
“Si el dominio del conocimiento humano se limitara al entendimiento abstracto, al analizar la explicación que la ciencia nos da sobre el poder, la humanidad llegaría a la conclusión de que el poder no es más que una palabra, y que en realidad no existe. Más para conocer un fenómeno, además del razonamiento abstracto, el hombre posee el instrumento de la experiencia, con el que se puede comprobar los resultados de su propia especulación. Y la experiencia nos dice que el poder no es una palabra, sino un hecho realmente existente … Siempre que ocurre un hecho histórico, aparece un hombre o unos hombres de acuerdo con cuya voluntad ocurre el hecho. Cuando lo manda Napoleón III, los franceses van a México … Lo dispone así Napoleón I, y sus ejércitos de dirigen a Rusia … Por otra parte, la razón nos muestra que las expresiones de la voluntad del hombre, sus palabras, no son más que una fracción de la actividad general expresada en el acontecimiento; por ejemplo, una guerra o una revolución, y ése es el motivo de que no se pueda admitir que las palabras sean la causa del movimiento de millones de individuos … Por otra parte, incluso si se admite que las palabras pueden ser la causa de un acontecimiento, la historia se encarga de demostrarnos que la expresión de la voluntad de los personajes, en gran número de casos, no produce efecto alguno; es decir, que sus órdenes quedan frecuentemente sin cumplir y, lo que es aún más, a veces ocurre lo contrario de lo que mandaron … Desde el punto de vista de la experiencia, el poder no es más que la dependencia entre la expresión de la voluntad de una persona y la ejecución de esa voluntad por otros”.
(Tolstoi, Guerra y paz)
Si el “giro lingüístico”, que irrumpió a mediados del siglo XX cuando todo parecía escapar de la voluntad de las personas en sus esfuerzos por producir determinadas transformaciones sociales, en sus diversas tendencias, pudiera reducirse (y es una reducción) a un denominador común, éste podría ser la creencia de que el lenguaje constituye la realidad.
En el presente, con la irrupción de la IA, autores como Yuval Noah Harari en su Nexus, advierten que se trata de un agente independiente del ser humano y la posibilidad, más bien la amenaza, que contiene de tomar decisiones sobre nosotros y nosotras. Una vez más, todo parece escapar de la voluntad de las personas, invitándonos a seguir explorando, como aquí, lo específicamente humano, limitándonos aquí a la creación de la literatura y el arte.
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El “giro lingüístico”, en una de sus vertientes, alcanzaba a proclamar la muerte del autor, la muerte del sujeto. El texto señoreaba. Aunque siguieron siendo los autores, con sus demonios, quienes siguieron creando los textos que deleitan nuestros días.
El “giro algorítmico”, pareciera nuevamente dejar planteada la posibilidad de una nueva muerte del autor, una nueva muerte del sujeto. Recientemente, en 2023, en el Mes Nacional de Escritura de Novelas (NaNoWriMo por sus siglas en inglés) que se realiza cada año entre el 1° y el 30 de noviembre, la organización del evento declaró que “no apoya explícitamente ningún enfoque específico de la escritura, ni condena explícitamente ningún enfoque, incluido el uso de la inteligencia artificial». Un ejemplo de un debate abierto entre las y los escritores y todo el mundo de la creación literaria. En Amazon, de los libros del género Romance contemporáneo, solo 19 de los 100 libros más vendidos fueron escritos por humanos, los otros 81 fueron escritos por una IA.
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En esta nueva época de la modernidad generativa de la que hablábamos, con los algoritmos con capacidad de crear una nueva realidad, un nuevo orden más bien, al decir de Harari, nuevos textos, nuevas narrativas sobre lo que es la humanidad, y, en el ámbito de la literatura con la IA como agente- autor, se encienden los debates sobre la creación literaria. Ahora sí, pareciera, podría cumplirse la tesis del “giro lingüístico” y el texto crear textos.
Las palabras crear palabras. Como un paroxismo, en otro plano, del fetichismo de la mercancía de Marx, en el que “el dinero crea dinero”. Para confrontar esta ilusión, buscó desentrañar los secretos de la mercancía, las leyes que rigen su modo de producción.
Los secretos de la modernidad generativa están por desentrañarse. Una puerta de entrada, podría estar en la exploración de lo específicamente humano, nos limitamos aquí a la creación de obras de arte y literarias.
Y, cuando pareciera que, nuevamente, el mundo, la vida, la humanidad -o, más bien, con Harari, la creación de un nuevo orden- está amenazada, la noción de experiencia puede ayudarnos a pensar aquello.
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En una discusión sobre la noción de experiencia, Martin Jay en su La crisis de la experiencia en la era postsubjetiva, recuerda que “la palabra ‘experiencia’ ha sido usada con frecuencia para apuntar precisamente a aquello que excede los conceptos y el lenguaje mismo, para designar aquello que, de tan inefable e individual, no puede ser referido en términos meramente comunicativos”.
Contra este uso frecuente, y denostado -pero sobre el que volveremos- nos remite a la solución de Walter Benjamin a la oposición entre Erlbenis, identificada con la experiencia interna vivida, dotada de sentido intuitivo, y la Erfahrung, la experiencia sensible exterior, basada en la reflexión conceptual, es decir, la oposición entre “las respuestas intuitivas, subjetivas y concretas al mundo que precedían a las abstracciones construidas de la ciencia o del intelecto”. La solución de Walter Benjamin estaba en “una alternativa cercana a lo que Gadamer ha llamado el concepto dialéctico de la experiencia, un proceso de aprendizaje que se desarrolla en el tiempo, combinando negaciones por medio de episodios desagradables con afirmaciones por medio de episodios positivos para producir algo así como una sabiduría que puede pasarse a través de las generaciones por medio de la tradición”.
Es un debate antiguo que se actualiza, en esta modernidad generativa en que parece señorear el individuo, pero un individuo que estaría perdiendo la posibilidad del control sobre su destino; ahora más con la creación de este agente, la IA, capaz de tomar decisiones sobre la misma humanidad. Y de escribir textos sin autor, sin sujeto.
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La IA carece de la posibilidad de la experiencia, la definamos como la definamos. Puede sí, lo hace, otorgarnos experiencias (está la experiencia virtual, la de hacernos creer que una pareja virtual tiene sentimientos por nosotros; la de transportarnos con los visores adecuados a cualquier escenario que diseñe una IA, en el mundo de Meta, por ejemplo).
¿No hay esto específicamente humano en la experiencia de cada cual? De cada cual, de cada individuo.
Pero necesitaríamos la solución Benjamin. Es que no sólo el uso frecuente, sino la experiencia misma de la experiencia, pareciera decirnos que ésta remite a algo que solo reproduciría las cosas tal como están: algo interno, inmediato, pasivo, fragmentado, aislado. ¿Y puede individuos así, en una vida inmediata, pasiva, fragmentada, aislada, recuperar, mantener, la posibilidad de controlar su propio destino; ahora: no entregárselo a la IA, no dejar “ser escritos” por un agente, crear, en el terreno de la literatura, sus propios textos?
Entonces, ¿puede la experiencia de cada cual, de cada individuo, afrontar las amenazas que presentaría la emergencia de estos agentes, la IA, a toda la humanidad, al sujeto, al autor?
Agreguemos otro punto de vista. Lukacs, en su Prefacio a la Sociología de la vida cotidiana de Agnes Heller, nos dice que “desde un punto de vista negativo ha quedado demostrado desde hace tiempo que en el hombre, considerado particularmente, la religación inmediata con los momentos de desarrollo de la economía o del ser y devenir social completamente desarrollados puede clarificar solamente conexiones abstractas y, en su abstracción, extrañas a la vida. El decisivo estado de condicionamiento en que se encuentra la totalidad de las expresiones vitales, de los modos de vida, etc., del hombre no puede ser descrito de un modo realista con una combinación inmediata entre principios causales puramente objetivos y el mundo de sus efectos concretos. Las ciencias sociales de nuestros días, en cambio, desprecian a menudo esta zona intermedia concreta, aquella en la que se encuentra el nexo real, considerándola como un mundo de mera empiria que, en cuanto tal, no es digno de un análisis científico en profundidad destinado a examinar las constituciones internas. Pero cuando se reflexiona con la mirada puesta en la realidad, resulta, por el contrario, que solamente a través de la mediación de una esfera tal pueden ser comprendidas científicamente las interrelaciones e interacciones entre el mundo económico- social y la vida humana … Pero precisamente por esto, precisamente como consecuencia de su inmediato fundamentarse en los modos espontáneo- particulares de reaccionar por parte de los hombres a las tareas de vida que la existencia social les plantea (so pena de ruina) la vida cotidiana posee una universalidad extensiva. La sociedad sólo puede ser comprendida en su totalidad, en su dinámica evolutiva, cuando se está en condiciones de entender la vida cotidiana en su heterogeneidad universal”.
La amenaza de ruina que menciona Lukacs, sobre la que advierte Harari, ahora agravada por la posibilidad, ya en curso, de que la IA tome decisiones por nosotros, de que textos generen textos sin necesidad de un sujeto, un humano, un autor, está siendo parcialmente contestada. Nos referíamos en nuestros anteriores Apuntes sobre este tema, que se habla de la necesidad de la marca “made by human”; ahora los avatares de periodistas nos advierten al mirarlos en sus programas de noticias que no son reales sino virtuales. Pero, para que la humanidad no pierda el control sobre su propio destino, se requieren políticas públicas. Harari recomienda “construir instituciones con mecanismos de autocorrección sólidos”.
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Aún con esto, la vida sigue. Y la generación de literatura por la IA avanza. Pareciera retomarse la agonía del sujeto, y del autor.
En nuestros anteriores Apuntes, mencionábamos el trabajo y el inconsciente como la residencia de lo específicamente humano ante el embate de la IA. Agreguemos ahora entonces, la experiencia como noción, como ancla, de lo específicamente humano.
La todavía imperfecta y marginal literatura creada por la IA, podría perfeccionarse y ponerse al centro.
En Walter Benjamin, seguimos con Martin Jay, hay una desesperanzada esperanza: “El lugar de nacimiento de la novela es el individuo en su soledad”, oponiendo la novela a la épica. Redoblada esta desesperanza por ese “ámbito que para Benjamin mismo era el lugar de la experiencia no subjetiva, el lenguaje”, haciéndose parte del “giro lingüístico” de este modo.
La salida, que fue gloria de la novela, nos lleva, en este contexto en que estaríamos bajo amenaza de ruina, se transformaría en un callejón sin salida. “¿Cómo -sigue Martin Jay- puede servir de lugar para una ‘experiencia absoluta’ más allá de la mera Erlebnis, o incluso de la Erfahrung perdida del narrador? La respuesta se halla en un aspecto de la novela que Benjamin, que yo sepa, nunca notó: su frecuente adopción de un modo estilístico que estaba ausente de casi todos los géneros previos, un modo que en francés se conoce como style indirect libre, en alemán como erlebe Rede, y en inglés como represented speech. Este modo narrativo está vinculado a la variante gramatical conocida como ‘voz media’, que difiere de la voz activa y pasiva y ha sido identificada por críticos como Roland Barthes como característica de la escritura ‘intransitiva’ de la modernidad”.
Por supuesto, su mayor exponente en sus orígenes fue Flaubert.
Vargas Llosa en La orgía perpetua, destaca esta novedad literaria. “Su gran hallazgo: el estilo indirecto libre … El gran aporte técnico de Flaubert consiste en acercar tanto el narrador omnisciente al personaje que las fronteras entre ambos se evaporan, en crear una ambivalencia en la que el lector no sabe si aquello que el narrador dice proviene del relator invisible o del propio personaje que está monologando mentalmente … Es un estilo para narrar siempre la intimidad (recuerdos, sentimientos, sensaciones, ideas) desde adentro, es decir, para avecindar lo más posible al lector y al personaje. Antes de Madame Bovary la novela incluía los monólogos, por supuesto. En determinados momentos los personajes se hablaban a sí mismos y se contaban lo que sentían, pensaban o recordaban. En eso estriba la diferencia: se hablaban, no se pensaban. Aun cuando el narrador acote ‘Fulano pensó’ y luego se retire de la narración, lo que queda en el relato es una voz, un personaje recitando, teatral, su vida interior, describiendo desde afuera, mediante un discurso lógico -que rara vez se diferencia del gramatical o conceptualmente del de los diálogos- su vida subjetiva. El estilo indirecto libre, al relativizar el punto de vista, consigue una vía de ingreso hacia la interioridad del personaje, una aproximación a su conciencia que es tanto mayor por cuanto el intermediario -el narrador omnisciente- parece volatilizarse. El lector tiene la impresión de haber sido recibido en el seno mismo de esa intimidad, de estar escuchando, viendo, una conciencia en movimiento antes o sin necesidad de que se convierta en expresión oral, es decir, siente que comparte una subjetividad”.
Martin Jay trae un ejemplo de Madame Bovary: ‘Ella se repetía: ¡tengo un amante! ¡Un amante!, deleitándose con esta idea como con la de una nueva pubertad que le hubiera acontecido. Ella poseería, por fin, esos placeres del amor, esa fiebre de felicidad que había perdido la esperanza de alcanzar. Ella entraba a algo maravilloso, donde todo sería pasión, éxtasis, delirio’. Y concluye Martin Jay: “Lo que hizo este pasaje tan escandaloso y confuso para los críticos de Flaubert era su inhabilidad para atribuir con certeza los sentimientos chocantes de la última frase al personaje o al autor. ¿Se identificaba Flaubert con la fantasía de Emma o se limitaba a reportarla? Su estilo no parecía permitir una respuesta clara”. Y citando a otro autor, aclara: “el estilo indirecto libre era un medio por el que una persona reexperimentaba las experiencias de otro”. Y entonces así pudo ser que “Barthes insistió en que la escritura misma contenía lo que Benjamin buscaba”, la experiencia absoluta.
Parecía entonces que el “giro lingüístico” probaba su tesis. El texto no necesita del autor, del sujeto: permitía -con esta innovación técnica más que nunca- representar la experiencia, y, además, dicho sea de paso, conectar experiencias, individuos, más allá de su aislamiento, su soledad, su fragmentación. Aunque, con Tolstoi, las “palabras, no son más que una fracción de la actividad general expresada en el acontecimiento”, y, al cerrar el libro, nos volvemos a encontrar con nosotros mismos.
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En la era de la modernidad generativa, con la capacidad de este agente no humano, la IA, que, fetichistamente, tiene la capacidad de textos que generan textos hasta el paroxismo, con el potencial de crear un nuevo orden, y de crear autónomamente, todavía de manera imperfecta y marginal como decíamos, textos literarios, se repondría el fetichismo del “giro lingüístico” devenido “giro algorítmico”.
La IA tiene una causa que es un objetivo que es una instrucción, un prompt. Por ejemplo, crea una novela de 1000 páginas que comience por: “Todas las familias dichosas se parecen, y las desgraciadas, lo son cada una a su manera”. En su infinita capacidad de acceder y conectar con millones de datos, dará con que es el comienzo de Anna Karenina. ¿Reescribirá Anna Karenina?
Borges nos devuelve, de manera inesperada, en su Pierre Menard, autor del Quijote, a la noción de experiencia que aquí estamos trayendo: “No quería componer otro Quijote -lo cual es fácil- sino el Quijote … El método inicial que imaginó era relativamente sencillo. Conocer bien el español, recuperar la fe católica, guerrear contra los moros o contra el turco, olvidar la historia de Europa entre los años 1602 y de 1918, ser Miguel de Cervantes”.
La IA puede, sí, “conocer bien el español”, hasta podría “recuperar la fe católica”; lo que no puede es “guerrear contra el turco” y, definitivamente no puede “ser Miguel de Cervantes”.
El problema de la experiencia no es, como lo es para Walter Benjamin y los responsables del “giro lingüístico”, la comunicabilidad de la experiencia, ni siquiera con la “solución Martin Jay” a la “solución Walter Benjamin”: encontrando un estilo, como el estilo indirecto libre, que lo permita. El problema es la experiencia de la experiencia misma que, con el fuego del inconsciente y la fragua del trabajo, constituyen lo específicamente humano que da la vida, y la literatura y el arte.
Aunque decir esto es otra reducción, que requiere su despliegue.
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Por una parte, y así como se requieren nuevos proyectos colectivos ante la amenaza de ruina de Lukacs, y ante el nuevo fetichismo paralelo al del dinero que engendra dinero de Marx con el texto que genera textos que da una nueva narrativa humana que da un nuevo orden, y que Harari propone con su fórmula de instituciones con instituciones con mecanismos de autocorrección sólidos, se requiere nuevamente investigar sobre las leyes y los secretos de este nuevo fetichismo. Otra vez con Tolstoi: “La razón humana no puede comprender en su integridad el conjunto de las causas originarias de cada fenómeno … pero sí existen leyes que gobiernan esos acontecimientos”; además, “desde el punto de vista de la experiencia, el poder no es más que la dependencia entre la expresión de la voluntad de una persona y la ejecución de esa voluntad por otros”.
Por otra parte, la voluntad de las y los escritores, al crear sus textos y debatiendo sobre la creación por, y sobre la ética de la creación de, textos con IA, son la variable independiente de esa tolstoiana dependencia.
Queda por seguir pensando qué nueva innovación literaria -ayer el estilo indirecto libre- requiere esta época.
Harari critica el arte y la literatura de nuestro tiempo: “las novelas, películas y series televisivas sobre figuras políticas del siglo XXI … [con su] fijación artística por los dramas biológicos de tipo dinástico que enmascara los cambios reales que se han ido produciendo a lo largo de los siglos en las dinámicas del poder”. Como un ejemplo de “artistas capaces de explicar las nuevas estructuras de maneras accesibles y entretenidas”, pone un capítulo de Black Mirror en el que no se trata de “un relato caduco sobre la competición biológica sobre el estatus social, sino más bien un análisis perspicaz de lo que ocurre cuando la tecnología informática cambia las reglas de esa contienda”.
Más allá de lo que pensemos de su valoración de la literatura y el arte y su “fijación artística”, nos invita a pensar sobre la producción de arte y literatura en la era de la modernidad generativa. ¿Pasará por nuevas innovaciones técnicas como el estilo indirecto libre; pasará por la renovación de la descalificada “literatura panfletaria, comprometida” dejando de denostarla; deberá volver a caminar, al menos por un período, de la mano del Bernard Marx de Aldous Huxley y su historia mínima de ser diferente, o recluirse en el resistente amor de Winston Smith y Julia de George Orwell?
La experiencia se resiste a la transmisión, no por subjetiva sino por singular. La cuestión del arte, de la expriencia en acción, de lo imposible de narrar, tiene residencia en lo indecible. Los algoritmos pueden descifrar, listar, ordenar información, incluso información que proviene de narraciones sobre experiencias, pero no puede enfrentar lo indecible, para lo cual se necesita un cuerpo y no una lógica. El cuerpo se perpetua en la experiencia, que puede convertirse en narración singular cuando se enfrenta con lo indecible. Lo posible e irrealizable se topa con lo imposible.
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La experiencia se resiste a la transmisión, no por subjetiva sino por singular. La cuestión del arte, de la expriencia en acción, de lo imposible de narrar, tiene residencia en lo indecible. Los algoritmos pueden descifrar, listar, ordenar información, incluso información que proviene de narraciones sobre experiencias, pero no puede enfrentar lo indecible, para lo cual se necesita un cuerpo y no una lógica. El cuerpo se perpetua en la experiencia, que puede convertirse en narración singular cuando se enfrenta con lo indecible. Lo posible e irrealizable se topa con lo imposible.
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