
A partir de
Confesiones: vivir en el fuego, de Marina Tsvietáieva
Ser, como escritora, un “estenógrafo de la Vida”.
¿Qué hace a una escritora, a un escritor?
¿Acaso su “profesión de fe”?
¿Su personalidad, su visión del mundo?
¿Su Destino?
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Con solo 16 años, y hablando de las revoluciones y los revolucionarios que marcaban aquel presente, escribía que “uno puede combatir inspirándose en un sueño, un sueño de belleza inhumana, de libertad inalcanzable, ¡sólo inalcanzable! … un sueño que abrasa el alma toda, que consume la vida toda. Y bien, combatir, yo combatiré en el momento álgido por una libertad inalcanzable y por una belleza de otro mundo … Ir en contra – ¡ése es mi lema! … lo que quiero es el fuego de Prometeo”, que nos muestra su carácter, que conforma su visión del mundo. Que da el tono a sus textos.
[¿Podemos acaso separar a la persona de la obra?]
Porque tiene claro tan temprano que quiere ser escritora, en la novela que cada cual escribe de su vida. “Amo con locura las palabras, su aspecto, su sonido, su inconstancia y su constancia. La palabra lo es – ¡todo!”.
[¿Podemos acaso con la palabra como instrumento no escribir la novela de nuestras vidas?]
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Aunque no quiere decir que la autora, el autor, crea esto. “El libro y la vida, el poema y lo que lo inspiró, – ¡qué inmensidades tan imposibles de comparar!”. Puede, así lo vemos, creerlos incomunicables entre sí, o autónomos uno del otro. O no: “En general: detesto a los literatos, para mí cada poeta – muerto o vivo – es uno de los personajes en mi vida. No hago ninguna diferencia entre el libro y la persona, la puesta de sol y el cuadro”.
[El vaivén es inevitable, para el que escribe, para el que lee, y para la teoría que teoriza sobre esto].
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[Dice: “Sus versos son soberbios, pero usted es más grande que sus versos”. Distingue entonces entre persona y obra. Distingue lo que está unido. Y, en esta época, sabiéndose más públicamente de las personas, tal vez podamos mantener pero invertido el sentido su frase: Sus versos son soberbios, pero usted es más pequeño que sus versos; y aceptarlos].
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Se casa con Serguei Efron. En 1912 nace su hija Ariadna, a quien llamará por su diminutivo Alia. En 1917 nace la segunda, Irina, el sentimiento es opuesto al que tiene por Alia: “No siento ningún vínculo con ella”. Serán tres acontecimientos decisivos de su vida. Tal vez, los que estén en el núcleo de la novela de su vida.
Y mientras tanto, están sus libros. Y esa inusual -pero indispensable- confianza en sí misma. “No conozco a una sola mujer con más talento que yo para la poesía. – Debería decir – ser humano. […] ‘Un segundo Pushkin’ o ‘el primer poeta- mujer’ – eso es lo que merezco y tal vez viva para verlo. […] De mis versos estoy tan absolutamente segura – como de Alia”.
[Sí, indispensable. Puede resultar soberbio, pero es secundario. Escribir puede ser, en términos prácticos, un oficio. Pero ser escritor, reclama esa confianza en sí mismo].
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Tras la crisis, la hambruna, la guerra civil posterior a la revolución de Octubre, conoce la indigencia.
Vendrá sí, la profesión de fe, el rol que se asigna como escritora. “Jamás escribo, siempre transcribo (como por mandato). Yo simplemente soy – un espejo fiel del mundo, un ser impersonal. Estenógrafo de la Vida. – Es todo lo que quiero que escriban en mi estela (¡en mi cruz!) – Sólo que Vida, sin falta, con mayúscula. Si fuera hombre, diría: del Ser”.
Un estenógrafo de la vida.
[¡Qué lejos de aquello del carácter, la visión del mundo, conformando una escritura, y, sin embargo, qué cerca! Porque, ¿no se requiere del “fuego de Prometeo” que reclama para sí -esta- personalidad, para asignarse esta misión para su escritura? Misión que hoy parece rechazarse y contraponerse a cualquier comprensión de la relación entre persona y obra].
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El acontecimiento acaso decisivo, decíamos. Hay hambre en Moscú. “¿A quién debo dar la sopa del comedor: a Alia o a Irina? – Irina es más pequeña y más frágil, pero quiero más a Alia. Además, Irina de todas formas está mal, y Alia aún se mantiene, – sería una lástima. Es un ejemplo. El razonamiento (amén del amor por Alia) podía ir por otro camino. Pero el resultado era el mismo: o Alia con sopa e Irina sin sopa, o Irina con sopa y Alia sin sopa”.
[Terrible, dramático acontecimiento. ¿Lo encontraremos en su literatura?].
Sí, está en su literatura. En sus Cuadernos, que son sus Confesiones. Una forma estenográfica de su literatura, precisamente. La escritura de la novela de su vida, tan real como ficticia.
“Poco a poco me doy cuenta del horror que es el hospicio: no hay agua, los niños – por falta de ropa abrigada – no salen a tomar el aire, – no hay médico – no hay medicamentos – una suciedad demencial – los suelos parecen de hollín – un frío atroz (está estropeada la calefacción). – Dentro de poco la comida. Lidia Konstantínovna sirve: de primero – en el fondo de un plato llano agua con unas cuantas hojas de col. No doy crédito a mis ojos. De segundo: una cucharada (ordinaria) de lentejas, después «de suplemento» – una segunda. No hay pan. No hay nada más. Los niños, para prolongar el placer, comen las lentejas una a una. Durante la repartición los sanos irrumpen en el cuarto de los enfermos para «cerciorarse» de que la celadora no les haya sustraído una cucharada”. Además, su Alia cae enferma.
No es lo peor. Le da de comer algo a Alia, y una celadora: “Y a la pequeña, ¿no le va a dar nada?”. Y su terrible lamento: “¡¡¿Por qué habrá enfermado Alia y no Irina?!!”.
Rescata a Alia, dejando a Irina allí. Poco después morirá: “Irina murió en el hospicio, el 3 de febrero, hace cuatro días. Y la culpa es mía. Estaba tan ocupada con la enfermedad de Alia (malaria – con ataques recurrentes) – y tenía tanto miedo de ir al hospicio (miedo de que sucediera lo que finalmente sucedió), que deposité mi confianza en el destino … Dios me castigó … ya me había puesto de acuerdo con una mujer para que me trajera a Irina – justamente el domingo … Otras mujeres olvidan a sus hijos por los bailes – el amor – los vestidos – la fiesta de la vida. Para mí la fiesta de la vida es la poesía, pero no olvidé a Irina por la poesía – ¡no he escrito nada en dos meses! Y – lo más terrible es – ¡que no la olvidé! – no la olvidaba, no hacía sino atormentarme y preguntarle a Alia: -‘Alia, ¿qué opinas…?’. Y todo el tiempo me disponía a ir por ella, y siempre pensaba: ‘En cuanto Alia esté bien, me ocuparé de Irina’. – Y ahora ya es tarde … Vivo en el horror permanente, mientras estuve escribiendo sobre Alia, olvidé a Irina … Por la noche veo a Irina en sueños, y – está viva – y me alegro tanto – y es tan natural que me alegre – y es tan natural que esté viva. Todavía hoy no logro entender que ya no esté, no lo creo, comprendo las palabras pero no las siento, constantemente tengo la impresión – a tal punto no admito lo irreparable de la situación – de que todo se arreglará, que esto es una lección – en sueños – para mí, que en cualquier momento – despertaré”. Poco después narra su relativa falta de amor por Irina; pero a la vez afirma que no la descuidó por desamor, sino porque no podía. Y concluye: “- ¿Monstruoso? – Sí, visto desde fuera”. Pero, ya un año después, sigue lamentando su muerte y la elección que tuvo que hacer: “Cuando la veo en sueños – su cabecita rizada y su vestido largo y todo lleno de manchas – oh, entonces, mi único consuelo es la muerte”.
Todo lo relata. La novela de su vida.
[Su traductora resalta la falta de amor por Irina. Vemos acá que no es tal. Que hay un sufrimiento. Que debe dejarlo dicho. Y no sólo eso]:
En el final del relato, la metáfora, la explicación, la resignación, el orgullo, el dolor: “Desde que nací fui expulsada del círculo de los humanos, de la sociedad. No tengo atrás un apoyo viviente, – tengo un peñasco: el Destino”.
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Y todavía, años después: “En este sentido no soy, es evidente, una persona normal: pero no por mi naturaleza, la vida me ha hecho así. Durante la Revolución, en 1920, un mes antes de recibir la ración, murió mi hija menor en un hospicio y a duras penas logré salvar a Alia de la muerte. Yo no quería entregarlas al hospicio, me las arrancaron: me acusaron de egoísmo materno, me prometieron que las niñas estarían cuidadas y bien, – pero al cabo de diez días – la una cayó enferma y al cabo de un mes – murió la otra. Desde entonces tengo un miedo terrible a las separaciones, al menor incidente – aquel viejo y gélido terror: ¿y si de pronto?”. Y, más adelante todavía, esto no la abandonará nunca, por primera vez explica, se excusa, responsabiliza a sus cuñadas: que tenían un buen pasar pero no la ayudaron con el hambre que pasaba Irina.
[Entonces, entre lo escrito e incluso genuinamente sentido en alguna ocasión, aquel terrible lamento, y lo que siguió sintiendo y escribiendo, está la novela de su vida; las historias que nos contamos a nosotros mismos y a los demás: la creación de un orden, o, incluso (y es parte de lo mismo) la corrección de la realidad, que no puede ser así más que ficticio, en el desorden del devenir de la vida, y de nuestras vidas.
Por otra parte, y en términos más prácticos, nos dice: “La elección de las palabras es ante todo la elección y la purificación de los sentimientos, no todos los sentimientos son convenientes, oh, créame, ¡aquí también hay que trabajar! Trabajar en la palabra es – trabajar en uno mismo”].
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Después su vida seguirá, seguirá con nuevas obras, con sus Cuadernos y sus cartas, seguirá con nuevos dolores, seguirá con sus varios amores cerebrales y físicos, seguirá con sus ideas sobre la relación entre el arte y la vida, la política; seguirá con sus desplazamientos de país a país; seguirá con un nuevo hijo Gueorgui, seguirá escribiendo la novela de su vida. Que acaso haya sido la de tantos.
¿Qué hace a una escritora, a un escritor?, preguntábamos. Aquí nos detenemos, porque acaso aquel acontecimiento decisivo haya sido el que decidió llamar “Confesiones” a los editores de estos Cuadernos y cartas aquí agrupados (que ella llama su escritura en prosa, sabiendo que se publicará tras su muerte, de vez en cuando denomina autobiografía o Memorias, y algunos textos así los publicó en vida). Aunque es algo atribuido, es claro; puede ser que lo decisivo fuera para ella: los padecimientos cotidianos; el tormento del conflicto alma/vida, estetas/poetas; amar solo cerebralmente; ser en cualquier lado una extraña; la indiferencia al y del público, aunque Pasternak la considerara la mejor poeta y Rilke escribiera su Elegía para Marina; su completa soledad; ese abismo que no logró salvar: “con nadie, sola, toda la vida, sin libros, sin lectores, sin amigos, – sin un círculo, sin un medio, sin la menor defensa corporativa, peor que un perro, pero en cambio – En cambio – todo”, entre Nada y Todo.
Pero quiere responder a esa pregunta, esta novela de una vida, con sus otros pasajes, sus otros capítulos, sus otros acontecimientos. En uno de ellos, como decía Borges, nos reconocemos a nosotros mismos: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”.
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[¿Pero, entonces, ese carácter, esa visión del mundo, cuánto pesó realmente en su obra? Mucho, y nada. ¿Cuánto pesa el Destino, cuánto las -estas- circunstancias, ese quiebre, ese tormento?
Y su obra, ¿dónde está? En todos sus textos, los poemas, los Cuadernos, las cartas. Tal vez, los Cuadernos, verdaderas Confesiones, contengan su núcleo incandescente. Pocos se atrevieron a ese extraño género, un paso más allá de los Diarios].
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Si en San Agustín la confesión es un acto de lucha a la vez íntimo y público en querella por sus ideas; un camino de conocerse a sí mismo, un esfuerzo de darle unidad al desgarro; si en Jean Jacques Rousseau será también de lucha contra sus rivales, pero por su reputación antepuesta incluso a sus ideas y, al contrario, exposición del fracaso de superar en unidad el desgarro que le atormenta; en Marina Tsvietaieva será el tormento de un Destino, la lucha personal contra su Destino, que se le impondrá aplastándola como un peñasco caído sobre su vida.
(Traducción: Selma Ancira)