
La ficción, aquí en esa mezcla de formas reunidas en un solo texto a propósito de los cincuenta años del golpe de Estado en Chile, nos permite vivir, imaginariamente, todo lo que queremos, soñamos, lloramos.
Vivir cincuenta años después el encuentro de Armando Cruces, dirigente obrero de un Cordón Industrial, con “Enrique Ortiz, un estudiante de Venezuela, que había decidido quedarse”, aquí, en esta Avenida Vicuña Mackenna que es la misma que hace cincuenta años.
Y en ese encuentro, el recuerdo de una posibilidad, “el gobierno de lo colectivo”; porque, aún hoy, sigue hablando: “una derrota que no calla”; creyendo, queriendo, que “nada se termina en realidad”.
Vivir el encuentro de “Dana” con María Eugenia, ahora con setenta y siete años [¿realmente se produjo? ¿es también parte de esta otra realidad, imaginaria?], que recuerda. Que es lo que le queda.
Recuerda aquello de lo que, apenas, se volvió a hablar: “sobre todo las trabajadoras que estábamos ahí, estábamos decididas. Y este no fue el único caso, se dio en muchas industrias, que las mujeres eran las más decididas a la requisición”; y otras cosas innombrables: “venían los del gobierno y decían que había que devolver las industrias, que no”; del propio gobierno, sí.
Cosas así que, dichas hoy imaginariamente, pueden de este modo hacerse oír una vez más; y resonar.