
A partir de
Orgullo y prejuicio, de Jane Austen
¿Qué hacer cuando no se conoce al otro?
“Es una verdad generalmente admitida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, debe tomar esposa. Aunque los sentimientos y modos de ver de un hombre en estas condiciones sean poco conocidos cuando llega a un sitio por primera vez, dicha verdad está tan arraigada en las mentes de las familias que le circundan, que es considerado como una propiedad indiscutible de una u otra de las hijas casaderas”.
Así era para la familia Bennett, en especial para la señora Bennet, ansiosa de casar bien a sus hijas, más aún al enterarse que llegaba a Netherfield Park el joven y rico Bingley, al que acompañaría su amigo aún más rico Darcy.
[¿Frivolidad? La, pequeña, fortuna del señor Bennett, al no tener un hijo varón, pasaría a un pariente lejano.
No sólo era una limitante para las jóvenes. Por motivos -muy distintos- también este odioso asunto del dinero era un tema e incluso también una limitante para cualquier pariente pobre de las familias ricas. Bien lo sabía el coronel Fitzwilliams Darcy, primo de Darcy: “usted sabe que un segundón tiene que acostumbrarse a la dependencia y renunciar a muchas cosas … Nuestra costumbre de gastar nos hace demasiado dependientes, y no hay muchos de mi rango que se casen sin prestar un poco de atención al dinero”.
Entonces, más que frivolidad, la cuestión del dinero subsumía, si no los sentimientos, sí las relaciones].
Pero para casarse bien, aún con estas condicionantes, se necesita conocer al otro. ¿Cómo lograr esto?
La primera manera, es atenerse a “esa verdad generalmente admitida”, y a ella se atenía la señora Bennett.
Una segunda manera, es buscar conocer a los otros directamente estudiando los caracteres de las personas. Cuando Bingley, enamorado de Jane, conoció a su hermana, la aguda Elizabeth, le dijo que “no sabía que era usted aficionada a estudiar caracteres. Debe de ser un estudio divertido”.
Elizabeth confiaba en la importancia, la necesidad, de ese estudio de caracteres. Amaba a su hermana Jane, tan bella como candorosa y le preocupaba su amor por Bingley, que, por rico, dudaba si debía mostrarle sus sentimientos (la decisión de no hacerlo, le acarrearía dificultades). Nadie escapaba a sus estudios de caracteres: dictaminó sobre el carácter orgulloso de Darcy. Y no se limitaba a estos dos: “Cuanto más conozco el mundo, más me desagrada, y todos los días confirmo mi creencia en la inconsistencia de todos los caracteres humanos y en lo poco que se puede uno fiar de las apariencias de bondad o de talento”.
Hay todavía una tercera manera, de la que no sabía: conocerse a uno mismo, antes; antes de creer conocer, y juzgar, a los demás.
El candor de Jane, descubriría Elizabeth, no era perjudicial. El orgullo de Darcy no era tal, o no era todo. La sinceridad que creyó encontrar en Wickham, el sentimiento que creyó albergar por él por un tiempo, no era tal.
Y cuando descubrió que no eran tales, se lamentó. “Llegó a avergonzarse de sí misma. No podía pensar en Darcy ni en Wickham sin reconocer que había estado ciega, parcial, absurda y llena de prejuicios”.
Pero no eran solo sus prejuicios, ese fue el modo. Era reconocer que debía conocerse, antes, a sí misma, así llegaría a saber de sus prejuicios. “¡Con qué bajeza he obrado -pensó- yo, que me enorgullecía de mi discernimiento! … Hasta este momento no me he conocido”.
Y así como había podido criticar el orgullo de Darcy, nunca nadie le había hablado tan francamente y hacerle así cambiar para mejor, pudo entonces también decirse a sí misma que “muchas veces me equivoco”, y cambiarse a sí misma para mejor.
(Editorial Juventud. Traducción de Fernando Durán)