
A partir de
Las fenicias, de Eurípides
Tiresias el adivino sentencia que es la ceguera de Edipo “un documento de sabiduría para toda la Hélade”.
Cegado por sus propias manos, clavando afiladas agujas en sus ojos. ¿Y por qué ese terrible castigo dado a sí mismo? “¡Ah!, ¿para qué pormenores en esta amarga relación de males? -el hijo mata al padre” Layo, sin saber que era su padre, y toma por esposa a su madre, Yocasta, sin saber que era su madre, que se lamenta, “desdichado él, desdichada yo: él yacía con su madre sin saberlo, y yo tampoco”. No termina aquí la relación de sus males: tuvieron tres hijos, Eteocle, Polinices, Antígona. Los dos hombres, enterados del horror, encierran al padre que, enfurecido, “anhela que a filo de espada se repartan esta casa”.
Y a filo de espada lo harán. Cada uno pretende reinar sobre su casa y su ciudad. Acuerdan que se repartirán el cetro, un año lo hará Eteocles, otro Polinices, que mientras tanto partirá a otras tierras. Eteocles se arrepiente, probado el peso del cetro. Polinices vuelve a reclamar su derecho, provisto de armas y ejércitos, y con armas y ejércitos lo recibe su hermano.
Llora Yocasta, “malhadado el autor de tantos males. Vengan de donde vengan: ya de la espada fiera, ya de la hostil venganza, ya de tu padre mismo, ya de aquella fatal maldición de los dioses que sobre esta casa de Edipo ha desatado este torbellino de infortunios. Sea cual sea la causa, ¡sobre mí cae este túmulo de males!”.
Arbitra Yocasta. A Eteocles: “¿Por qué tú te aferras a la más abominable de las deidades? ¿Por qué te adhieres, hijo, a la Ambición? ¡No lo hagas! … ¡Cuánto mejor, oh hijo, venerar la igualdad: ella une y estrecha amigos, ciudades con ciudades, aliados con aliados. Tener los mismos fueros es base de ser fuerte en el cimiento … El mando es una feliz injusticia; ¿por qué lo estimas orgulloso? ¿Piensas que es lo más valioso que todos te vean con un cetro? ¡Pues vanidad es! Y a Polinices: “¿vencer a tu misma patria?”.
Tan de sentido común. ¿Cómo no verlo?
Ceguera sobre ceguera.
Tiresias el adivino recrimina a Eteocles y a Polinices: “¡Ciegos estaban, se engañaron! Desde el momento que a su padre encarcelaron, desde que lo recluyeron sin dejarle libertad”.
Ceguera sobre ceguera.
Ceguera sobre ceguera que solo trae calamidades. Creon, hermano de Yocasta, ve a su hijo Meneceo sacrificarse a sí mismo por el presagio del oráculo: haciéndolo salvaría a Tebas. “¡Ay, ciudad de Tebas, tempestad de crímenes!” Y los tebanos combatieron en sus siete puertas: la puerta Neiste, la Proteo, la Ogía, la Homoloídica, la Crenea, la Electra, y la séptima puerta. Todo sería inútil. Para evitar mayor derramamiento de sangre, Eteocles y Polinices deciden enfrentarse cuerpo a cuerpo ellos mismos. “Fuera violencia, fuera. ¡El mayor de los males procede de dos locos que se enfrentan uno a otro!”, clama Yocasta. Pero nada puede el buen sentido común de la mujer, la madre de los dos hermanos enfrentados a muerte, la reina arbitrando. Pero, arbitrando inútilmente, sin poder alguno. Mueren sus hijos uno a manos del otro, muere la madre por sus propias manos, será desterrado Edipo para evitar mayores calamidades a la ciudad, y le seguirá Antígona.
Ceguera sobre ceguera que sólo trae calamidades, impidiendo ver el buen sentido común.
(Editorial Porrúa. Versión directa del griego con una Introducción de Angel Ma. Garibay K.)