
[Hay objetos de arte sin nombre. Todo nos dicen, nada nos dicen. Hasta que llega alguien, cualquiera de nosotros, una escritora, lo nombra; le otorga un sentido. Puede ser otro, no importa. Un acto contra- magritteano, por así decir, y su “esto no es una pipa”;

de afirmación, de otro posible encuentro entre el arte y la literatura].
“El arado de Sísifo
Arrastró la roca colina arriba, mientras el resto de mortales se lamentaba: ¡Tan pesada! Se escribieron multitud de mitos, y lo lloraron entre dientes -vencidos-, sin saber que construía.
Llegó a lo alto y elaboró un cincel con los dedos entumecidos. Lo usó para penetrar la piedra -sacó chispas-, hasta lograr una forma icónica que reflejara su lado más humano.
Al fin, consiguió un arado, con el que surcó los suelos, para que el agua y el sol, cultivaran un futuro de vientres satisfechos. Así labró la tierra. Así labró su huella.
Después susurró para sí mismo: Hoy voy a convertir la tragedia, en la más verde de las primaveras”.