La canción de Aquiles, Madeline Miller

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La canción de Aquiles, Madeline Miller

¿Por qué él, por qué Patroclo?

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Ante Tindáreo, rey de Laconia, se presentan reyes como pretendientes de la bella Helena: Filoctetes, uno de los camaradas de Heracles; Idomeneo, rey de Creta; Menelao, hijo de Atreo, que estaba junto a su hermano Agamenón; Ulises, hijo de Laertes; Patroclo, hijo de Menecio, que despreciaba a su hijo y quería a Helena para sí; Áyax, hijo de Telamón.

El problema no era la decisión que pudiera tomar Tindáreo. El problema, como lo advirtió el astuto Ulises, era “saber cómo vas a evitar que los perdedores te declaren la guerra… a ti y al afortunado nuevo esposo de Helena. En esta sala veo a una docena de aspirantes dispuestos a saltar al cuello de los demás”. Y propuso una solución: que eligiera Helena y que todos los allí presentes se juramentaran que defenderían al elegido. Se escandalizaron: ambas propuestas eran insólitas.

Pero Tindáreo aceptó: Helena eligió a Menelao, y el padre entonces dio como esposa a su otra hija, Clitemnestra al hermano, Agamenón, además de su sobrina, Penélope, a Ulises.

Poco después, por una riña Patroclo mata al hijo de un noble, y es enviado al exilio, a Ftía, reino del rey bueno Peleo, padre de Aquiles con la ninfa Tetis entregada a la fuerza por los dioses que le indicaron que ella se resistiría y debería violarla. Cuando Patrocolo vio a Aquiles, “me quedé boquiabierto y sin capacidad de reacción al ver sus ojos de un intenso color gris y sus hermosos rasgos, delicados como los de una doncella”. Poco después, donde comían, “nuestros ojos se encontraron durante unos instantes y yo me estremecí de los pies a la cabeza”.

Aquiles reclamaría ante su padre que a Patrocolo “le quiero como compañero. Utilizó la palabra therapon, un hermano de armas consagrado a un príncipe por lazos de sangre, juramento y amor. En la guerra, esos hombres formaban la guardia de honor del rey y en la paz eran sus consejeros más cercanos”. Era, además, un honor por la profecía pronunciada al nacer Aquiles: “seré el mejor guerrero de mi generación”; sería así, semi-dios, hijo de Peleo y una diosa. Y ordenó a Patrocolo que durmiera en su habitación.

Todos los otros jóvenes que esperaban aquel honor se preguntaban: ¿por qué él, por qué Patroclo?, “un muchacho pequeño, desagradecido y probablemente maldito”.

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Y, pasados los años, ya con sus dieciséis, “nuestros cuerpos se acoplaron uno en torno al otro como si fueran manos”.

A Patroclo, le preocupaba lo que dirían de enterarse Quiron, el centauro que los preparaba en el monte Pelión, Peleo el padre de Aquiles, y peor, más temible, Tetis la diosa madre de Aquiles, que quería que fuera un dios. Pero nada preocupaba a Aquiles, que no quería ser un dios sino un héroe: “—Di el nombre de un héroe que fuera feliz. Me detuve a considerarlo. Heracles se volvió loco y acabó matando a su familia. Teseo perdió al padre y a la novia. Los hijos de la nueva esposa de Jasón fueron asesinados por los de la primera. Belerofonte mató a la Quimera, sí, pero acabó tullido al caerse del lomo de Pegaso, el caballo alado”.

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Peleo los convoca a Micenas, el reino de Agamenón: “La esposa de Menelao, la reina Helena, ha sido raptada de su palacio en Esparta”. Todos, por aquello juramento, debían combatir en Troya adonde la habían llevado.

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Tetis no quería que su hijo fuera a Troya aún, y se llevó a Aquiles a la isla de Esciro, reino de Licomedes, secretamente, disfrazado de mujer para que nadie supiera que está allí oculto, y secretamente lo desposó con la hija del rey, Deidamia, para separarle de Patrocolo, que quedó embarazada y reclamó a su esposo, cuando Patroclo llegó a la isla y Aquiles lo presentó como su esposo.

Mientras, “Los antiguos pretendientes de Helena habían hecho honor a su promesa y ahora la flota de Agamenón estaba abarrotada de miembros de la realeza. Se decía de él que había logrado lo que nadie había sido capaz hasta entonces: unir a nuestros quisquillosos reinos en una causa común … él lideraría la expedición a Troya”.

Y llegaron a Escira Ulises y Diomedes, revelaron el engaño y se reunieron con Aquiles y Patroclo: los querían en Troya. Ulises convenció a Aquiles: obtendría fama y honor; si no, se consumiría en el olvido y el tedio. Es cierto, de allí no volvería. Pero Aquiles decidió ir. La profecía de la fama y el honor proseguía: no moriría antes que Héctor. Patroclo le pide a Aquiles, entonces, que no le mate.

Aquiles quiso saber a quiénes se enfrentarían: del lado troyano estaban el rey Príamo, que tiene cincuenta hijos y que todos han crecido con una espada en la mano, y otras tantas hijas. Todos sus hijos son famosos Paris, amado por Afrodita, Troilo el menor de todos, su primo Eneas, hijo de Afrodita, Héctor el hijo mayor, favorito de Apolo.

“Aquiles había elegido convertirse en leyenda”, a costa de su vida.

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Se presenta ante los otros generales, y al primero entre ellos, Agamenon: “Soy Aquiles, hijo de Peleo, hijo de dioses, el mejor de los griegos. He venido a traeros la victoria”.

Que antes tendría: el sacrificio de Ifigenia; el ataque desde la costa, arrojando Aquiles una lanza como si fuera un arco arrojando una flecha, veloz, certera, mortal; el asedio a los alrededores de Troya con la matanza o esclavización de inocentes campesinos; el reparto del botín: objetos, con y sin valor, mujeres como esclavas o mancebas (Aquiles y Patroclo reclamaron a una, Briseida, para salvarla de aquello, y después a otras más). Un fallido intento de parlamento.

La guerra. Lo terrible. El horror. Se fue prolongando año tras año; la invasión devino ocupación, y se construía para permanecer por años; hubo motines que Aquiles aplacó salvando a Agamenon; hubo la maldición del sumo sacerdote Crises en venganza por haber tomado Agamenon a su hija Criseida; hubo la disputa entre Agamenon y Aquiles, la decisión de Agamenon de quedarse con Briseida, para deshonrar a su aliado y rival, y, horror de horror, la decisión de Aquiles de dejarle hacer, que violara a Briseida para luego vengarse de él con justificación; hubo la ira de Aquiles que se negó a seguir combatiendo para el jefe de los ejércitos griegos, y, horror al horror: la orgullosa decisión de Aquiles de dejar que se liquiden los ejércitos griegos hasta que Agamenon le suplique que vuelva al combate. ¿Dejar que mueran los griegos, matar a los troyanos?, ¿dejar que violen a Briseida, dejar que caiga la deshonra sobre Aquiles? “¿Qué vida tiene más valor? … No hay respuesta. Sea cual sea tu elección, te equivocas”.

Hubo el simulacro de Patrocolo, que casi no participó de los combates y ayudaba en la enfermería, aunque en el décimo año, ante la inminente destrucción de los griegos ideó el simulacro de presentarse en combate con la armadura de Aquiles para hacer retroceder a los troyanos. Lo logra, para, después, terminar muerto por la lanza de Héctor.

Pero, sobre todo, otra cosa había tenido todos esos años en su cabeza: “el torrente vertiginoso de la maldición de Aquiles”: que su amado moriría tras la muerte de Héctor. Y que sólo Aquiles podría matar a Héctor.

Avanzan los troyanos, Aquiles se mantiene apartado el combate, varios generales y reyes le visitan, Ulises, perspicaz, y conocedor de la profecía, le espeta: “Dime una cosa, ¿por qué no ha muerto Héctor todavía? … Has tenido ocasión de matarle mil veces en los últimos diez años y no lo has hecho … Has prolongado tu vida durante diez años, y me alegro por ti, pero en cuanto al resto de nosotros”. De nuevo: “¿Qué vida tiene más valor? … No hay respuesta. Sea cual sea tu elección, te equivocas”.

Llega la venganza de Aquiles por la muerte de Patroclo. Primero, mata a un dios, después a Héctor. Después, la profecía debe cumplirse, y se cumple.

Su triunfo, su paso a la inmortalidad como héroe, el ser recordado en cantos, la coronación de esa ambición suya, sería su mortal derrota.

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¿Y por qué Patroclo? Porque sí, porque se enamoró, sin más razones, que no se necesitan.

(Traducción: José Miguel Pallarés Sanmiguel)

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