
Víctor Hugo y Virgilio. Agüeros y sentencias
Fue la terrible pérdida del buque de vapor Duranda de Mess Lethierry. Fue su derrumbe, era la fuente de su prosperidad y el trabajo de cada día que daba sentido a su vida. No tardó en llegar el sacerdote Herode a buscar consolar a Mess Lethierry, que le rechazaba.
El clérigo se dispone a irse, sin antes decirle:
“No nos separemos sin leer una página del Santo Libro. Las situaciones de la vida se aclaran por medio de los libros; los profanos tienen los agüeros virgilianos, los creyentes tienen las sentencias bíblicas.
El primer libro que se nos viene a la mano, abierto por cualquiera de sus páginas, da un consejo; la Biblia, abierta por cualquiera de sus páginas, hace una revelación. Es particularmente buena para los afligidos. Lo que infaliblemente se desprende de la Santa Escritura es un consuelo a nuestras penas. En presencia de los afligidos, es necesario consultar el Santo Libro sin escoger el punto en que se abre, y leer con candor el pasaje que primero percibe nuestra mirada. Lo que el hombre no escoge, lo escoge Dios. Dios sabe lo que nos conviene. Su dedo invisible está en las líneas inesperadas que leemos. Cualquiera que sea la página, de ella brota infaliblemente la luz. No busquemos otra, y atengámonos a ella”.