
A partir de
Las niñas del naranjel, de Gabriela Cabezón Cámara
Mientras esta allí en una nueva vida; en una nueva otra vida.
***
Memoria, para no perderse a sí mismo; habiendo sido obligado a mentir.
“Ha de ser larga esta carta. La memoria tramposa es y contraria a la velocidad: no se prodiga al que huye, se place en faltarle al que vive mintiendo y cambiando de nombres, de gentes, de naciones”.
***
Clamar la propia inocencia; ¿cuánto sufrimiento -cuánto injusto sufrimiento- hay en esta súplica?: “te lo ruego, ténme piedad”.
“Soy inocente y tan a imagen y semejanza de Dios como cualquiera, como todos, no obstante haber sido grumete, tendero y soldado, más antes — antes— niñita en tu falda. ‘Hija’, ‘hijita’, llamábasme y ni aun hoy, creo, ni aun con mis hombros militares ni con mi bigotillo ni con mis callosas manos armadas de espada llamaríasme de modo otro”. Y ahora, arriero, Antonio, el primogénito americano que es hoy la niña de ayer, aquí en la selva americana con Michī y con Mitãkuña, después de haber escapado de la celda y la hoguera.
***
Memoria, inocencia, ¿de qué?
No de crímenes, incluso abyectos que cometería -aun que no dejaría de redimirse, lo que le salvaría al final.
Si no, inocencia de otra cosa.
“Supe que presa no, que antes cazador, y volví al mundo que empero no conocía”.
Y dejó el convento. Hacía ya, ahora, al momento de escribir esta carta, treinta años.
***
Y fue otra cosa de la que había sido.
“—Che, Antonio, ¿es kuimba’e ha kuña tu dios?
—¿Qué es eso, Mitãkuña?
—Hombre y mujer. Como vos, che”.
***
Es que, tal vez, para alcanzar la libertad, para vivir otras vidas de las destinadas para cada cual, para conocer otros mundos, no basta ser uno. No basta ser mujer. Pero, tampoco, basta ser hombre.
***
Mentiras que son su verdad; verdad fugitiva, obligadas mentiras ominosas, mejor: obligadas por un mundo ominoso; verdad que quiere retener, en unas memorias en forma de cartas, en una justificación ante sí y los demás en forma de cartas, en una afirmación valiente.
***
El padre que la quería priora, ¿qué diría de su hija la monja- Alférez?, pero, “allá él, en su España la vieja, donde las gentes nacen siendo lo que han de ser para siempre o, si no, no han de ser nada”.
Esa España vieja -esa vida vieja-, que se renueva cada vez; acaso lo nuevo sea solo un momento/un instante/una persona/una voz -como un instante de iluminación- entre tanta vejez.
***
“Allá él”. Esa expresión que puede contener un mundo de posibilidades.