
Píldoras de la crítica. Platón y el peligro del arte y la literatura. Iris Murdoch
(Apenas un breve extracto para pensar, sin hacer crítica de la crítica, ni hacerse parte de entreveros, ni tener que recorrer estos caminos)
Lo que Platón piensa del arte y su teoría de la Belleza.
El peligro de la imitación, en Platón
“Los poetas nos confunden cuando retratan a los dioses como inmorales e indignos. No debemos dejar que Homero o Esquilo nos cuenten que un dios hizo sufrir a Níobe, o que Aquiles, cuya madre al fin y al cabo era una diosa, arrastró el cuerpo de Héctor tras su carro o que ejecutó a los troyanos cautivos junto a la pira funeraria de Patroclo. Tampoco se nos debería obligar a describir a los dioses riendo /// Estamos infectados por la interpretación o por el disfrute de un papel de maldad. De esta manera el arte puede causar un daño psicológico acumulativo /// Tomemos por caso al pintor que pinta una cama. Dios crea la Idea o Forma original Cama (argumento pintoresco este: en ningún otro lugar sugiere Platón que Dios hace las Ideas, que son eternas). El carpintero hace la cama sobre la que dormimos.
La imitación [¡atención!] se hace desde el propio punto de vista, en Platón
“Pero el arte siempre es malo para nosotros en la medida en que es mimético o imitativo. El pintor copia dicha cama desde su punto de vista hallándose, por tanto, a tres instancias de la realidad. No comprende la cama, no la mide y no podría hacer una. Evita el conflicto entre lo aparente y lo real que impele la mente hacia la filosofía. En vez de cuestionar las apariencias, el arte las acepta inocente o deliberadamente. De la misma manera, el escritor que retrata a un médico no posee los conocimientos de un médico, sino que simplemente «imita el discurso de un médico».
El efecto del arte imitativo y creador de un punto de vista, en Platón
“No obstante, como estas obras causan fascinación, sus autores son tomados indebidamente por autoridades, y la gente sencilla los cree. Seguramente, cualquier hombre serio preferiría producir cosas reales, sean camas o actividad política, mejor que cosas irreales que son meros reflejos de la realidad.
La necesidad del didactismo, en Platón
“Por eso, “los poetas, y también los autores de historias para niños, deberían ayudarnos a respetar la religión, a admirar a la gente buena y a ver que no hay crimen sin castigo. La música y el teatro deberían alentar la calma estoica en lugar de emociones tempestuosas /// Lo armónico de un sencillo motivo — arquitectónico o decorativo— o los objetos artesanales disfrutados desde la infancia pueden hacernos felices al suscitar armonía en nuestra mente
El arte no es un juego: hay creación de realidad, en Platón
“El arte o la imitación pueden ser tildados de «juego» y descartados por ello, pero cuando los artistas imitan lo malo están aumentando la suma total de lo malo en el mundo; y es más fácil copiar a un hombre malo que a un hombre bueno, porque el hombre malo es cambiante, entretenido y extremado, mientras que el bueno es tranquilo y siempre el mismo. A los artistas les interesa lo que es bajo y complejo, pero no lo que es simple y bueno. Inducen lo mejor del alma a «relajar la guardia». Así, imágenes de maldad y exceso pueden conducir incluso a que personas buenas se dejen arrastrar en secreto, mediante el arte, a emociones que en la vida real se sentirían avergonzadas de abrigar. Las bromas crueles y el mal gusto nos divierten en el teatro, y luego nos comportamos groseramente en casa. El arte da expresión y, a la vez, gratifica lo más bajo del alma, al tiempo que nutre y aviva bajas emociones que deberían dejarse fenecer.
[Estamos descomponiendo al Platón de Iris Murdoch. Pero no haciéndole decir lo que no dice, si no, llevando algo de esa luz que reclama sobre otros aspectos: admite por oposición que el arte es creador de realidad. Aunque]
Imitación y/o/vs. creación
Aunque, ni Aristóteles, ni Plotino, ni Iris Murdoch acepten esto último. Parece que ni el propio punto de vista admite que haya creación en la imitación:
“Por otra parte, considerar el arte como una mera réplica (una sosa fotografía) plantea la cuestión de qué es el arte con una amplitud que requiere comentario, aun concediendo la carencia de «un punto de vista estético» [en los griegos, y en todos antes de 1750]. Por contraste, las observaciones de Aristóteles parecen de un luminoso sentido común. Seguramente el arte transforma y es más creación que imitación, como la propia alabanza que Platón hace del «divino frenesí» debe implicar. Volviendo al ejemplo de la cama, el pintor puede revelar mucho más que el «punto de vista particular» de un observador ordinario. El pintor y el escritor no son simples copistas, ni siquiera ilusionistas, sino que a través de cierta visión más profunda del objeto de sus temas pueden convertirse en privilegiados reveladores de la verdad. La corrección tentadora la hizo Plotino, cuando sugirió que el artista no copia el objeto material sino la Idea: una visión que, examinada de cerca, resulta ser aún más insatisfactoria».
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Pero contra cualquier rápida conclusión nos advierte Iris Murdoch: “Es tentador «refutar» a Platón simplemente señalando las grandes obras de arte que existen y, al hacerlo, describir en términos platónicos la génesis y el mérito de estas … En cierto sentido, la Belleza del arte debe ser independiente del Bien porque el arte no es esencial. Aunque el arte exige esfuerzo moral y enseña una atención serena (como cualquier estudio serio puede hacer), es una especie de regalo, como el Sublime kantiano: un extra. Podemos salvarnos sin ver los Alpes o los Titian, y sin Tiziano o Mozart también. Hemos de hacer elecciones morales, no tenemos por qué disfrutar del gran arte y, de hecho, mucha gente buena no lo disfruta nunca. Pero seguramente el gran arte apunta en la dirección del Bien y para el moralista es más valioso como auxiliar que peligroso como enemigo … a una le tienta intentar dar una explicación más detallada —y, en parte, con el fin de hacer justicia a la argumentación platónica— de que el gran arte es bueno para nosotros y, al darla, tomar del propio Platón nuestro mejor material. El arte es un ejercicio especial de discernimiento para la inteligencia en relación con lo real, y aunque la forma estética tiene elementos esenciales de engaño y magia, la forma en el arte —igual que la forma en la filosofía— está diseñada para comunicar y revelar. U n ingrediente esencial del súbito gozo en respuesta al buen arte es un cierto sentido de revelación de la realidad, de lo verdaderamente real, del όντως ον: el mundo visto con una claridad con la que nunca antes fuimos capaces de verlo.
Lo que es difícil, necesario e inevitable en el fatum hum ano es el tema del gran arte. Para emplear una mezcla de lenguaje platónico y kantiano: vemos en sueños que, en propiedad, el arte se ocupa del sintético apriori, la zona intermedia entre dianoia y noesis, los estados más elevados de la mente que se describen en la República. El arte versa sobre el peregrinaje que va de la apariencia a la realidad (este es el tema de cualquier obra de teatro y novela buenas) y ejemplifica, pese a Platón, lo que su filosofía enseña acerca de la terapia del alma. Esto es lo «universal», el elevado asunto que Tolstói consideró era el ámbito propio de un artista. La causa divina (inteligente) persuade a la causa necesaria de que lo mejor es posible. A los mortales (en tanto que artistas y hombres) compete la labor de comprender lo necesario en aras de hacerse entender; de ver bajo una luz pura y justa la dureza de las propiedades reales del mundo así como los efectos de las causas errantes; ver por qué los buenos propósitos son contrarrestados, y dónde ha de aceptarse el misterio del azar. No es fácil hacer justicia a esta dureza y a este azar sin aplicarles una capa de fantasía o exagerar hasta el (cínico) absurdo. De hecho, el «absurdo» en el arte, que surge a menudo como intento de derrotar la fantasía fácil, a lo mejor lo provee sin más de un sofisticado disfraz. Al tiempo que nos muestra lo que no se salva, el gran artista nos muestra de manera implícita lo que significa la salvación. Naturalmente, el Demiurgo intenta contra viento y marea crear un mundo justo y armonioso. El artista (bueno), que Platón considera como una caricatura tan degradada, intenta retratar el mundo parcialmente fracasado tal y como es y, al hacerlo, producir algo agradable y bello. Ello implica una comprensión inteligente y disciplinada de lo que podrían llamarse los problemas estructurales del Demiurgo. Hay un «sublime absurdo», cómico o trágico, que depende de esta percepción profunda del origen de los «defectos» (Enrique IV, III. ii, y el Rey Lear, V. iii). Perdonable o imperdonablemente, hay una causalidad del pecado que es inteligible en parte. El buen artista nos ayuda a ver el lugar de la necesidad en la vida humana, qué ha de soportarse, qué se hace y qué se rompe, y a purificar nuestra imaginación para poder contemplar el mundo real (habitualmente velado por la ansiedad y la fantasía), incluso lo que es terrible y absurdo”.