
A partir de
La muerte de Narciso, de José Lezama Lima (el Narciso de Lezama Lima)
Encontramos el contraste. Está de un lado el amor incondicional de Dánae. Un amor maternal sí, amor por su amenazado hijo Perseo. El oráculo había dicho a Acrisio, el padre de la bella que el hijo de ella, su nieto, lo mataría, él decidió encerrar a su hija, que igualmente persistió en su amor de madre, contra todo.
“Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo
envolviendo los labios que pasaban
entre labios y vuelos desligados”
Está del otro lado un amor esclavo, violento de flechas y muertes.
“Narciso, Narciso. Las astas del ciervo asesinado
…
Narciso, Narciso. Los cabellos guiando florentinos reptan perfiles,
labios sus rutas, llamas tristes las olas mordiendo sus caderas.
Pez del frío verde el aire en el espejo sin estrías, racimo de palomas
ocultas en la garganta muerta: hija de la flecha y de los cisnes”
Amor que huye, amor secreto, amor sólo de sí.
“el secreto en geranio convertido.
… busca en lo rubio espejo de la muerte, concha del sonido.
Si atraviesa el espejo hierven las aguas que agitan el oído.
Si se sienta en su borde o en su frente el centurión pulsa en su costado.
Si declama penetran en la mirada y se fruncen las letras en el sueño.
Ola de aire envuelve secreto albino, piel arponeada,
que coloreado espejo sombra es de recuerdo y minuto del silencio.
Ya traspasa blancura recto sinfín en llamas secas y hojas lloviznadas.
Chorro de abejas increadas muerden la estela, pídenle el costado.
Así el espejo averiguó callado, así Narciso en pleamar fugó sin alas”
Amor de sí, ilusorio tal vez: el espejo está callado, no refleja nada, Narcisó fugó, Narciso murió, contemplándose, solo.
Es el Narciso de T. S. Eliot, es la fatídica pretensión de ser algo más que solo un hombre. Es el Narciso de Salvador Dalí no la plenitud de un amor por uno mismo, si no la insuficiencia del amor por el amado, por la amada, por todo, a través de los tiempos, tan infinito que nuestros pequeños amores se hacen poco o nada. Es el Narciso de José Lezama Lima el amor egoísta de sí -un amor solitario de sí, un amor de muerte-, que -como probablemente ni rechazamos ni condenamos-, lo contrasta con el incondicional amor por el otro de Dánae.