Los “jefes de la ciudad”… “en lo que a mí respecta” [Confesiones de Platón], de Karl Popper

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Los “jefes de la ciudad”… “en lo que a mí respecta” [Confesiones de Platón], de Karl Popper

[Aquí dos textos no literarios. Pero: hablamos del “Sócrates” de Platón, hay en eso una creación ficticia, un “añadido” a la realidad. Pero: hay una tratamiento textual -además de la discusión de las filosofías de ambos autores. Y, como con los editores de Marina Tsvietáieva que veíamos, una atribución de “Confesión” que, veremos, se esconde en el texto].

Platón hace decir a su “Sócrates” discutiendo quiénes deben ser los jefes de su República:

“Así pues, Adimanto -proseguí-, el número de los que pueden tener comercio digno con la filosofía es bastante reducido. A veces es un noble espíritu, perfeccionado por la educación y salvado por el destierro, que se mantiene en ella fiel a su naturaleza por hallarse lejos de todas las causas de corrupción; otras veces es un alma grande, nacida en una pequeña ciudad, que desprecia por indignos los cargos públicos; podríamos agregar algunas pocas personas que abandonan con razón sus ocupaciones para entregarse a la filosofía. Otros, en fin, pueden ser contenidos por el mismo freno que retiene cerca de ella a nuestro amigo Teages; todo conspira para alejarlo de la filosofía, pero sus continuas enfermedades le impiden mezclarse en los asuntos de la ciudad y lo llevan a filosofar”.

Destaquemos cómo inicia lo que sigue:

“En lo que a mí respecta…”

Y sigue:

“En lo que a mí respecta, no vale la pena hablar de mi signo demónico, porque difícilmente encontraremos otro ejemplo semejante en el pasado”.

Y sigue:

“Ahora bien, el que forma parte de este reducido número de filósofos y ha gustado la dulzura y la felicidad que la sabiduría procura, a la vez que ha descubierto la locura de la mayoría y la insensatez de cuantos se ocupan de los asuntos políticos, sin haber visto de cerca a persona alguna con la cual hubiese podido asociarse para acudir, sin perderse, en ayuda de la justicia, y que, semejante a un hombre extraviado que cae entre fieras, está seguro de perecer, sin provecho para sí ni para los demás, antes de haber prestado servicio a la ciudad o a sus amigos, como resultado de todas estas reflexiones permanece quieto y solo se ocupa de sus propios asuntos”.

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Hay, veámoslo en esa frase como colocada casualmente allí: “En lo que a mí respecta…”, iniciando una breve confesión.

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Así la observa el contendor, siglos después, Karl Popper:

“… la obra de Platón, repleta de alusiones a los problemas y personajes contemporáneos, no pretendía ser tanto un tratado teórico como un manifiesto político … al describir a sus filósofos reyes, Platón debió estar pensando en algunos de los filósofos de su época. Pero en los días en que fue escrita la República, sólo había en Atenas tres hombres lo bastante destacados para reclamar el nombre de filósofos, y éstos eran Antístenes, Sócrates y el propio Platón. Si encaramos la lectura de la República desde este punto de vista, encontraremos de inmediato, en el análisis de las características de los reyes filósofos, que hay un extenso pasaje dedicado por Platón, evidentemente, a trazar un retrato de sí mismo. Comienza este pasaje con una inequívoca alusión a un personaje popular, esto es, Alcibíades y concluye con la franca mención de Theages y con una referencia de ‘Sócrates’ a él mismo. La conclusión que se extrae de este pasaje es que son muy pocos los que pueden considerarse verdaderos filósofos, aptos para desempeñar la función de filósofo rey. Alcibíades, de noble estirpe, reunía todas las condiciones necesarias pero abandonó la filosofía, pese a todos los esfuerzos de Sócrates por salvarlo. Abandonada e inerme, la filosofía fue abrazada por cortejantes indignos. Por último, ‘sólo resta un puñado de hombres dignos de unirse a la filosofía’. Juzgando desde este ángulo, cabe esperar que con lo de ‘indignos cortejantes’ aluda a Antístenes e Isócrates y su escuela. Y existen, en verdad, algunos indicios que corroboran esta sospecha. Del mismo modo, cabe suponer que en el ‘puñado de hombres dignos’ se halle comprendido Platón y, tal vez, alguno de sus amigos (posiblemente Dio); y la continuación del pasaje deja poco lugar a dudas, en realidad, de que Platón se refiere a sí mismo: ‘Aquel que pertenece a ese pequeño grupo … puede ver la locura de la mayoría y la corrupción general de todos los negocios públicos. El filósofo … es como un hombre enjaulado. Sin resignarse a compartir la injusticia de la mayoría, su poder no le basta para proseguir la lucha aislado, rodeado como se halla por un grupo de salvajes. Antes de poder hacer bien alguno, a su ciudad, o a sus amigos, sería muerto sin remedio… Ante la debida consideración de todos estos puntos, depondrá las armas y confinará sus esfuerzos a su propio trabajo’. El fuerte resentimiento que se pone de manifiesto en estas amargas y tan poco socráticas palabras, las sindica claramente como producto exclusivo del pensamiento de Platón”.

Y aquí, la atribución:

“Para una plena apreciación de esta confesión personal…”

Y continúa, con otra cita de Platón: “… ‘aquellos que necesitan ser gobernados deberían precipitarse a las puertas de aquel que es capaz de gobernarlos, pero jamás un gobernante, si en algo se aprecia, habrá de rogarles que acepten su mando’. ¿Quién no advierte el acento de un inmenso orgullo personal en estas frases? …

A veces me pregunto si parte del entusiasmo despertado por Platón no se deberá al hecho de que expresó en sus obras muchos de sus sueños más secretos. Aun cuando arguye contra la ambición, no podemos dejar de sentir que es ésta la que lo inspira …

En mi opinión, es necesario no pasar por alto el hecho de que detrás de la soberanía del rey filósofo se oculta el deseo de poder. El hermoso retrato del soberano no es sino un autorretrato … Así, comenzaremos a descubrir sus rasgos humanos -en verdad, demasiado humanos … ¡Qué monumento a la pequeñez humana es esta idea del rey filósofo!”.

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Lo deduce convincentemente de sus escritos, su época, y la primera definición que hace de la República.

Aquí, lo encontramos en aquella modesta frase introductoria: “En lo que a mí respecta…”, seguido de esa íntima descripción de sí: su “signo demónico”.

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Si en San Agustín la confesión es un acto de lucha a la vez íntimo y público en querella por sus ideas; un camino de conocerse a sí mismo, un esfuerzo de darle unidad al desgarro; si en Jean Jacques Rousseau será también de lucha contra sus rivales, pero por su reputación antepuesta incluso a sus ideas y, al contrario, exposición del fracaso de superar en unidad el desgarro que le atormenta; si en Marina Tsvietaieva será el tormento de un Destino, la lucha personal contra su Destino, que se le impondrá aplastándola como un peñasco caído sobre su vida; si en Borges será un desplazamiento, sin lucha sino asumiendo para sí, con agradecimiento y voluntad de continuarlo a través del tiempo, toda su historia y la de su país; en Platón será la secreta pequeñez que se esconde detrás de toda gran persona y toda gran obra -eso que es inconfesable.

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