ARTE Y LITERATURA. Fuga en masa, Michael Quanne. El arte primitivo. John Berger

“La pintura de Michael Quanne es excepcional por la riqueza y la sutileza de la experiencia que narra. Todas las figuras, por pequeñas que sean, son un retrato; no hay estereotipos. (Sin duda, Quanne es un buen narrador, pues tiene ese poder de observación: cuando ve una cara, detecta un destino). Cada gesto pintado se deriva de una experiencia activa: observemos las figuras que trepan por el muro en Fuga en masa, o el muchacho levantando los cubos en Hora del desayuno o la pareja que avanza hacia el espectador en Paraguas. Y digo ‘pareja’ porque, aunque sean niños, ya son ancianos.

Esta ambigüedad sobre la edad presente en su arte (transforma en niños a los adultos en la vida real) está arraigada en su experiencia, creo, y puede que guarde relación con tres ideas: que los niños que se crían en la calle maduran pronto, que a los presos se les trata como a niños castigados y que, entre aquellos a quienes la ley ha declarado culpables, muchos podrían alegar una inocencia que nunca será formulada. No hay nada poético o conmovedor en relación con esa inocencia; no es sino el asunto y sus circunstancias visto desde otro lado, del lado en donde apenas nada llega a formularse, pero en donde el ansia de amor (y si no amor, respeto) permanece intacta.

Por último, me gustaría señalar una dimensión en el arte de Michael Quanne que no se deriva de un entorno o medio social específico, sino que es universal: la presencia sentida de lo que no es visible. Cada uno de sus cuadros parece algo estudiado detenidamente desde una ventana, un exterior visto desde dentro o un interior visto desde fuera. Por supuesto, uno podría ver cualquier cuadro de esa manera. Pero en los de Michael Quanne, el espectador se hace conciente de que la ‘ventana’ está recortada en un muro que oculta algo. Lo que vemos transmite una inquietante sensación de lo que hay más allá del marco. El pie de la colina hacia el que se dirigen los patinadores. Lo peor -aquello que Quanne dice que prefiere no pintar-, los portones de la prisión, el banquillo de los acusados, el uniforme. El lugar misterioso del que proceden los animales. El cielo en el que volará la cometa. El jardín exterior para el que se hicieron los triciclos que hay dentro… Este es un libro compuesto de imágenes de encarcelamiento… y sueños de libertad”.

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La palabra ‘primitivo’ cuando se utiliza en relación con un pintor como Quanne, es doblemente confusa …

Cualquier pintor profesional aprende un lenguaje pictórico determinado, y este lenguaje, visto desde lejos, siempre es limitado porque ha sido desarrollado para expresar y satisfacer unas experiencias y no otras. Todas las formas artísticas están íntimamente relacionadas con un tipo de experiencia. La diferencia entre la música de cámara y el jazz no es una diferencia de calidad, no tiene que ver con el refinamiento o con el virtuosismo, sino con dos modos de vida distintos, modos de vida que quienes se dedican a la una o la otra no han elegido, sino que han nacido en ellos. La técnica profesional adquirida por un aprendiz en el estudio de Gainsborough era ideal para pintar plumas y satén, pero inútil para pintar una Pietá.

En el arte, todos los estilos aprecian unas experiencias y excluyen otras. Cuando alguien intenta introducir en la pintura una experiencia vital que el estilo en curso o los estilos tradicionales excluyen, los profesionales suelen tildarlo de torpe, grotesco, burdo, naif o primitivo. (Le sucedió, entre otros, a Gustave Courbet, a Vincent van Gogh, a Käthe Hollowitz, y antes le había sucedido a Rembrandt).

Sería un error achacar este fenómeno a la mala fe de los profesionales, pues, en cierto sentido, los epítetos son correctos. La experiencia intrusa no puede compartir la cultura de las experiencias apreciadas, favorecidas en una sociedad dada. Tiene su cultura propia, una cultura de exclusión. Por su misma naturaleza, requiere una expresión distorsionada, inconexa o torpe en relación con el gusto predominante”.

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