
A partir de
Confesiones, de San Agustín
Rara confesión,
que empieza hablando no de sí mismo…
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Quiere conocer a Dios. Invocando el poder de la razón: “haced que entienda”. Para, inmediatamente, decirnos que este poder de la razón -invocar al entendimiento-, se resuelve en que la respuesta ya está dada: “¿quién os invocará sin conoceros?”; y está en el interior de cada uno: “estás dentro de mí mismo … estáis en todo lo que tiene que ser … Vos estáis en todas partes”.
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que tendrá su impulso en el sufrimiento…
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Es el vaivén, el debatirse, entre razón y fe; que le desgarra y le hace sufrir.
Tal vez sea -este- sufrimiento el origen de sus Confesiones.
Aunque, cantando su fe, nos muestra sus medios racionales para sostenerla, defenderla, responder a sus inquietantes preguntas: llegó a aquella conclusión y creencia construyéndola racionalmente: si, entonces: si no puedo invocar aquello que no conozco; entonces ya lo conozco previamente; conociéndole previamente, está dentro de mí.
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que terminará hablando entonces de sí mismo, y dando origen a una forma literaria que lo permita…
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Afirmación del individuo, su valor, su potencia, que requiere una nueva forma literaria: la Confesión, esa forma particular de la literatura del yo que irrumpe con las formas admitidas para su época, la institución de la confesión.
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que tiene como motor y leitmotiv, la pregunta…
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Otra vez, una contradicción con la fe -que no pregunta nada, de nada duda: si no se entiende, “alégrese no obstante y exclame diciendo ¡qué misterio tan grande será este!”-: se pregunta, una y otra vez:
“¿Qué es lo que sois?”
Que termina siendo: ¿qué es lo que soy?
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porque se ha producido un quiebre en su vida, un punto de inflexión, aquel pecador este converso, que debe explicarse a sí mismo y a quienes le conocen y a quienes, también, orgulloso de sí mismo se pone como ejemplo, a quienes no le conocen…
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Después de sus vivencias de pecados y su catálogo de pecados, que pueden resumirse en “todo lo que me aleja de Vos” -que es de mí mismo- ha llegado a ser este converso que en todo concluye que está Dios, y quiere explicarse y explicarnos este proceso de conversión: “Pero, ¿a quién le refiero yo estas cosas? No os las cuento a Vos, Dios mío, sino que en presencia Vuestra, y haciéndoos testigo de ello, las refiero y cuento a todo mi linaje, a todo el género humano”.
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la fuente de los padecimientos permanece, es el modo de vivirlos, lo que hago con esos padecimientos, lo que puede transformar el padecimiento en alivio…
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Es que, ¿qué nos cuenta más extensamente? Nos cuenta que este proceso de conversión fue una larga querella contra los enemigos, rivales y adversarios de su nueva fe: los maniqueos y los astrólogos. Algunos filósofos menores. Tal vez, sobre todo, el pensamiento griego. Pero con éste, su modo de debatir, y su experiencia personal, es otro. Porque reconoce en un hecho racional -además de los lloros, rezos y esfuerzos de su madre Mónica-, el punto de partida de este camino: Cicerón, y después, Platón.
Considerándose vencedor, contra sí mismo, después será sobre el mundo, contra esos rivales, adversarios y enemigos, siente el alivio, la reconciliación consigo mismo. Aquel debate, aquel vaivén, parece quedar superado uniendo razón y fe.
Por eso concluye sus Confesiones con su teología y su filosofía. Hay más continuidad que ruptura entre el relato de su vida persona y sus pensamientos.
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Entonces, ¿qué es una Confesión?,
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Íntimo proceso, es parte a la vez de la vida pública de cada persona: las luchas contra sí mismo primero, para poder luchar en el mundo contra los enemigos, rivales y adversarios de su nueva fe después.
La confesión es un acto de lucha a la vez íntimo y público.
Y como tal, tiene un fin: el manifiesto, redimirse; el que nos habla sin decirlo para vencer toda resistencia, convencernos de ese camino, de ese acto de lucha. Tiene un arma: el testimonio, el ejemplo de la propia vida, el de ponerse al nivel de la propia experiencia de cada cual. Tiene un método: el de la humildad contra la soberbia de los filósofos en su lado más superficial y, en su lado más profundo, llegar a la máxima socrática: conócete a ti mismo: nos invita a leer estas Confesiones porque “oír ellos lo que decís de ellos mismos, ¿qué otra cosa es sino conocerse a sí propios?”; pero la lleva más lejos: conocerse a sí mismo para salir al mundo a propagar sus conclusiones.
El desgarro interior se desplaza y se resuelve en la unidad, de fe y razón, de nuestra íntima vida interior y nuestra vida pública.
Excelente
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