Píldoras de la crítica. La angustia de la influencia en escritores y en escritoras. Úrsula K. Le Guin

Píldoras de la crítica. La angustia de la influencia en escritores y en escritoras. Úrsula K. Le Guin

(Apenas un breve extracto para pensar, sin hacer crítica de la crítica, ni hacerse parte de entreveros, ni tener que recorrer estos caminos)

Polemiza:

“Y en eso apareció La angustia de las influencias. Sí, soy consciente de quién teme a Virginia Woolf. Aun así, reacciono de manera un poco incrédula cuando esa frase se usa en serio. El libro sobre la angustia que se siente por aprender cosas de otros escritores se publicó en el mismo momento en que muchas de nosotras nos regocijábamos enérgicamente por el redescubrimiento y la reimpresión de escritoras mayores y anteriores, una rica herencia que el canon literario masculino había ocultado a todos los escritores.

Cuando aquellos tipos iban por ahí volviéndose paranoicos a causa de la influencia, nosotras estábamos aquí festejándola.

Bueno, vale; si algunos autores se sienten amenazados por la mera existencia de otros escritores anteriores, ¿qué ocurre con los cuentos de hadas? Cuentos tan antiguos que ni siquiera tienen autores. Debería haber un ataque de pánico general.

Que la noción aceptada (y masculina) de influencia literaria es terriblemente simplista lo demuestra (de entrada, no por último, sino de entrada) el hecho de que aquella pasa por alto, ignora, desestima el efecto que la «preliteratura» —relatos orales, cuentos tradicionales, cuentos de hadas, libros ilustrados— puede tener en la tierna mente del preescritor.

Es más difícil, desde luego, rastrear esas huellas profundas que el efecto de leer una novela o un poema en la adolescencia o pasados los veinte años. Puede que la persona afectada no sea consciente de esas primeras influencias, ocultadas y oscurecidas por todo lo aprendido desde entonces. El cuento que oímos a los cuatro años puede tener un efecto hondo y perdurable en nuestra mente y nuestro espíritu, pero es poco probable que de adultos seamos conscientes de ello, a menos que se nos pida pensar seriamente en el asunto. Y puede que la persona afectada sea profundamente reacia a tomar conocimiento de esas influencias. Si la «seriedad» se limita al discurso sobre la Literatura canónica, puede que sintamos vergüenza de mencionar algo que nos leyó en voz alta una pariente femenina después de que nos metiéramos en la cama en pijama con nuestros peluches. No obstante, aquel cuento puede haber informado nuestra imaginación de una manera más decisiva que cualquier cosa que hayamos leído”.

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