
A partir de
Quintin Durward, de Walter Scott
“¿Quien sabe lo que puede ocurrir si comenzamos a luchar por el honor y el amor de las damas, como en los viejos romances? … La hermosa muchacha … una condesa fugitiva de rango y fortuna que huía de la persecución de un amante odiado, el favorito de un tirano que había abusado de su poder feudal”. La condesa fugitiva, Isabel de Croye, refugiada por el rey de Francia Luis XI. El tirano, el Duque de Borgoña, Carlos el Temerario. Rivales declarados, engañosos, solo momentáneamente unidos para que no avanzara Inglaterra sobre sus territorios, y hasta que se decidiera si se anexaba a Francia como quería Luis XI, o se declaraba un reino independiente como quería el Duque. Tiempos turbulentos.
[Ah, los viejos romances, la lectura de los viejos romances que llenaba la imaginación de las mujeres y los jóvenes. La madre de Trudchen, hija del síndico Pavillon de la insurrecta Lieja, le advierte “sobre la locura de leer romances, por los cuales las ostentosas damas de la Corte se habían hecho tan osadas y aventureras que, en vez de dedicarse a llevar un hogar, debían andar a caballo, recorrer el país como damas errantes, sin mejor compañía que un escudero ocioso”. Un escudero ocioso, el joven arquero escoces Quintin Durward incorporado a la Guardia Escocesa de Luis XI acompañaba a Isabel de Croye, y también era advertido, por el Conde borgoñés Crevecouer que era “como todo joven que ha leído romances hasta creerse un paladín”.
Creerlo, serlo].
¿Y qué puede ocurrir entonces?
Si la lucha por el honor y el amor de las damas, tan caballeresca, ocurre cuando la caballería andante y sus nobles valores comienzan a dejar la escena histórica, y su lugar lo toma la ruda política por constituir las naciones, la violenta guerra entre reinos y feudos, la audaz insurrección de artesanos, burgueses y villanos contra sus señores feudales, lo que puede ocurrir, decíamos, son males y calamidades. Lo que puede ocurrir es que aquellos nobles sentimientos sean puestos a prueba por los ardides, astucias, crímenes, complots y traiciones de los grandes, utilizando a los pequeños, instrumentos viles de aquellos.
Época turbulenta. El Duque de Borgoña afirmaba sus derechos feudales, su pretensión de constituir su reino independiente de Francia, con la violencia, la impetuosidad propia de su personalidad y de su lugar como señor feudal a la defensiva. El Rey Luis XI, también señor feudal pero a la ofensiva contra los derechos reclamados por la nobleza feudal, queriendo afirmar la potestad absoluta del reino, era al contrario, frio, astuto, dominaba sus pasiones: hacía política. Cuando Quintin Durward es incorporado a la Guardia Escocesa, su tío, Cuchillada, lo alecciona: “La política, la política lo hace todo. Pero ¿qué es la política, dirás? Es un arte que descubrió este nuestro rey francés, para luchar con las espadas de otros hombres y para pagar a sus soldados con la bolsa de otros. ¡Ah!, es el príncipe más sagaz”.
Con sagacidad refugió a la condesa de Croye para casarla con un francés y quedarse así con los territorios de Isabel, fuertes y poderosos, debilitando a Borgoña. Este plan inicial no resultó. Debió hacerla salir de su castillo, llevarla hasta Lieja escudada por Quintin Durward a quien la confió para entregarla al obispo de la rebelde ciudad que se creía aliada de Francia. Paralelamente, preparó el complot para que, por medio del guía asignado, el gitano Hayraddin Maugrabin, una emboscada la entregara a su peligroso aliado contra Borgoña, Guillermo de La Marck, el Jabalí de las Ardenas.
El plan fracasó. Tiempo después, el gitano sería ahorcado; el Rey quedó a merced del Duque y debió combatir con su rival, a sus aliados los insurrectos de Lieja. Así, “la verdad de la máxima política que dice que si los grandes tienen necesidad frecuente de instrumentos bajos, se ponen en paz con la sociedad abandonándolos a su destino en cuanto dejan de ser útiles”.
Pero, aún en medio de todo esto, la rivalidad entre Luis XI y Carlos el Temerario, entre la astuta política y la ruda temeridad feudal, entre la descendente monarquía y la ascendente monarquía absoluta, pervivía la nobleza de sentimientos de una caballería andante que recorría caminos, de Escocia a Francia, con el valiente joven Quintin Durward y su dama Isabel de Croye. Y ser puestos a prueba, no quiere decir que sean corrompidos ni vencidos.
Inesperadamente, vencieron. Tal vez porque, como decía el crédulo Rey, “las estrellas aunque predicen resultados generales, guardan silencio sobre los medios con que se logran, que a veces son lo contrario de lo que esperamos o lo que deseamos”. Tal vez porque siempre, en aquel mismo siglo del 1400 y después, hay un caballero andante recorriendo España y Francia y otras tierras, y una dama, mujer osada y aventurera que renuevan una y otra vez los viejos romances.
(Ediciones Peuser. Traducción de Ada Emma Franco)