
A partir de
Soy Milena de Praga, de Monika Zgustova
“Pero una persona no debe ser la sombra de nadie”.
[¿Quién es el mundo de quién? La pregunta puede parecer odiosa. No lo es].
Desafiaba las convenciones de su época.
Hija de una rica familia, gastaba a manos llenas. Queda embarazada, aborta. Se enamora de mujeres.
Hace, aunque sea compensatoriamente ante las humillaciones del marido, afirmaciones feministas: “Hay un nuevo tipo de mujer, realmente moderna y hermosa, que es trabajadora, autosuficiente, firme y valiente, que puede ser compañera, amiga y ayudante de un hombre, y que puede vivir de su propio sueldo, de su empleo. Que no teme ni se asusta ante ningún trabajo, que permanece detrás del mostrador en el banco o delante de una máquina en una fábrica con la misma paciencia y capacidad de esfuerzo durante todo el día que los hombres, que mira tranquilamente a la vida a los ojos y no busca ningún invernadero artificial”.
[Pero: se la estaba recordando por ser el mundo de él, su amada. Admiramos su círculo, que es admirable, por cierto; pero no a costa de ella, invisibilizándola; no. En su círculo hay muchos, tantos, tantos grandes].
Participa en las movilizaciones de su tiempo, ese tiempo histórico de la caída de los Imperios, la primera guerra mundial, la revolución rusa, el ascenso del nazismo, la segunda guerra mundial. Es columnista de los grandes diarios de Praga.
[En su círculo está, por supuesto: Ernst Polak el célebre y temido crítico literario de Praga, que se enamoraría de ella, quedaría embarazada, abortaría, se casarían, la dejaría por otras aburrido ya de ella; ella, Cenicienta, se vestiría hermosa algunas tardes admirando a muchos].
Todos recordamos, leímos, escuchamos, de los grandes personajes históricos que se reunían en aquella Viena de los años ’20. Pues bien, también estaba Milena. “Solíamos ir al café Central y al café Herrenhof, uno a tiro de piedra del otro. Esas cafeterías se convirtieron en un refugio para escritores … se convirtieron en el hogar de la comunidad bohemia pobre. En un café se escribía, se corregían las galeradas, se conversaba … Llegué a formar parte de esa comunidad de cafés y eso me alegraba. Pero nunca me acostumbré del todo, no encajaba. Me apetecía estar sola”.
[En su círculo están: Los escritores Franz Werfel y Egon Erwin Kisch. La deslumbrante exmodelo de los pintores, Ea von Allesch y el elegante Hermann Broch. Karla Kraus. Robert Musil].
Lee a Dostoyevsky y a Nietzche, a Masaryk.
Pero, todos ellos, estilistas y estetas, se burlan de ella. Igual, afirma, “para mí, la literatura es una forma de conocer la existencia, al hombre. Y conocerme a mí misma —dije con demasiada sinceridad, quizá”.
Traduce a Kafka.
Traduce para Freud y hasta le hace de intérprete.
Hacía clases de checo, allí en Viena.
Fueron amantes con Hermann Broch.
Escribía todos los días, para aclarar sus pensamientos.
[En su círculo está, por supuesto: Franz Kafka].
Kafka le manda una carta: sí, autoriza las traducciones al checo de sus textos. Y que lo visite.
Otras convenciones que rompía.
Habría un particular, contenido, amor. “Aquel hombre que apenas me conocía me comprendió: lo único que necesitaba era un poco más de cuidados. Mi madre y mi hermano mayor habían muerto, mi padre no me hablaba, mi marido se dedicaba a otras mujeres. Este joven sensible me cayó del cielo”.
Un amor hecho de mutuas necesidades, y mutua admiración; no de la mutua atracción. “Vivía para la traducción, todo lo demás me parecía poco, y solo esperaba sentarme por la noche bajo la luz amarilla de la lámpara y dejarme llevar por el insólito mundo de Frank, más verdadero que cualquier otra cosa que hubiera leído”.
Un amor hecho de interés por el otro. “Aprendí lo que es el amor: interesarse por el otro. Hacer preguntas. Interés por el presente, pero también por el pasado. Cada pequeña cosa relacionada con el otro”.
Un amor hecho de la común sensación de sentirse parias – sí, parias, más que, frívolamente, rupturas de convenciones- en su sociedad. Parias: “el otro, el que es diferente de los demás. El extranjero, el exiliado y el exiliado del interior —dije, pensativa—. Por eso es tan frágil”, como el Odradek, como Josef K.
Pero Milena no, Milena no es frágil.
Pero había, por sobre todo, la renovada confianza en sí misma que su marido, y la vida en Praga con toda la frivolidad de intelectuales y literatos reunidos en torno a la mesa de uno de sus famosos Cafés, había destrozado. Confianza en sí misma que descansaba en su trabajo: “Recuperé la confianza en mí misma. Nadie podía quitármela mientras traducía”.
Traducir [sabemos con Borges] es co- crear. Haber elegido a Kafka, entonces no el profeta de hoy, fue también su mérito. Así, comienza a escribir más artículos.
Traductora y escritora. Y sugiere argumentos para sus novelas. Y hasta el título de El Castillo. Co- creadora. Y Kafka [¡ay de los que critican -sólo en las escritoras- la auto-ficción!] escribe sobre ellos en sus novelas y en sus cuentos [por supuesto está también, todo lo otro, por ejemplo, que “previó todo esto, incluidas las ideologías deshumanizadoras, el comunismo y el nazismo, y escribió sobre ellas en sus novelas y relatos alegóricos].
[Alma Mahler. Walter Gropius. Max Brod].
Pero no, no viviría por Kafka, que tantos cuidados necesitaba. “Pero necesitaba la libertad como el aire que respiraba, y vivir la vida de otra persona no era para mí. No podía y no quería vivir como si estuviera en una celda buscando una ventana, esa abertura al aire libre”. Estaban sus propias necesidades. Sólo debía dar un paso más.
Después de ocho años, a sus veintisiete, deja a Viena y a su marido, vuelve a Praga.
No por Kafka, que estaba en Viena, internado en una clínica, y llevaban ya tres años apenas escribiéndose esporádicamente; y que poco antes de dejar Milena aquella ciudad, moriría, y ella escribiría en su obituario: de su paradoja: un hombre “tímido, ansioso, amable y bueno, pero escribió libros crueles y dolorosos”; de su visión profética: “conocía a los hombres como solo pueden conocerlos personas de gran sensibilidad nerviosa, que están solas y pueden ver proféticamente al hombre entero a partir de un único guiño de su rostro”; de su penetración: “Era un hombre y un artista de conciencia tan aguda que llegó a oír incluso ahí donde otros, sordos, se sentían fuera de peligro”.
[Ya no brillaría con la luz refleja de las grandes figuras literarias e intelectuales. ¿O sí?]
Y redoblaría su escritura de periodista: había ganado la confianza en sí misma, la libertad, la independencia.
Fue periodista: le ofrecen ser la directora de las páginas para mujeres de Národní listy, el periódico más leído y más prestigioso de Checoslovaquia. Aceptó: “mi sección sería una provocación en aquel periódico conservador. Mi equipo lo formarían feministas, algo muy necesario en Praga. Sería un soplo de aire fresco en el mal ventilado ambiente del viejo patriarcado austrohúngaro”.
Fue escritora: publicó tres libros.
Escribió para un periódico comunista. Rompió al conocer del stalinismo, sus purgas.
Se unió la resistencia anti- nazi. Además, “tengo familias judías enteras alojadas en mi casa, gente de fuera de Praga que aguarda visados para ir a Londres. Las ayudo con la tramitación de sus visados, tengo una red”. Dirige publicaciones clandestinas en la lucha anti- fascista. Se hizo a sí misma, “una heroica resistente que lucha con la pluma”.
En 1939 la detiene la Gestapo. Después, Ravensbrück, el campo de concentración de mujeres, donde moriría.
[Sí: apagaron su luz: seguiría después brillando con la luz refleja, de la que no es culpable, de Kafka. Por eso, aquí, en esta lectura, este reforzado, necesario una y otra vez, contraste. Porque, lo dijo Milena: “una persona no debe ser la sombra de nadie”].