió, por ventura, en la inteligencia de nuestra moderna Europa pensamiento alguno de que fuesen para nada emblemas? ¿Acaso no eran hechos indudables, dignos de culto, el corazón del hombre considerándolos prácticamente verdaderos y la naturaleza confirmándolos en todas partes? Así sucede siempre con estas cosas. El crítico futuro, sea el que fuere su modo de pensar moderno, que considere este nuevo trabajo de Dante como si fuese o representase una mera alegoría, caerá, indudablemente, en lamentable error”.
Es también, entonces, otra relación entre ficción y realidad.
Y con esto, y en otro sentido, un modo muy Apollinaire de su concepción de la relación entre literatura y vida, no como manifiesto estético, sino como creación literaria propiamente tal].