
[Deberemos imaginar el retrato de Eduardo Schiaffino, no pude encontrarlo].
“Painting, or art generally, as such, with all its technicalities, difficulties, and particular ends, is nothing but a noble and expressive language, invaluable as the vehicle of thought, but by itself nothing.
Ruskin
Si en algo hay que asir el alma, si en algo tiene campo el artista –¡difícil campo!- para hacer vibrar la psique, es en el retrato. Cuántos artistas y aficionados, dice Karl Robert, tienen la tentación de abordar el retrato desde que tienen la paleta en la mano, y no piensan en esta frase de un célebre pintor: Je n’ose aborder le portrait, tout cela me semble difficile! Y en efecto, ¿no os ha acontecido, ante un retrato de mérito, oír a unos afirmar el perfecto parecido, a otros negarlo por completo, tan cierto es que la verdad no podría ser la misma para todos? No es, pues, sino tras serios estudios que se debe abordar ese género y partir del principio, que es el espíritu y el estado habitual de la persona, hombre, mujer o niño, lo que se debe representar, más que la copia fiel de lo natural. Nada más cierto que esas palabras y no es nuevo el principio de que el parecido no es la primera cualidad de un retrato.
Delante del Dr. del Valle por Schiaffino, ha desfilado una inmensa variedad de opiniones: que si el parecido es exacto, la factura es falta de animación; que el artista no debía haber colocado el modelo de perfil, pues no cuadra tal comprensión a los que siempre representan la figura abierta y amplia del orador; quien dice: «¡allí no brilla la inteligencia!»; un crítico encuentra en el aspecto del conocido hombre público una apariencia de «prior de trapistas», o de «Schopenhauer, conculcador de todas las alegrías humanas».
Es indudable: el Dr. del Valle de Schiaffino, lo que menos revela es un hermoso gesto de tribuno, pero es también cierto que el Dr. del Valle no vive en perpetua arenga: su alma tiene otras fases asibles, por ejemplo, su lado de artista, de pensador –su espíritu se podría transparentar del modo que vemos en este cuadro; y el perfil –manera cesárea y heroica, consagrada por las medallas y bajo-relieves- podía perfectamente aplicarse.
He tenido ocasión de oír de boca del autor la génesis de su trabajo. Para llegar a preferir el perfil, hubo antes de ensayar frente y tres cuartos; luego, su visión de portraituriste no quedó satisfecha y, después de estudios y vacilaciones, prefirió la última manera, la que se ve en el Salón.
No está, por cierto, a la altura de lo que se debe exigir del autor, este retrato; la exactitud de la semejanza corre parejas con la sequedad de la factura, y el estiramiento o rigidez que ha llamado la atención, ha sido probablemente efecto del momento de la pose.
Schiaffino conoce bien a su modelo, según tenemos entendido; le ha estudiado, le ha frecuentado, según el consejo de sir Joshua; ¿ha logrado dejar en el lienzo la expresión habitual?
Sin embargo, ya se ha visto cómo ha meditado y procedido en conciencia, en la ejecución de su labor. Hay en él un pintor duplicado de un literato, y no puede dejar de saber que los retratos pintados se hacen lo mismo que los retratos escritos, según reza la indicación de Sainte-Beuve: se encierra uno durante quince días con un hombre célebre; se le estudia, se le mira por todos lados, se le interroga a voluntad, se le hace poser; es como si se pasasen quince días en el campo haciendo un retrato de Byron, de Scott, de Goethe; sólo que se está más a gusto con su modelo, y el tête-à-tête, al mismo tiempo que exige un poco más de atención, trae mucha más familiaridad.
Cada rasgo se agrega a su vez y toma su lugar en la fisonomía que se trata de reproducir. Al tipo vago, abstracto, general, que haya abarcado la primera vista, se mezcla y se incorpora por grados una realidad individual, precisa, más y más acentuada y vivamente brillante; se siente nacer, se ve venir el parecido, y en el día, en el momento en que se ha tomado el tic familiar, la sonrisa reveladora, el pliegue indefinible, la arruga íntima y dolorosa, que se oculta en vano bajo los cabellos ya ralos, en ese momento el análisis desaparece en la creación; el retrato habla y vive: se ha hallado al hombre …
Artistas que estáis tentados por la figura humana, recordad que es la más misteriosa, la más complicada, pues en ella, en la faz del hombre, a flor de piel y bajo el cristal de los ojos, tenéis que encontrar esas luces que se llaman las ideas, y esos estremecimientos que se llaman las pasiones. En el rostro de la mujer tendréis siempre un esfíngico enigma que debe comprender vuestra paleta; en toda representación del ser humano, un estado de alma que penetrar. Recordad también que vuestro pensamiento debe imprimir su carácter singular a las telas que animéis; recordad a los grandes maestros inmortales que dieron alas a la personalidad; recordad que, como afirma Charles Blanc, «si las obras del arte deben ser medidas según la cantidad de espíritu que esas obras exigen, la perfección del retrato es la última palabra de la pintura»; recordad cómo Ticiano ponía en sus retratos su majestad, Turner su magia, Antonio Moro su distinción, Rembrandt su luz propia, y Vinci su propia alma que envuelve como un velo amoroso la faz de la Monna Lisa.
Que os vean en vuestras obras, los que las contemplen; que vuestro ser compenetre con la luz, y uno y otra se revelen sus secretos.
El arte es un «lenguaje expresivo y noble» que os servirá para manifestar vuestra comprensión de la naturaleza y la más dificultosa del misterio humano”.