
“Franz Hals es uno de los más auténticos representantes de la pintura propiamente flamenca. Y ésta, al igual que todas las grandes escuelas de pintura, es al mismo tiempo un mito y una realidad. La realidad de la pintura flamenca está representada por los hermanos Brueghel, por Pedro de Hooch, por Van Der Meulhen, por Rubens y por Franz Hals. El mito de la pintura flamenca es un mito de fuerza, de plenitud, de goce solar. Cada uno de los pintores que acabo de mencionar participa en mayor o menor grado en ese mito, pero Franz Hals expresa muy especialmente su fuerza social. La técnica de Franz Hals se aproxima a la de Rubens, con un no sé qué de menos luminoso, menos radiante, menos solar, menos humoso. Humos. La pintura de Franz Hals se hunde en el humo de cien pipas, en los residuos sulfurosos de un gran fuego de artificio en un día de Carnaval. Brueghel el Viejo manifiesta las obsesiones y las angustias larvarias, si se puede decir así, del alma flamenca, perseguida por los terrores infernales de su antiguo inconsciente racial. Franz Hals encarna su gozo exterior, su risa, su ruido. La pintura de Franz Hals es una pintura que tíe en una gama de azules cenicientos, salmón, verdes ácidos, a veces rosas chillones y granates sombríos siempre semejantes a humaredas coaguladas. Una pintura que ríe menos que la de Jordans -ésta es como una verdadera carcajada-, pero que produce potentes cuadros de la vida de los campesinos, los reyes, los nobles, los burgueses, con un vago tinte de melancolía crepuscular aquí y allá. Rubens es el júbilo de la carne, un banquete de voluptuosidad en las irradiaciones de una gran magia solar. Jordans es la alegría artificial y disfrazada, es el teatro transportado a la vida familiar. Franz Hals es la nostalgia del goce latente, la añoranza de la vida interior, en medio de dinámicas escenas de una patética vida exterior. En la pintura de Franz Hals, las sombras de un crepúsculo apresurado suben al centro del sol de la vida”.