
A partir de
El entierro de Roger Malvin, de Nathaniel Hawthorne
Hay hechos singulares.
Por ejemplo, de los de las guerras contra los indios, en 1725, lo fue la célebre batalla de Lovell.
***
¿Pero por qué alcanzan esa singularidad?
Porque son “susceptibles de recibir la luz de luna de lo novelesco”. Aunque, para esto, la imaginación, debe tener “el juicio de dejar en la sombra ciertos incidentes”.
***
Es que los hechos son los hechos: dos hombres heridos, se acostaron sobre un lecho de hojas de roble una mañana luminosa.
Pero no lo que acompaña los hechos; no los misterios que rodean nuestras vidas, muchas veces silenciosos. Es lecho de hojas sobre el que se recostaron, “se esparcía sobre el pequeño espacio llano al pie de una roca … La mole de granito, que levantaba su lisa superficie unos seis u ocho metros sobre sus cabezas, no dejaba de asemejarse a una enorme lápida, sobre la cual las vetas parecían componer una inscripción en caracteres olvidados”.
***
El mayor de los dos se lamenta, “la bala india era más mortífera de lo que yo creía”. El joven quiere cuidarlo, el mayor le dice que siga el camino, también está herido, debe salvarse, y “aquí está esta roca gris, en la que labraré con mano moribunda el nombre de Roger Malvin”. Insiste ante la negativa del otro: seguramente encontrará ayuda en el camino y vendrán a rescatarlo. Hacia veinte años, él, Roger Malvin, había hecho lo mismo por un compañero moribundo con quien escaparon del cautiverio indio.
El joven fue rescatado en el camino, enfermo, desvarió, al recuperarse estaba Dorcas, la hija de su compañero dejado sobre el lecho de hojas del roble y a quien había recomendado como esposa. Contó lo sucedido. Todos lo elogiaron, al poco tiempo se casó con Dorcas.
***
Los hechos son los hechos, lo que los acompaña, no. ¿Podríamos saber de estos últimos sin la luz de luna de lo novelesco?
El joven se sentía avergonzado, “le pareció imposible admitir que su egoísta amor a la vida lo había hecho alzar el vuelo antes de que se consumara el destino del padre”.
***
Los hechos, ¿son los hechos?
Dorcas le había preguntado si lo había enterrado. No dijo que no, no dijo que sí; aunque lo dio a entender. Dejó allí flotando lo ambiguo.
La ambigüedad, ese recurso de la ficción que se entremete en la vida, haciendo de los hechos materia blanda, materia de ficción.
Se llenó de una culpa secreta, de “la obsesiva y atormentadora fantasía de que su suegro todavía esperaba, al pie de la roca, sobre las hojas secas, vivo, la ayuda prometida. Estos espejismos, sin embargo, se iban como venían y él nunca los tomaba por realidades; pero en los estados de ánimo más tranquilos y lúcidos era consciente de tener una promesa por cumplir y de que un cadáver insepulto lo llamaba desde la espesura”.
La fantasía tomaba el mando de la vida, los hechos se deshacían; la vida y la ficción se entremezclan. Es en vano que intentemos delimitarlas.
***
No hizo caso de la promesa por cumplir que aquellas fantasías le reclamaban. Se amargó. Se fue abandonando, descuidó su granja. Se arruinó. Marchó de allí entonces, con Dorcas y su amado hijo Cyrus. Sin rumbo aparente, acamparon cerca de la roca que sería una lápida. Salen padre e hijo cada uno a la caza del ciervo para proveerse alimento. Un ruido. Un disparo.
El grito de una madre.
Y la vida había sido iluminada novelescamente, también, profetizada. La mole de granito, sería una triste lápida.
(Traducción: Marcelo Cohen)