
A partir de
Sarmiento, de Martín Caparrós
[Está siempre, en todos, ese instante previo que después olvidamos, o no entendemos, y olvidándolo nos hace creer con soberbia, que nosotros elegimos nuestro camino, de qué lado estar, qué hacer, qué ser; nuestro Destino.
Un entrevero casual. En una feria, se tropieza Sarmiento con el coronel Manuel Quiroga, del partido de los federales, sus hombres sacan sus facones, así que rodean con sus facones los unitarios a Sarmiento, y fue entonces que “esa noche, sin decidirlo, casi sin pensarlo, caí de ese costado: que esa noche, por aquellos azares, me volví un unitario. Pocos momentos definieron mi vida tanto como aquel tropiezo en una feria. Y fue por un azar, por una tontería, de esas que no nos gusta reconocer porque si algo buscamos a manotazos en la vida es esa sensación esquiva de que las cosas no pasan porque sí, que tienen un sentido. El principio puede ser azaroso —fue, en tantos casos, azaroso— pero una vez que uno lo ha decidido casi todo depende de eso. La forma en que uno lee el mundo depende de eso. Las personas con las que se relaciona dependen de eso. Los trabajos que consigue, los que pierde, la carrera que hace o que no hace dependen de eso. Y muy pocas veces muy pocas personas se preguntan qué habría sido de sus vidas si hubieran elegido al revés … Muy pocas veces muy pocas personas son capaces de soportar el peso del azar, la sinrazón de ser eso que somos”.
Aun siendo de esas personas que rigen los Destinos].
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Terminando Sarmiento su presidencia, está terminando también, así lo cree, su vida.
¿Serán sus 63 años? No, no son sus 63 años.
“Es el momento de aprender a ser viejo … Todos los otros aprendizajes, ingratos, laboriosos, se toleran por la esperanza de que servirán para conseguir lo que uno quiere de la vida. Se aprende con un fin, y eso lo vuelve más soportable: lo vuelve posible … Aprender a ser viejo es aceptar que ya has hecho lo que tenías para hacer, que ya no serás otro, que ya no queda mucho más, que ya sos parte del pasado”.
¿Será una resignación? Es probable.
“Nada de lo que puedo intentar de ahora en más se compara siquiera con la potencia de dirigir —de haber dirigido— mi país; que cualquier cosa, frente a eso, será un pasatiempo”.
Aunque depende de la escala de tus ambiciones; o su calibración. O de la valoración de lo que queda.
Tal vez, otro modo de ejercicio del poder.
“Queda, por eso, la opción de hacer una vez más lo que hice siempre: contarlo, a ver si me lo creo”.
Construir un relato, de uno mismo, que, en su caso, es el de una Nación naciente.
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Y recuerda “ese trayecto que es mi marca y mi orgullo”.
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Pero no el demoroso recorrido de los hechos. Si no, el de las emociones.
La de la orgullosa revancha: “la idea disparatada de que un provinciano sin partido, un poco de cincuenta y tantos años sin propiedades ni familia, un trotamundos exaltado, un iluso confuso, un comecuras leve, un torpe altisonante, un sanjuanino feo, podría gobernar este país … yo, Sarmiento, el siempre desdeñado, el siempre marginado, el solitario empedernido, presidente … me he pasado la vida subvalorado por mis semejantes … El reconocimiento —eso que llaman el reconocimiento— consiste en que otros empiecen a pensar de vos lo que vos siempre pensaste: que se den cuenta, que lo entiendan. Yo no lo tuve nunca, pero esa tarde empecé a ser presidente.”.
Ese motor secreto, inconfesable, denostado por impropio, de tantas ambiciones ofendidas.
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Pero no el demoroso recorrido de los hechos. Si no, el de sus combates, por la Nación, Argentina, que imaginaba (que no civilización o barbarie, que podría ser un contenido, sino la Argentina misma, que debería ser su continente, y no existía), personificados los obstáculos para alcanzarlos en esos caudillos hijos de terratenientes, Peñaloza, Facundo, Rosas, Urquiza inclusive.
Y entonces, esa pregunta: “por qué alguien que podía vivir tranquilo en sus tierras, su familia, sus honores, decidía arriesgarlo para pavonear su poder ante esos vagabundos”.
Y una respuesta que siempre deja nuevas preguntas: “La vanidad, lo sé, mezclada con la cólera lo puede casi todo; en ese casi se esconden los misterios”.
Misterios de la vida pública, no menores que los de la vida de cada cual.
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Pero hay otra respuesta: el Poder. Lo que tal vez esté al centro, necesario, inevitable, de todo quienes sueñen esos sueños.
El Poder. Deseo y Propósito. “Se desea lo que se cree imposible; se pretende lo que se debería poder. El deseo es una maniobra defensiva: querer algo imaginándolo ilusorio; el propósito es pura terquedad, cada recodo del camino que te lleva a esa meta imposible”.
El Poder y la disociación. Dejar la masonería, dejar a su amante, posponer el término de la guerra con el Paraguay: por un tiempo solamente. “Porque uno siempre puede creer que volverá a ser el que era, que ser durante un tiempo esto o lo otro, que renunciar a mis convicciones para ser durante un tiempo esto o lo otro no me cambiaría, que volvería a ser lo que era en cuanto lo quisiera”.
El poder, “gozo y miedo”. Que, ejerciéndolo al fin, todo se podría, que nada se podría.
El poder, que descansa, acaso, en el carácter. “La fortaleza, dicen, es aguantar cualquier cosa —y yo siempre creí que fortaleza es dejar de aguantarlo”. Y, así, conseguir “tantas cosas para las que no estaba destinado —ni por cuna ni por fortuna ni por sangre ni por sociedad”.
Torcer un Destino, si el propio, ¿por qué no el de todos?
El poder, ese imperio sobre los otros. “Cómo cambia el poder la forma en que te ven”.
El poder, esa fantasía. “Lo que hacés parece siempre una elección —y eso lo vuelve tan distinto. Pero esa, claro, es la ilusión de los que nunca lo han tenido”.
El poder, una suma de pequeñas derrotas disfrazadas. “El poder, casi siempre, se ríe del que cree que lo ejerce … otra de las injusticias del poder: lo que se ve, lo que se juzga, nunca es lo que querrías que vieran y juzgaran —porque nunca es aquello que querías. El poder es saber soportar, una vez y otra vez, esas derrotas”.
El poder, la sorpresa casi inverosímil de su alcance. “El vértigo de saber que lo que yo decretaba sucedería, de algún modo, indirecto, deforme”.
El poder, saber contenerse: finalmente, acaso lo que encierre toda la sabiduría necesaria para ejercer el poder. Está allí, en el comentario a una anécdota menor: ¿visitar o no visitar a los dos sicarios contratados para asesinarlo? No fue: “Desde lejos, desde afuera, nadie puede saber en qué medida el poder consiste en no hacer lo que uno quiere”.
Y un chiste cruel: el poder es no poder burlarse, como antes, de los que están en el poder.