
En Amsterdam en 1656, mientras a Rembrandt le subastan todos sus cuadros por sus deudas, “en Delft, 70 kilómetros al sur, inicia su ascensión otro pintor. Johannes Vermeer echa un último vistazo a su nuevo cuadro, La alcahueta. Lo examina a derecha e izquierda. Primero, la prostituta con una chaqueta de un glorioso amarillo. Bien. Bien. Un amarillo que reluce como luz del sol bruñida. Y el grupo de hombres que la rodean. Excelente… cada uno de ellos podría fácilmente salir caminando del lienzo e iniciar una charla. El pintor se inclina, acercándose más para captar la mirada pequeña pero penetrante del joven de fatuo sombrero. Vermeer asiente a su yo en miniatura. Muy complacido, estampa su nombre en la esquina inferior derecha con un floreo”.