ARTE Y LITERATURA. Leonora y Max Ernst, Dos niños amenazados por un ruiseñor. Elena Poniatowska

Su madre “le regala el libro de Herbert Read: Surrealismo. En la tapa viene la pintura de Max Ernst Dos niños amenazados por un ruiseñor. Al verla, las entrañas de Leonora arden, su emoción es tan visceral que le dice a su madre: —Nunca sabrás el regalo que me has hecho. Algún día veré el mundo tal y como Ernst lo pintó …

Leonora le confía a Ursula su enloquecimiento por Dos niños amenazados por un ruiseñor, un pequeño cuadro intensamente vivo en el que sobresale, recortada en madera, una puertita, una reja de juguete y un ruiseñor del que dos niños atemorizados intentan escapar. ¿Cómo puede amenazar un pajarito? A ella también la persigue lo incomprensible, lo que solo los sidhes entienden y que ahora descubre en este pintor. ¿Fue Carrington el ruiseñor que los persiguió a ella y a Gerard? ¿Un ave es capaz de atacarla y ensangrentar el lienzo? ¿El mal puede esconderse en una cosita roja que aletea en un cielo pintado? …

Por de pronto, Ursula le muestra collages de Ernst, recortes de papel periódico pegados con engrudo, ilustraciones de revistas amarillentas que cobran un sentido que nadie soñó, todo se vale, vírgenes o ancianas a punto de ser torturadas, sus senos a la vista, les sonríen a sus verdugos, hombres con cara de perro o de gallo o de conejo pero sobre todo de león abrazan a viudas y animales bien trajeados que en la vida real jamás podrían estar juntos. Plantas e insectos son lo mismo, una mujer es una gardenia, un hombre, un elefante. Cualquiera que se mueva es alucinación. Feroz, sarcástico, Max Ernst escandaliza a sus espectadores. Durero, Blake, Gustave Doré se revolcarían en su tumba al verse amamantando al León de Belfort, su hocico sobre el pecho de una hetaira. Max los ha convertido en asesinos, en bandidos nocturnos, en aves carroñeras, en padrotes, en animales impuros que violan a la mujer y la destazan. Una nueva realidad antes invisible, ahora sale a la superficie explorada por la agudeza de su mente. ¿Por qué no los respeta este pintor alemán? ¿Qué daño le hicieron para que los asaete en los fascículos de Une semaine de bonté? En La femme 100 têtes, papelitos de nada que él recorta y acomoda para que conformen un todo malintencionado y perverso; la desnudez es menos lasciva que los encajes y corpiños a punto de dejar salir un pecho. Mujeres desveladas ofrecen su trasero al general condecorado, al arzobispo, al dandy, a la esfinge. Max Ernst, el rey de los pájaros, todavía trae adentro a la Bella Durmiente, a la Reina Roja.

—¿Así que todo puede ser arte?

—No, no todo —responde Ursula—, lo de Max es un hallazgo, mira, el más inofensivo de sus grabados es el de esta mujer a cuya cama suben las olas. Es un poema visible. ¿Te gustaría dormir sobre el mar?

—Parece la obra de un niño diabólico… Me da mucho miedo la idea de que alguien me mire dormir excepto Nanny…

—Ninguna obra suya ha causado tanto escándalo como su pintura de la Virgen dándole nalgadas al niño Jesús ante tres testigos: André Breton, Paul Éluard y él mismo. No solo confronta a quienes la ven por primera vez sino a los mismos surrealistas.

—André Breton parece una fiera…

—Sí, es el león de todos sus collages.

—¿Qué querrá decirnos?

—Sus creaciones son un antiarte, confronta a sus maestros… Max Ernst se apropia de las obras del pasado, las profana; en él se vuelven ultraje, dibuja encima de los clásicos y los viola; a partir de ellos, dispara su propia inventiva. A pesar del miedo, Leonora se entusiasma; algo en los collages de Max la saca de sí misma, su crueldad la aterra. No pide prestado, se apropia, corta, mutila, disloca, embarra. Todo es suyo para hacerlo como quiere. Según Ursula, alguna vez declaró: «Hay que tirar a la Venus de Milo de su pedestal». Reacomoda pedazos como quien vuelve a armar las partes de un pollo para presentarlo a la mesa.

—La verdad, jamás me habría atrevido a buscar en mi inconsciente lo que él encontró en el suyo. Tengo adentro numerosas imágenes que escondo para que no me descubran. A lo que más he llegado es a ponerle a Ozenfant una cabeza de urraca pero eso que hace Ernst me aterra. Junto a él, la bestia de siete cabezas del Apocalipsis es una paloma. ¡Ay, Ursula! Siento que me ronda la locura y no sé cómo voy a cerrarle la puerta”.

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