
A partir de
Madre noche, de Kurt Vonnegut
En su Introducción a estas Confesiones, el autor, Howard W. Campbell Jr, dramaturgo, es decir, acostumbrado a crear mentiras verdaderas, escritor acusado de crímenes extremadamente graves, nos adelante tres moralejas: 1) “somos lo que pretendemos ser, así que debemos tener cuidado con lo que pretendemos ser”; 2) los Aliados también cometieron masacres, como la de Dresde y si hubiera sido alemán, hubiera sido nazi; 3) “Cuando uno está muerto, está muerto”, así que “hagan el amor cuando puedan. Les sentará muy bien”.
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Escribe estas Confesiones a inicios de 1960, desde su cárcel en Israel, a la espera del juicio por crímenes de guerra.
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Pero las Confesiones, son también un género literario. También entonces, creador de mentiras verdaderas. Y lo importante, tal vez, no sea deslindar unas de otras. Si no, con ellas, buscar la verdad.
Una verdad que sea una respuesta. Que explique algo, que permita comprender, lo que nos parece incomprensible. Que puede hacernos enfrentarnos a cosas que no queremos enfrentar, que no podemos.
Duplicidades que nos parecen incomprensibles. A cada paso que damos.
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Arnold Gutman es uno de los guardias que lo custodia en su cárcel en Israel. Fue Sonderkommando “un destacamento muy especial: estaba compuesto por prisioneros cuyos deberes consistían en conducir a los condenados a las cámaras de gas y luego arrastrar sus cadáveres afuera. Una vez finalizada la tarea, también liquidaban a los miembros del Sonderkommando. El primer deber de los sucesores era disponer de los despojos del Sonderkommando anterior. Gutman me contó que, de hecho, muchos se presentaban por voluntad propia al Sonderkommando. —¿Por qué? —le pregunté. —Si usted escribiese un libro sobre el asunto y encontrase una respuesta a esa pregunta, a ese ¿por qué?, escribiría un libro excelente. —¿Usted sabe la respuesta? —No. Por eso pagaría mucho dinero por el libro que me la diese”.
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Aunque, una cosa es un hecho, una suma de hechos.
¿La verdad sería otra cosa? [¿Esa correspondencia entre el concepto y la cosa? No, tampoco]. ¿La respuesta a esa terrible pregunta: ‘por qué’?
Aunque, cada cual tiene su propio por qué.
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Sobrevivir, en algunos casos.
En otros, un servicio. Por el camino del Mal, al del Bien, al Bien superior, así se podría suponer al menos.
Otro guardia, Arpad Kovacs, que detestaba a los que marchaban mansamente a los hornos de cremación, y que, contaba él mismo, “enfrentado con el problema de ser judío en la Hungría nazi … se consiguió documentación falsa y se unió a los S.S. húngaros”. Pero, no es lo que creeríamos a primera vista: así, proporcionaba información a los suyos de lo que harían las S.S.
El propio Howard: “El medio usado para mis crímenes de guerra fue la transmisión radiofónica. Yo era propagandista de radio nazi; un astuto y aborrecible antisemita”. Pero, tampoco es lo que creeríamos a primera vista: “Cometí alta traición, crímenes contra la humanidad y crímenes contra mi propia conciencia; pero nadie me ha hecho nada por ellos hasta el momento. Nunca me han tocado un pelo, porque fui agente norteamericano durante toda la guerra. Mis transmisiones radiofónicas llevaban información en código al exterior”. El perfil encajaba bien: norteamericano viviendo en Alemania desde los diez años dominaba perfectamente el alemán y sus obras eran vistas por los jerarcas nazis.
En otros, un mero trabajo más.
Otro guardia, Bernard Mengel, que le puso la correa con que se ahorcó a Rudolf Hess, el comandante de Auschwitz. Pero que no había sentido satisfacción. “Yo era casi como todos los que estuvieron en esa guerra … llegué a convertirme en alguien incapaz de sentir nada. Cada trabajo era un deber que cumplir y nada más; ninguno era peor o mejor que otro”.
Esta también la defección de cualquier intento de entender algo. Era el caso de otro nazi, amigo íntimo de Howard: “Todo el mundo está loco. Todos harían cualquier cosa en cualquier momento, y que Dios ayude al que quiera buscar las razones”. El propio Howard lo refrendaría años más tarde, en otra representación dando discurso nazi en el que no creía ante jóvenes nazis americanos de los años sesenta: “Gracias a ese simple y ampliamente extendido regalo que ha recibido la humanidad actual: la esquizofrenia”. En fin.
Y muchos, muchos, muchos más, incluso ya terminada la guerra: el “Fuhrer negro del Harlem”, los americanos nazis a cara descubierta, los ruso-americanos espías soviéticos en su papel de pintores…
Tantas vidas de ficción -convencidas de sus visiones, convicciones, creencias- viviendo sus muy reales vidas; entremezclando luces y sombras, lo extraordinario y lo ordinario.
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Hay otra explicación. Aquella que hace ya no a la vida cotidiana en medio del horror: sobrevivir, adaptarse al entorno que sea, encajar con el perfil necesario.
Está esa cosa del visionario común, por más que pueda parecer un oxímoron, pero que tal vez cada cual tenga dentro de sí.
“Usted admira a los puros de corazón y a los héroes. Que ama el bien y odia el mal y que cree en la fantasía”, además, ser “un actor frustrado … tendría oportunidad de actuar en grande. Engañaría a todos con mi brillante, perfecta interpretación de un nazi”.
Todo lo que es creador nace de grandes personas: profetas, visionarios, audaces, personas de acción; pero te acerca siempre al abismo, de uno mismo, del mundo.
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Buscar la verdad. ¿Acaso es posible encontrarla? Ya lo dijo Goethe: “esa luz arrogante que ahora disputa a la Madre Noche su antiguo rango y lugar, y que, sin embargo, no podrá tener éxito”.
Y tal vez sea esta la única y dramática moraleja, de este libro, de todo.
Y viene con un dilema: ¿es posible llegar al Bien a través del Mal?
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Y no, no es posible llegar al Bien por el camino del Mal. Un día, ya finalizando la guerra, su suegro le dijo: “Usted nunca podría haber servido al enemigo tanto como nos sirvió a nosotros. Me di cuenta de que casi todas las ideas que ahora tengo, esas ideas que impiden que me avergüence de lo que haya sentido o hecho como nazi, no provienen de Hitler ni de Goebbels ni de Himmler: vienen de usted”, con su propaganda radiofónica.
Pero esto, que hace imposible toda ambigüedad, ¿no recae en la convicción fanática del visionario, devolviéndonos al mismo punto?
O, ¿no es su don, todo don, “ser muchas cosas al mismo tiempo. Y todas sinceramente”, a la vez un castigo; esa temible maldición china: ojalá que tus deseos se cumplan? ¡Oh, amenaza de devenir todo en su contrario!
O, ¿no es el muy contemporáneo elogio de lo ambiguo, una resignación? ¡Oh, mundo!
O, ¿no se reduce todo credo, toda idea, a la mera inmediata decisión de lo cotidiano en tiempos extraordinarios; emergentes de decisiones pasadas anacrónicas para cada nuevo presente? ¡Oh, juguetes del destino!
Acaso todas aquellas duplicidades, todas aquellas verdades esquivas, residan en otro lado. En la comprobación de que la tragedia última sea -es algo a contrapelo de esta época- que el destino de cada ser humano no está en sus propias manos, y en ciertas épocas, cuando el abismo se abre ante nuestros pies, se revela con toda su terrible verdad. La verdad: lo que es así, inmodificable, liquidadora de ilusiones. Que son las que nos mueven, no la verdad, ni su búsqueda.
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Nos dijo Howard el escritor: “Admiro las cosas que tienen un principio, un desarrollo y un fin… Y, de ser posible, una moraleja”.
Tan denostada esta idea de la moraleja en la literatura, tanto como la de propaganda, o la de una literatura adscripta a alguna tendencia (feminista hoy, u otras). Pero que, a pesar de todo esto, ¿no resume de este modo, con lanza en mano, esa inevitable, condenada a la derrota o al triunfo momentáneo, búsqueda de una verdad siempre esquiva, hoy abandonada, siempre necesaria?
(Traducción: Jorge Sánchez)