Píldoras de la crítica. Arte, placer y propósito: Platón, Kant, Tolstoi. Iris Murdoch

Píldoras de la crítica. Arte, placer y propósito: Platón, Kant, Tolstoi. Iris Murdoch

(Apenas un breve extracto para pensar, sin hacer crítica de la crítica, ni hacerse parte de entreveros, ni tener que recorrer estos caminos)

Puritanos del arte y la literatura: Platón, Kant, Tolstoi: el miedo al placer

“Comparemos la visión de Platón, tal y como se expresa en el Filebo, con las de otros dos grandes puritanos: Tolstói y Kant. El miedo al arte de Platón, y el de aquellos, es, en cierta medida, miedo al placer.

Tolstoi: propósito y no placer: postulado, pero no práctica literaria

“Para Tolstói, el arte debería definirse no a través del placer que puede procurar, sino a través del propósito al que puede servir. La Belleza está vinculada al placer; el arte está apropiadamente vinculado a la religión, y su función es comunicar la percepción religiosa más elevada de una época. Un tipo de arte que disgustaba en particular a Tolstói (y que criticaba abiertamente mediante el método «a esto no le veo ni pies ni cabeza») era el arte introspectivo, que se alimenta a sí mismo, el de los últimos románticos (Baudelaire, Mallarmé y Verlaine), por ser deliberadamente oscuro y porque «los sentimientos que el poeta transmite son malignos». Tolstói también condenó a Shakespeare por carecer de moralidad. El arte elaborado tiende a ser una especie de mentira. Tolstói estaría de acuerdo con el Filebo 52 d: la intensidad y la cantidad no están relacionadas con la verdad. Las teorías estéticas de las academias son perniciosas porque presentan el arte como si fuera una suerte de misterio complejo y elevado. Pero no hay misterio. La pureza, la simplicidad, la veracidad y la ausencia de fingimiento o de pretensión son el sello del arte sólido, y un arte así se entiende de modo universal, como ocurre con los sencillos cuentos populares o con las fábulas. La gente corriente sabe por instinto que el arte se degrada si no se atiene a la sencillez. De acuerdo con este criterio, Tolstói estaba más que dispuesto a desechar por mala casi toda su propia obra (en ¿Qué es el arte?, capítulo VI, solo salvaba El prisionero del Cáucaso y Dios ve la verdad y espera).

Platón y el espanto del alma: resguardar la Belleza/la Moral/ la Verdad, contra el arte

Tanto Platón como Kant, por ser tan conscientes del espantoso y taimado egoísmo del alma humana, ansían levantar barreras metafísicas ante determinadas sendas, muy manidas, que llevan a la depravación, y mantener apartadas ciertas ideas que anhelan fundirse. La casi fanática insistencia de Kant en una estricta veracidad tiene su correspondencia en la de Platón, solo que esta última está, hasta cierto punto, velada por la lúdica astucia del griego. Platón quiere separar el arte de la Belleza porque considera que la Belleza es un asunto demasiado serio para que se la apropie el arte. Concede que la moralidad entre en el arte, pero solo en un nivel rudimentario (como recordatorio de armonías más elevadas) o bajo la mirada del censor /// Platón emplea de manera continua la imagen de un todo armonioso que determina un orden apropiado de sus partes. Se trata, sin duda, de una de sus imágenes primordiales. El alma, el Estado y el cosmos son totalidades orgánicas de esa índole, y habla (por ejemplo, Fedro 286 d) de la forma en que, en el arte, la imaginación inspirada va más allá de la técnica para producir una suerte de completitud. Pero mientras que Aristóteles trata sobre la estructura estética en términos que nos resultan del todo familiares (Poética VII y VIH: «Un todo es lo que tiene un principio, un medio y un fin». «Aquello cuya presencia o ausencia no entraña una diferencia perceptible no es parte integral de un todo»), Platón nunca establece una definición semejante de nuestra «obra de arte» ni por supuesto define el arte por oposición a artesanía, salvo en apariencia. El tiende a discutir los efectos de estilos y patrones más que la naturaleza de los objetos completos. Cuando pensamos en el arte, sobre todo, pensamos en objetos, pero hay tradiciones artísticas — la del islam en particular— que no lo hacen.

Kant y el espanto del alma: resguardar la Belleza/la Moral/ la Verdad, con el arte, contra lo Sublime

“Por su lado, Kant quiere separar la Belleza de la moral. Y restringe la Belleza por la misma razón por la que Platón restringe el arte: para apartarla limpiamente del camino de algo más importante /// Kant ofrece una definición cuando describe la Belleza como lo que surge cuando la imaginación compone la experiencia sensible bajo la guía —general, ordenada y formadora de objetos— de la comprensión, pero no da un concepto. La Belleza posee una ocasión objetiva formal, pero es una composición subjetiva única, con aire de firme propósito organizativo pero sin propósito. En la Crítica del juicio, Kant aporta dos versiones de la Belleza. Una es estrecha y formalista (sería, por decirlo así, lo que la Belleza debería ser), y la otra, que tiene en mayor consideración las obras de arte propiamente dichas, y que desarrolla la idea del artista como un «genio» inspirado, es más amplia y más confusa (el don desconoce su método). Casi todo el arte «real» resulta ser «impuro»; Kant seguramente estaría de acuerdo con Platón en que los placeres literarios lo son. En la versión más estricta, el juicio puro del gusto afecta solo a propiedades formales; el deseo, el encanto o los contenidos morales e intelectuales quedan excluidos. El color es algo meramente encantador. Las figuras geométricas en sí mismas no son bellas pues las constituye un concepto. Los ejemplos kantianos de belleza pura sin concepto, en el arte o en la naturaleza, poseen una simplicidad platónica: los pájaros, las flores (los tulipanes, por ejemplo, parecen haberle gustado mucho), los diseños de estilo griego o patrones vegetales sobre papel pintado (Platón no habría puesto objeciones al papel pintado sin pretensiones). Aunque la Belleza carezca de un mensaje moral, el gozo instintivo de la Belleza natural es el sello de un alma buena: las formas de la Belleza natural son espiritualmente superiores a las del arte … Al distinguir lo sublime de lo bello, Kant dirige por completo su maquinaria al intento de mantener bien separadas la reivindicación del mundo espiritual del disfrute de la Belleza, más simple, egoísta y sin exigencias. Discernimos la Belleza y descansamos en su contemplación cuando la imaginación es inspirada por la experiencia sensible para que formule una pauta singular, no conceptual. Lo sublime, por otro lado, es un sentimiento turbador (que consideramos un atributo de su causa) que surge en nosotros cuando la acreditada demanda de unidad inteligible de la razón es derrotada por la informe vastedad o poder de la naturaleza; su aspecto es igualmente «ilimitado», por usar el lenguaje del Filebo: el cielo estrellado, las montañas, las cataratas o el mar. Es una especie de sentimiento estético y, sin embargo, moral, de una mezcla de placer y dolor afín al respeto que inspira la ley moral: dolor por la derrota de la razón, pero placer ante nuestro sentido, al reaccionar, de la dignidad y valor espiritual de la razón. Lo sublime agita y despierta nuestra naturaleza, espiritual. En esta experiencia no somos empujados a un estudio teórico de la forma de la naturaleza, sino que recibimos el impacto de la carencia de forma de la naturaleza, y se reaviva el gozo en nosotros, fruto puro de nuestra facultad moral. Lo sublime, y no lo bello, es lo que, mediante una emoción depurada, nos conecta con el Bien más elevado, y es un agente activo de iluminación. Esta separación metafísica en la que se empeña Kant es hostil tanto al egoísmo del sentido común (que rechaza lo sublime o lo trata de bello) como al idealismo hegeliano (que demanda la reducción de ambas áreas a una unidad inteligible).

Kant, Platón, y el espanto del alma

“«¿Seguirá negando alguien que está todo lleno de dioses?», pregunta aquí Platón, citando a Tales.

Platón se parece a Kant en el temperamento porque combina una gran conciencia de la posibilidad humana con un gran sentido de la inutilidad humana.

A Kant le preocupan ambas cosas: tanto poner límites a la razón como acrecentar nuestra confianza en la razón dentro de esos límites. Aunque sabe cuán apasionados y malos somos, Kant es un demócrata moral y anhela que todos los seres racionales sean capaces de cumplir con sus obligaciones. Por otro lado, Platón es un aristócrata moral, y un tipo diferente de puritano a este respecto, para quien la mayoría de nosotros, de manera casi irrevocable, se ha zambullido en la ilusión. Platón no pone límites teóricos a la razón (excepto, de forma mítica, en el Timeo), pero la vasta distancia que establece entre el Bien y el Mal le hace ser tan ajeno a Hegel como Kant. A Platón se le acusa de «intelectualismo» moral, de creer que no es la moralidad ordinaria lo que nos salva, sino, de una manera u otra, el pensar.

Lo superior de la filosofía, lo inferior del arte: lo superior de la unidad, lo inferior de la multiplicidad: conocimiento vs. experiencia

“Verdad es que el artista comienza a parecerse a un a suerte especial de sofista y que no es el menor de sus delitos dirigir nuestra atención hacia lo particular, que presenta como intuitivamente cognoscible, cuando, en lo que concierne a su cognoscibilidad, la filosofía tiene serias dudas, y de peso. El arte deshace el trabajo de la filosofía fundiendo deliberadamente el conocimiento por experiencia y el conocimiento por descripción.

La Belleza vs. el arte

“la Belleza, a la que Platón atribuye, por el contrario al arte, un papel muy importante. En tanto que agente espiritual, en Platón el arte queda excluido de la Belleza. En la obra de Platón, como ya he dicho, hay una gran preocupación por las formas de salvación …

Buscamos con fervor variados «bienes» que no logran satisfacernos. Por lo general, cabe que la virtud no nos atraiga, pero la Belleza ofrece valores espirituales bajo una forma más accesible y atractiva. Lo bello en la naturaleza (y, nos gustaría añadir, en el arte) reclama y recompensa la atención puesta en algo que se entiende como enteramente externo e indiferente al codicioso ego. Ni podemos poseer lo bello ni asimilarlo (tal y como también explica Kant). En este instructivo sentido, lo bello es trascendente y puede proveernos la primera imagen (en el sentido de experiencia) de la trascendencia, posiblemente, la más persistente.

Por su parte, “el arte socava nuestro sentido de la realidad y nos alienta a creer en la omnipotencia del pensamiento …

Un poeta es una amenaza porque puede corromper incluso al hombre bueno y, potencialmente, cuanto más sofisticado es el arte, más peligroso resulta.

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