
“Todo el genio indio se muestra en esa necesidad, nunca satisfecha, de remover la materia, en su aceptación de los elementos que ésta le ofrece y en su indiferencia hacia las formas que de ella va sacando. En el arte que nos lo descubre, no hay que buscar, como en el egipcio, la expresión quizá forzada, pero desde luego real, de su metafísica o, como en el griego, la libre expresión de su filosofía social, sino la expresión confusa y oscura, anónima y profunda y, por ello, desmesuradamente fuerte, de su intuitivo panteísmo. Ya no es el hombre el eje de la vida. Ha dejado de ser esa flor del universo entero, dedicado a formarlo y a madurarlo lentamente. Se halla ahora confundido con el todo, en el mismo plano de todas las cosas. Es una parcela del infinito, ni más ni menos importante que las demás parcelas …
Incluso por fuera, incluso a plena luz, estas formas se muestran envueltas en sombras misteriosas. Los torsos, los brazos, las piernas y los rostros se confunden, cuando no es una sola estatua la que presenta veinte brazos, diez piernas y cuatro o cinco rostros, cuando no aparece ella sola cargada con todas las apariencias del amor o de la violencia, reveladoras de la vida. Los fondos ondulan pesadamente, como si quisieran sumir otra vez en la agitada eternidad de la sustancia primitiva a los seres aun informes que intentan emanciparse de ella …
Movimientos en lugar de formas, masas expresivas en lugar de relaciones o de abstracciones definidas, una imagen frondosa y ebria de la totalidad del mundo en lugar de la persecución de un equilibrio entre las leyes del mundo y del espíritu …
El idealismo social es vano. La impasible eternidad acaba por desgastar el esfuerzo del hombre. El artista indio no tiene bastante tiempo para llevar la forma hasta su realización. Todo lo que ésta encierra, lo encierra en potencia. Está animada por una vida prodigiosa, pero embrionaria y como condenada a no poder elegir nunca entre las confusas solicitaciones de sus energías de voluntad y las de sus energías sensuales. Nada puede cambiar el hombre del destino final que, tarde o temprano, lo hace retornar todo a lo inconsciente y a lo informe. En el furor de los sentidos o en la inmovilidad de la contemplación, se anula, pues, sin resistencia en el abismo de los elementos”.
