Los amantes de Estocolmo, de Roberto Ampuero

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Los amantes de Estocolmo, de Roberto Ampuero

“La vida se parece mucho a las novelas o a las películas”. ¿Es así?

La vida del novelista chileno Cristóbal Pasos, auto-exiliado en Suecia con su mujer Marcela, él por haber renegado de su pasado comunista y el peso de su padre que se mantuvo al margen del proceso anterior al golpe, ella por ser hija del temible represor de la dictadura el coronel Montúfar, su vida, decíamos es al revés: su novela se parece a su vida: la novela que empezó escribiendo la fue modificando con lo que iba viviendo: los celos del novelista, los crímenes que se cometieron. “Esta realidad que describo a su vez en esta novela”.

(¿Quién mató a su vecina, María Eliasson?, ¿fue su marido como le confidenció la empleada polca Boryena?, ¿quién mató a Boryena?, ¿de quién sospechará el inspector Oliverio Duncan, también un exiliado chileno y ex guerrillero, y a dónde lo lleva el crimen del traficante de arte Victor que era de la mafia rusa?)

¡Ay!, es que, “¿crees que todo tiene una explicación racional y detallada, una lógica cartesiana, como la que aparece en tus novelas policiales? No, Cristóbal, la vida es así, injusta y caótica, una puta carente de sentido. Y hay muchas cosas que uno no escoge hacer que simplemente te ocurren…”.

(Y la joven punk, ¿qué sabe del crimen del mafioso ruso?, ¿y por qué Marcela esconde una sensual ropa íntima entre sus cosas?, ¿y vende, peligrosamente, obras de arte falsificado?)

Esta novela, imbuida de estos crímenes, celos, sospechas, que la vida le insufla, es ya otra cosa de la que empezó escribiendo. ¿O no? ¿O sí? “Ni Velázquez ni Rembrandt nos muestran efectivamente la verdad de las personas que pintaban. Toda su obra era una farsa, una mera concesión a la percepción que tenían de sí mismos quienes les encargaban los cuadros”: “Yo no creería en el supuesto realismo de lo que han hecho”.

(Pero, ¿si los encuentros con el inspector Duncan no son casuales?)

Tal vez, no se trate ni del todo del orden de las novelas, ni tampoco del todo del desorden de la vida.

Tal vez, “no hay tal tajante separación entre la vida y la ficción … Ahora entiendo que no existen deslindes exactos entre realidad y ficción”.

Cierto (¿No?)

Aunque…

Aunque una diferencia sí hay. “La diferencia no radica en lo que se narra, pues el relato engloba todas las alternativas posibles, todas las opciones existentes, todos los escenarios imaginables, sino en el hecho de que una de esas versiones es irreversible”.

Despótica irreversibilidad de la vida, libre infinitud de la ficción.

(¿Qué hará entonces Cristóbal pasos cuando, algunos años después, ya viviendo en Portugal, se vuelva a encontrar con el inspector Duncan?).

No quita, sin embargo, que “no somos lo que somos, sino lo que contamos que somos”. Pero también, “cuanto los demás aceptan de este relato”.

Finalmente, ni la vida imita al arte, ni el arte imita a la vida, sino que se dan la mano, se entremezclan, a veces felizmente, a veces sangrientamente.

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