
A partir de
El amor de una mujer generosa, de Alice Munro
De los cuentos aquí reunidos, elijo el primero que da título al volumen. La señora Quinn estaba enferma de los riñones. La enfermera Enid era compasiva con todos sus pacientes, porque era enfermera y eso correspondía. La señora Quinn estaba enferma de los riñones, pero no solo eso. “Enid creía saber lo que eso significaba, ese resentimiento y ese veneno, aquella energía acumulada para despotricar. La señora Quinn buscaba nerviosamente un enemigo. Las personas enfermas sienten rencor hacia quien está sano, y a veces ocurre entre los maridos y sus esposas e incluso entre madres e hijos. En el caso de la señora Quinn ocurría tanto con el marido como con las hijas”.
Y esto era aún peor con la señora Quinn. “La señora Quinn era un caso más complicado. La señora Quinn podría continuar desmoronándose y no habría en ella más que resentida malicia, no habría más que podredumbre en su interior”.
No era la única con sentimientos así. Lo complicado de la señora Quinn, arrancaba todo sentimiento, y todo deber, de compasión de Enid, es más, le repugnaba la señora Quinn. “Peor incluso que Enid sintiera esa repugnancia, era el que la señora Quinn lo supiera. Por mucha paciencia, dulzura y jovialidad que Enid acopiase, la señora Quinn aún lo sabría. Y la señora Quinn hacía de ese conocimiento su triunfo”.
Terminó siendo enfermera, aunque su padre le hizo prometer en su lecho de muerte que no lo sería: ver cuerpos, tratar con hombres, la haría una mujer vulgar. Y fue más allá: lo sería de los pobres, de los conflictivos, de todos aquellos que no podían ser tratados en el hospital, o incluso que eran allí rechazados. Con el señor Quinn, granjero, atormentado por su mujer a quien solo iba a su casa a visitarla, de quien Enid había sido compañera en el colegio, “no se podía decir que hubieran elegido una vida equivocada, que hubieran elegido contra su voluntad o que no hubieran sabido elegir. Únicamente no habían comprendido cómo pasaría el tiempo y cómo les convertiría no en algo más, sino en un poco menos de lo que eran entonces”.
Algo empezó a cambiar. Era de noche, otra noche más que pasa en lo de los Quinn cuidando a la señora enferma, “y allí estaba ella, allí estaba Enid, desperdiciando su vida con el trabajo y fingiendo que no era así. Tratando de aliviar a la gente. Tratando de ser generosa. Un ángel compasivo, como su madre decía, cada vez con menos ironía. Los pacientes y los médicos también lo habían definido así. Y durante ese tiempo, ¿cuántos pensarían que era tonta? Tal vez los que cuidaba la despreciaran en secreto. Pensando que en su lugar ellos no harían lo mismo. Nunca serían tan tontos. No. Miserables infractores, le venía a la cabeza. Miserables infractores”.
[Hay entre tantas enfermedades y cuidados, una muerte; hay la generosidad mezclada con el rencor; hay sueños obscenos y bondad; hay mentiras envueltas en cuidados; hay el silencio cómplice que parece hecho de colaboración y solo es cálculo en provecho propio; hay inocencia y corrupción; hay lo que vemos y lo que está debajo apenas oculto a nuestra vista. Hay una tensión moral: “Si una persona hace algo muy malo, ¿pensáis que debe ser castigada? —Sí —dijo Lois de inmediato—, se merece una tunda … ¿Y qué pasaría si se tratase de algo muy malo pero que nadie lo supiese? ¿Deberían contar lo que hicieron y luego ser castigados? … —¿Sabéis por qué creo que deberían ser castigados? —dijo Enid—. Es por lo mal que se van a sentir por dentro. Aunque nadie les hubiese visto actuar o nadie lo supiese jamás. Si haces algo muy malo y no te castigan, te sientes peor, mucho peor que si te castigan”].
Hay otra cosa, acaso más terrible. Tal vez no estemos hablando de un natural rencor de alguien que sufre, ni del agotamiento de un amor generoso, aunque más universal que particular, es decir, más impersonal y por tanto difícil de sostener y por tanto más probablemente reversible en su contrario. Tal vez, estemos hablando de algo inmodificable: no, no fuimos otra cosa distinta de lo que -acaso lo recordemos- queríamos ser de niños: seguimos siendo los mismos, pero -eso es lo terrible- menos: disminuidos: derribados: deteriorados.
Genial. Me encantan los relatos de Alice Munro.
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