ARTE Y LITERATURA. Los ojos sin pupilas. Walter Pater

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En la escultura griega clásica, “Ninguna parte del cuerpo humano es más significativa que el resto; los ojos son grandes y sin pupilas; los labios y cejas son apenas menos significativos que las manos, los senos y los pies”.

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Y a pesar de esta falta, de esta carencia, de esta limitación, de esta imperfección, nos produce admiración, contemplamos su belleza, nos conmueve.

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[Nos conmueve, aún respondiendo a su tiempo, miles de años después. Y la pregunta sobre ese poder que tiene se formula una y otra vez. Para Walter Pater, “el tipo de gusto estético fue entonces fijado en Grecia en un determinado período histórico; y de él toma origen, para todas las generaciones sucesivas, una tradición espontáneamente brotada del influjo de la sociedad griega. ¿Qué condiciones fueron las que generaron este ideal, este tipo de ortodoxia artística, y cómo pudo Grecia imponer su pensamiento a Europa?”.

Marx igualmente se formula esta pregunta: “Pero la dificultad no está en entender que el arte y el epos griego están ligados a ciertas formas del desarrollo social. La dificultad está representada por el hecho de que ellos siguen suscitando en nosotros un goce estético y constituyen, en cierta manera, una norma y un modelo inalcanzable”].

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Una carencia, una limitación, una imperfección decíamos, pero es en eso en lo que descansa una secreta, a primera vista contradictoria posibilidad de trascendencia y perfección. “Pero la limitación de sus recursos es parte de su orgullo; no tiene fondos, ni cielo o atmósfera que puedan sugerir e interpretar una corriente de sensaciones; un poco de movimiento insinuante o mucho de la pura luz sobre sus superficies lisas, con pura forma; esto tan sólo. Y ello conquista bastante más de lo que pierde por esta limitación de sus propios distintos motivos…”

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¿Y qué conquista?

Acaso de un modo imprevisto, ese secreto de esta escultura. “… revela al hombre en el reposo de sus características inmutables. Esa blanca luz purificada de la mácula viva y sangrante de la acción y de la pasión, revela, no lo que es accidental en el hombre, sino su tranquila divinidad como término contrario a las inquietas vicisitudes de la vida. El arte de la escultura registra el primer ingenuo, límpido reconocimiento del hombre por sí mismo; y es testimonio de la alta capacidad artística de los griegos el que ellos comprendieran y fueran fieles a estas exquisitas limitaciones y que aun, no obstante ellas, dieran a sus propias creaciones una móvil, vital individualidad. Heiterkeit -júbilo o reposo- y Allgemeinheit -generalidad o hábito- son pues las características supremas del ideal helénico”.

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El reposo del ser humano ante las inquietudes de la vida. Y así, poder mirarse tranquilamente a sí mismo. Y a través de ello, con aquella inmovilidad, la movilidad vital de la vida individual. Un tipo humano con el cual cada cual puede mirarse a través de él a sí mismo.

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En esta escultura, “no la especial situación, sino el tipo, el carácter general del sujeto a delinear, tiene toda la importancia. En la poesía y en la pintura la situación predomina sobre el carácter; en la escultura el carácter sobre la situación. Excluida, por la limitación propia del material, del desarrollo de situaciones exquisitas, tiene que elegir entre un selecto número de tipos intrínsecamente interesantes: interesantes, se entiende, independientemente de cualquier situación especial en la que puedan ser tomados. La escultura encuentra el secreto de su poder en la presentación de estos tipos en sus amplias, esenciales, incisivas líneas. Esto no es efecto de acumulación de detalles, pero sí de abstracción de su masa; todo lo que es accidental, todo lo que distrae, el simple efecto que nos viene de los tipos supremos de la humanidad, todas las señales que en ellos quedan del mundo en común, son gradualmente seleccionadas. Las obras de arte producidas bajo estas leyes y solamente éstas, están generalmente caracterizadas por la generalidad o hálito helénico. En todo sentido, ésta es una ley de restricción; mantiene la pasión, siempre en ese grado de intensidad en el cual ella debe ser necesariamente transitoria, sin enredar la forma a una nota de ira, o de deseo o de sorpresa”.

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Una “ley de restricción” que se abre a un efecto irrestricto de belleza que trasciende las limitaciones de tiempos, de lugares, de épocas. Una concentración, una reducción que contiene una aparentemente paradójica complejidad. Nos lleva esto, también, lo traeremos aquí en otra ocasión, a la belleza que reside en la imperfección.

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Restringida, concreta, no simbólica, no alegórica, produce ese efecto de belleza que nos sigue cautivando.

“Pero tomad una obra del arte griego: la Venus de Milo, por ejemplo. En ningún sentido es ésta un símbolo, una sugestión de cualquier cosa que está más allá de su triunfadora belleza. El espíritu comienza y termina en la imagen y nada de este su espiritual motivo se dispersa. Ese motivo no está ligeramente y vagamente ligado a la forma sensible, ni su significado a una alegoría, pero la satura y se identifica con ella. La mentalidad griega había llegado a un estado particular de reflexión de sí misma, pero se cuidaba de no sobrepasarlo”.

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