Píldoras de la crítica. La novela, estudio del corazón del hombre. Marqués de Sade

Píldoras de la crítica. La novela, estudio del corazón del hombre. Marqués de Sade

(Apenas un breve extracto para pensar, sin hacer crítica de la crítica, ni hacerse parte de entreveros, ni tener que recorrer estos caminos)

[Estudio del corazón de las personas, digamos, para corregir con la bienvenida y necesaria corrección de nuestros tiempos]

“En fin, las novelas inglesas, las vigorosas obras de Richardson y de Fielding, enseñaron a los franceses que no es al describir las fastidiosas endechas del amor, o las aburridas conversaciones de los callejones, como se puede alcanzar el éxito en ese género, sino trazando caracteres masculinos, que son juguetes y víctimas de esta efervescencia del corazón llamada amor, como nos muestran a la vez los peligros y las desgracias. Sólo así pueden obtenerse esas revelaciones, esas pasiones tan bien descritas en las novelas inglesas. Fueron Richardson y Fielding quienes nos enseñaron que el estudio profundo del corazón del hombre, verdadero laberinto de la naturaleza, es el único que puede inspirar al novelista, cuya obra nos hace ver al hombre no sólo como es o como aparenta ser —eso le corresponde al historiador—sino 14 como puede ser, o como lo transforma el vicio y las secuelas de las pasiones. Hay que conocer todas si se quiere trabajar ese género. Allí aprendimos también que no siempre cuando se hace triunfar la virtud se despierta interés, que hay que enternecer es verdad, todo lo que sea posible, pero esta regla no se encuentra —ni en la naturaleza ni en Aristóteles— sino solamente en aquella en la que quisiéramos que todos los hombres se sujetaran para nuestro bienestar —no es en absoluto esencial para la novela— no es ni siquiera lo que va a despertar el interés; porque cuando la virtud triunfa, las cosas son como deben ser, nuestras lágrimas no corren, pero si después de las más duras pruebas vemos que la virtud es vencida por la maldad, indefectiblemente nuestras almas se desgarran y la obra que nos emocionó excesivamente o, como decía Diderot, ensangrentó nuestros corazones al revés, debe indudablemente despertar tanto interés que tiene el éxito asegurado.

Que se responda: si después de doce o quince volúmenes el inmortal Richardson hubiera virtuosamente acabado por convertir a Lovelace y por hacerlo tranquilamente casarse con Clarisse, los seres sensibles hubieran vertido esas deliciosas lágrimas al leer esa novela. Es entonces la naturaleza humana la que hay que asir cuando se trabaja ese género; el corazón del hombre es la más singular de sus obras y no la virtud, por muy bella y necesaria que sea, no es más que una de las formas de ese corazón sorprendente, cuyo profundo estudio es tan necesario para el novelista, y la novela, espejo fiel de ese corazón, debe necesariamente describir todos sus pliegues …

debemos, me parece, responder a la perpetua objeción de algunos espíritus atribulados que, para darse baños de pureza, de la que está tan lejos su corazón, no cesan de preguntar —¿Para qué sirven las novelas?— .

¿Para qué sirven? Hombres hipócritas y perversos —porque sólo ustedes hacen esta ridícula pregunta—, sirven para pintarlos tal como son, individuos orgullosos que quieren sustraerse a la pluma porque temen sus efectos. La novela es, si es posible llamarla así, el cuadro de las costumbres seculares, y tan esencial como la historia para el filósofo que aspira a conocer al hombre, porque sólo lo describe cuando se lo permite y entonces ya no es él; la ambición, el orgullo, cubren su frente con una máscara que sólo representa esas dos pasiones pero no al hombre. La pluma de la novela, al contrario, lo toma desde el interior, lo toma cuando se quita esa máscara y la esboza de una manera más interesante y, al mismo tiempo, mucho más verdadera; ésa es la utilidad de las novelas”.

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