
Píldoras de la crítica. La concisión en el cuento, Isaak Babel. Juan Forn (y Hemingway)
(Apenas un breve extracto para pensar, sin hacer crítica de la crítica, ni hacerse parte de entreveros, ni tener que recorrer estos caminos)
“Al leerlo en París, Hemingway le confesó a Ilia Ehrenburg que, si él había sido criticado por escribir de manera concisa, Babel demostraba que se podía ir aún más allá: «Nos enseña como un maestro que, aun cuando se le ha quitado todo el jugo, hay manera de exprimir un poco más la naranja». Viktor Shklovski, por su parte, cuenta una anécdota escuchada durante su juventud acerca de la legendaria necesidad de concisión que tenía Babel: el químico Piotr Storitsin llega de visita al departamento moscovita del escritor y ve sobre la mesa un voluminoso manuscrito atado con cordel, en cuya primera hoja se lee, escrito a mano, El Rey. Cuando el dueño de casa aparece en la sala, Storitsin lo felicita: «Isaak Emmanuelovitch, veo que finalmente habrá de honrarnos con una novela». Babel mira el manuscrito sobre la mesa, murmura: «Eso no es una novela», y procede a mostrarle de qué se trata. El manuscrito está conformado por quince versiones del mismo cuento; la última de ellas, la más breve de todas, es la que Babel dará a la imprenta. Paralelamente a la escritura de Caballería Roja, Babel había empezado ya a publicar los primeros Cuentos de Odessa, duplicando los elogios a su originalidad y rigor estilísticos: en la segunda mitad de los años 20, su nombre se inscribía junto a los de Pasternak y Maiakovski como los sucesores indiscutibles de Gogol y Tolstoi que construirían la nueva literatura soviética. La filiación que comparten, cada uno a su manera, Caballería Roja y Cuentos de Odessa con el Taras Bulba de Gogol y el Hadji Murad de Tolstoi es evidente. Más compleja es la relación con Chejov y con el otro gran maestro del cuento para Babel: Guy de Maupassant. Pero en esa compleja relación pueden verse las pistas del siguiente paso estilístico que Babel se proponía dar, cuando se instaló en Moscú con su esposa, su hermana y su madre en 1924 (el padre había muerto en Odessa un año antes). Durante mucho tiempo venía sospechando de la fascinación que le producía Chejov, resumiendo sus sentimientos encontrados en el comentario: «Es demasiado buena persona». Ehrenburg cuenta que, en su última estadía en París en 1935, Babel conversaba con él sobre Maupassant y Chejov cuando le dijo: «Todo lo que hacía Maupassant estaba bien, pero le faltaba corazón»”.