
“La Gioconda es, en la verdadera acepción de la palabra, la obra maestra de Leonardo, el ejemplo revelador de su modo de pensar y trabajar. En sugestividad, solamente puede compararse con la Melancolía de Durero, con la diferencia de que ningún confuso simbolismo turba el efecto de su misteriosidad profunda y llena de gracia. Todos nosotros conocemos la cara y manos de esta figura, sentada sobre una silla de mármol, en aquel círculo de rocas fantásticas, como sumergida en una leve luz submarina. Tal vez de todas las pinturas antiguas ésta fue la menos dañada, por más que según Vasari, presentaba una más viva magia de colorido en los labios y mejillas que se ha esfumado para nosotros. Como a menudo sucede con las obras en las cuales la invención parece alcanzar su límite, hay un elemento que fue ofrecido al maestro y no inventado por él. En aquel inestimable Libro de los dibujos que cierta vez perteneció a Vasari, había algunos del Verrocchio -caras de tan tocante belleza que Leonardo en su adolescencia las copió muchas veces-, y es difícil no reconocer en esos dibujos del viejo maestro, como en su germinal principio, la fantástica sonrisa siempre con un toque de siniestro, que se expande por toda la obra de Leonardo. Al lado de ese cuadro hay un retrato. Pero desde la infancia del artista vemos aquella imagen definirse en la estructura de sus sueños; y si no existiese el explícito testimonio histórico, bien podríamos imaginar que ésta fue, no otra, su mujer ideal contemplada y personificada. ¿Cuál era la relación entre una viviente mujer florentina y esta criatura de su pensamiento? ¿Por qué extraña afinidad el sueño y la persona habían crecido separadamente, estando tan unidos entre sí? Presente desde el principio incorpóreamente en la mente de Leonardo; vagamente trazada en los dibujos del Verrocchio, fue encontrada al fin, en persona, en la casa de Il Giocondo. Que hay mucho de simple retrato en esa pintura es atestiguado por la leyenda que cuenta que, por medios artificiales, por la presencia de bufones y de músicos fue prolongada en la cara de la dama aquella sutil expresión. ¿Y fue otra vez, por cuatro años y por siempre renovada labor, nunca realmente completa, o en cuatro meses, y como por virtud mágica que aquella imagen fue trazada?
La aparición que de ese modo se eleva tan extrañamente sobre las aguas, expresa lo que en el curso de un milenio los hombres habían llegado a desear. Suya es la cabeza sobre la cual «convergen las conclusiones del mundo», y los párpados están un tanto fatigados. Es una belleza que procede del interior y se dibuja sobre la carne, receptáculo, célula por célula, de extraños pensamientos, de fantásticas divagaciones y de exquisitas pasiones. Acercadla por un instante a una de aquellas cándidas deidades griegas o a las hermosas mujeres de la antigüedad, y veréis cómo quedan turbadas por esta belleza sobre la que el alma ha pasado con todos sus males. Todos los pensamientos y toda la experiencia del mundo, en lo que tienen de poder para refinar y hacer expresiva la forma exterior, la grabaron y modelaron: el animalismo de Grecia, la sensualidad de Roma, el misticismo de la Edad Media con sus ambiciones espirituales y sus amores imaginativos, el retorno del mundo pagano y los pecados de los Borgia. Es más vieja que las rocas entre las cuales está sentada; como el vampiro, fue muerta muchas veces y conoció los secretos de la tumba; y habitó los mares profundos y guardó las declinantes luces; traficó por extraños tejidos con mercaderes del Oriente; y, como Leda, fue la madre de Elena de Troya, y como Santa Ana, fue madre de María; todo esto fue para ella como el sonido de las flautas y de las liras, y vive solamente en la delicadeza con la cual se moldearon los cambiables lineamientos y tomaron color los párpados y las manos. El encanto de una perpetua vida, abrazando juntas diez mil experiencias es de antigua data; y la filosofía moderna ha concebido la idea de la humanidad como elaborada sobre ese cuadro y como suma de todos los modos del pensamiento y de la vida. Así, muy ciertamente, Monna Lisa podría ser considerada como la personificación de la antigua fantasía y como símbolo de la idea moderna”.