La Madama, de Alicia Dujovne Ortiz

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La Madama, de Alicia Dujovne Ortiz

“Esto es un relato no una confesión”, se dice Elisa Alicia Lynch, que sería, que fue ya, ahora, ante los ojos de Víctor Hugo y Liszt, y esto les atraía y fascinaba, la poderosa Madama, mujer del caudillo (“cowdillo”) Francisco Solano López, y que, también, después de este relato les decepcionaría. Porque les relataría, con los horrores de la Guerra de la Triple Alianza de Brasil, Argentina y Uruguay contra Paraguay, de las matanzas que provocaron los tres países, sus frivolidades (¿lo eran?). Los grandes hombres “han decidido verla como una heroína y lo que esperaban de ella es una historia gloriosa, o sabrosa”.

Frivolidades (¿lo eran?), desde temprano, desde aquel matrimonio falso, de ella, una irlandesa.

(“Difícil saber qué es, o quién, ha vivido una aventura imposible de entender, de creer”. Quiso resumirlo: “Es difícil ser irlandesa”. No la entendieron. “Siempre fui extranjera”, quiso hacerlo más comprensible. “Una malquerida” (eso la unía a Francisco Solano López). “Ser otra”, “una irlandesa tropical”, una “pasajera melancólica”. Pero una irlandesa. Pensemos solo en la peste de la papa, que a tantos arruinó. Y mujer irlandesa, con ese destino mandatado. No para ella).

Una irlandesa casada entonces con Quatrefagges; y cuando pudo dejarlo, con sus apenas 19 años, desde aquel destino africano al que la llevó, le exigió a cambio ropas caras de moda. Mismas exigencias que se repetirían, aumentadas, como “la otra” del caudillo, del Mariscal Solano López, como Madama, también, como Mariscala, en ese raro paraíso de Sudamérica, hasta haber llegado a ser “gran dama y poderosa propietaria” del Paraguay.

Es que, “demasiado me habían mantenido en la sombra, ahora me asistía el derecho a lucir todos los perifollos del mundo … ya nunca rozaría las paredes con su vestido modestito de institutriz. ¿Había nacido para brillar? ¿para ser vista? Brillaría, sería vista, un poco para resarcirse del papel que el doctor [su primer marido Quatreffages, la madre y los tíos le atribuyeron en el reparto”.

Era más que resarcirse.

En sus casas del Paraguay, entre sus lujos de vestidos, joyas, “cada vez que paso junto a mis muebles de valor los acaricio con mano temblorosa, temiendo que se conviertan en una nubecita”.

Víctor Hugo y Liszt nada dicen con sus palabras, todo con sus gestos.

Era más que resarcirse, sí. Era vengarse.

Llevada a una casa aparte, aunque suntuosa. Visitada por el cowdillo por las noches, nunca en el día. Rechazada por la familia del Mariscal. Despreciada por las damas de la sociedad. “Por ahora mi lujo es mi venganza”.

Frivolidades multiplicadas. Pero en octubre de 1864 se declara la Guerra de la Triple Alianza. Fiesta popular frente a su casa. Querida por el pueblo, la proclamó su Mariscala, aunque la prensa seria y culta de toda Sudamérica la caricaturizaba. “La venganza es un plato que se come frío”.

(Irlandesa. Ahora se entenderá más. Además de la peste de la papa. “En esta guerra yo no estoy de acuerdo con nadie, pero, como irlandesa que soy, entre la locura del humillado y la del ofensor, elijo la primera”).

Sigue con su relato, que tiene de confesión. Previendo la derrota compra tierras. Con el Marsical, “tenemos sueños distintos, el suyo es que su nombre perdure, mientras que para mí, entre pasar a la Historia y un buen pasar, la elección está hecha”. Sí. Pero no abandonará Paraguay ni dejará de estar en el frente, ni en la retaguardia, ni en el último minuto hasta verse rodeados por las tropas enemigas.

Al mismo tiempo, “yo me concentro en lo único que no se pudre, el oro”.

Lejos, lejos de la narración que esperaban escuchar los grandes hombres.

Pero era vengarse, sí.

Detrás de toda gran historia, hay una historia pueril; y detrás de toda puerilidad, un poderoso motivo que, si sin prejuicios nos atrevemos a correr el velo, podremos encontrarlo y, acaso, comprenderlo.

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