
Píldoras de la crítica. Dante, Dostoyevski y el escándalo en literatura. Osip Mandelstam
(Apenas un breve extracto para pensar, sin hacer crítica de la crítica, ni hacerse parte de entreveros, ni tener que recorrer estos caminos)
“El concepto de escándalo en la literatura es bastante anterior a Dostoievski; ya en el siglo XIII y en Dante era mucho más fuerte. Dante se tropieza, se topa con Farinata en un encuentro no deseado y peligroso de la misma manera como los vividores de Dostoievski se topaban con sus verdugos: en el lugar menos adecuado. Suena una voz, todavía no se sabe de quién es. Para el lector cada vez es más difícil dirigir ese canto que crece progresivamente. Esa voz —el primer tema de Farinata— es un breve arioso dantesco de tono suplicante, muy en el espíritu del Inferno:
¡Oh, toscano que vivo viajas por la ciudad en llamas y hablas con tanta elocuencia! No rehúses detenerte un instante… En tu forma de hablar reconocí en ti a un ciudadano de aquella noble provincia para la que yo fui, ¡ay de mí!, una carga demasiado pesada.
Dante es un infeliz. En el fondo es un rasnochínetz [Intelectual que no pertenecía a la nobleza en la Rusia de los siglos XVIII y XIX] de antigua sangre romana. No es la amabilidad lo que le caracteriza, sino todo lo contrario. Hay que ser ciego como un topo para no darse cuenta de que a todo lo largo de la Divina Comedia Dante no es capaz de comportarse debidamente, no sabe cómo caminar, ni qué decir, ni como hacer una reverencia. No lo estoy inventando, me remito a las innumerables confesiones del propio Alighieri, diseminadas por toda la Divina Comedia.
La zozobra interna y una pesada torpeza confusa y dolorosa que en todo momento acompañan a ese hombre inseguro de sí mismo, un hombre que parece no haber terminado su educación, que es incapaz de sacar provecho de su experiencia interior y de objetivarla como etiqueta de un hombre atormentado y acosado, es lo que confiere al poema todo su encanto, toda su fuerza dramática, es lo que trabaja en la creación de su fondo como una imprimación psicológica.
Si dejáramos solo a Dante, sin su dolce padre, sin su Virgilio, desde el principio estallaría inevitablemente el escándalo y, en vez de un recorrido por los tormentos y las curiosidades del Infierno tendríamos la más grotesca de las bufonadas.
Las torpezas que Virgilio previene, corrigen y enderezan sistemáticamente el curso del poema. La Divina Comedia nos hace entrar en el laboratorio de las cualidades espirituales de Dante. Lo que para nosotros era un capuchón irreprochable y un perfil aguileño, por dentro era un malestar vencido a precio de mucho sufrimiento, de una lucha enteramente pushkiniana por la dignidad y la posición social del poeta. Esa sombra, la misma que asustaba a los niños y a las ancianas, tenía miedo. Alighieri iba de un frío a un calor insoportables: del prodigioso paroxismo de la alta autoestima a la convicción de su propia insignificancia.
La gloria de Dante ha sido hasta hoy el obstáculo más grande para el conocimiento y el estudio profundo del poeta y así seguirá siendo por mucho tiempo. Su concisión no es otra cosa que el producto de un profundo desequilibrio interior que se desahoga en suplicios oníricos, en encuentros imaginarios, en refinadas réplicas ideadas de antemano y alimentadas por la bilis, dirigidas a la destrucción absoluta del adversario, al triunfo final.
El dulcísimo padre, mentor y preceptor, el más sensato de todos, no se cansa de llamar al orden a ese rasnochínetz del siglo XIV, que con tantas dificultades logra situarse en la jerarquía social, mientras Boccaccio —casi su contemporáneo— se deleitaba en ella, se sumergía en su cauce, retozaba en esa misma jerarquía social.
Che fai? —¿Qué haces?— suena literalmente como una llamada al orden del maestro: ¿Te has vuelto loco?… En ese momento, para salir del apuro, toca los registros que sofocan la vergüenza y ocultan su turbación”.