ARTE Y LITERATURA. Dibujos de Víctor Hugo. Rubén Darío

Rubén Darío elogia unas obras de un pastelista, escultor, empastador y pirograbador. En esta última técnica se detiene, nos informa de sus creadores.

Pero discute quiénes son verdaderamente.

“Los poetas debemos protestar: no, no sois vosotros, señores, los que habéis descubierto y puesto al servicio del arte el fuego; fue el Padre, fue Hugo, cuando estaba allá lejos, en la Isla.

He aquí lo que ha dejado escrito el secretario de Victor Hugo, Richard Lesclide:

‘Victor Hugo, dibujante, tiene recursos de colorista desenfrenado. Trabaja diariamente entre el negro y blanco, dos puntos extremos que no son colores, sino límites. Entre ellos se desarrolla una gama intermediaria, de prodigiosa riqueza, pero cuyos tonos no es fácil distinguir. Hugo emplea indiferentemente el fusain, la grafita, el lápiz, la tinta china, la tinta ordinaria, el «jus des mures», y generalmente todo lo que tiene a la mano: la sepia, la cebolla quemada, la ceniza de cigarro, el carbón, el negro de humo, el papel quemado, los dentífricos, le sirven para matices preciosos.

Y esos elementos distintos, lejos de rechazarse al estar juntos, se funden en tintes de un efecto intenso y extraño. Es cierto que cuando un poeta se acerca a su mesa de trabajo, tiene intención de escribir obras maestras.

Si llega a hacerlo, tanto mejor; y Victor Hugo nunca ha fallado. ¡Pero qué! Cosas semejantes se ven todos los días; un zapatero se sienta delante de su obrador para hacer un par de botas; un general junta sus tropas para conseguir la victoria, y la consigue, a menos que no tenga puentes demasiado cortos para atravesar los ríos; en fin, se han visto gentes con intención de hacer alguna cosa y han salido de su tarea, bien o mal. Pero yo no he oído jamás hablar de un escritor, poseído por la idea de escribir un drama o una novela, y que produzca, sin pensarlo, aguas fuertes involuntarias, no solamente en su prosa y en sus versos, sino en el margen de sus manuscritos, sobre la madera de su buró, sobre las tapas de sus cajas, o sobre los pedazos de papel que le caen bajo su mano.

El agua-fuerte no basta al ímpetu de ese genio que trasfigura todo lo que toca. La mordedura del ácido nítrico le parece muy dulce; es preciso para comprender hasta dónde va la violencia de su temperamento, ver las esculturas en creux con que ha ilustrado los panneaux de Hauteville-House y de Hauteville-Feerie. Figuraos un artista que tenga por buril ese largo hierro con que se revuelve el fuego de coke, y al cual los ingleses llaman «poker»; con esa barra enrojecida al fuego es que Victor Hugo ahonda en el pino o en la encina líneas llameantes, carbonizadas. Consigue así efectos prodigiosos. Este grabado incendiario se colora de tintes polícromos, y flores maravillosas se abren, nacidas vivas de la imaginación del poeta.

Algunos cuadros decorados de esta manera existen en París y dan testimonio de los recursos de este extraño trabajo; pero los más bellos monstruos, las más bellas quimeras que nacieron, quedaron allá en la isla’”.

También nos dirá que, al visitar la casa de Víctor Hugo:  “Ahí está una chimenea decorada por él, orientalmente, y muchedumbre de panneaux coloreados y dorados de modo hábil y pintoresco. Son caprichos de mandarín, visiones chinescas, animales fabulosos, fragmentarias pagodas, inauditos dragones, cómicos personajes del Imperio Celeste, flores raras, juegos decorativos de líneas y de figuras, hecho todo en tablas, uno como pirograbado y policromo, de la más interesante inventiva. Y cuadros y retratos, y más cuadros y más retratos. Sobre todo llama la vista y la meditación la obra pictórica de Hugo. Habrá un libro muy importante y profundo el día en que un artista pensador escriba el que merecen las concepciones gráficas del altísimo poeta de Francia. Es en los dibujos, es en el Victor Hugo pintor en donde se completa la personalidad portentosa del rimador formidable y profético. Solamente en Turner, en Blake, en ciertas cosas de Piranesi, se percibe la cantidad de ensueño y de misterio que en las visiones manifestadas por Hugo en tales páginas de un «romanticismo» eterno y transcendente”.

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