
A partir de
Los viejos marineros, de Jorge Amado
De las historias aquí reunidas elijo La muerte y la muerte de Quincas Berro Dagua. Que tuvo dos muertes. Una, la contada por la familia, una muerte “tranquila, matinal, sin testigos, sin aparato, sin frase”; otra, la “tan propalada y comentada, en la agonía de la noche, cuando la luna se deshizo sobre el mar y ocurrieron misterios en la orla del muelle de Bahía”, contada por sus últimos amigos.
Aquellos, aferrados “al orden y a la ley, a los procedimientos habituales, al papel sellado … el certificado de defunción firmado por el médico casi al mediodía”; estos, a las “horas intensamente vividas por Quincas Berro Dagua hasta su partida, por libre y espontánea voluntad”.
Aquellos lamentaban “la malhadada existencia por él vivida en sus últimos años, cuando se convirtió en la tristeza y la vergüenza de la familia, hasta el punto de que no era pronunciado su nombre” -y, para sus nietos, había muerto hacía muchos años, sumando una tercera muerte; éstos, celebraban esos últimos años de su existencia.
¿Será posible, tener tres muertes? Quincas habría dicho, esto tampoco puede confirmarse, aquellos lo niegan, éstos lo propalan, que “lo importante es intentar aun lo imposible”. Así que estas tres imposibles muertes, eran sí posibles.
Quincas había sido, eso quería preservar la muerte de la familia, “antiguo y respetable Joaquim Soares da Cunha, de buena familia, ejemplar funcionario de la Dirección General de Rentas del Estado, hombre de paso medido, bien afeitado, chaqueta de alpaca negra, cartera bajo el brazo, oído con respeto por los vecinos, opinando sobre el tiempo y la política, jamás visto en un cafetín, hombre de aguardientes comedidos y caseros”.
Quincas había sido, en sus últimos años, al jubilar con cincuenta años, por voluntad propia, un vagabundo, borracho, que cantaba en las laderas abrazado a negras y mulatas de mala vida, un libertino.
Quincas “había sido sólo una invención del diablo, un mal sueño, una pesadilla”, ahora ya muerto, “de nuevo volvería a ser Joaquim Soares da Cunha, y estaría ahora entre los suyos, al calor de un hogar honrado, reintegrado a su respetabilidad”.
Habría más locuras. La de la muerte y el velorio en la Ladeira do Sao Miguel. Cuando él había dicho que moriría en el mar. Algo no cuadraba. Y no importaba, era otra noche mágica de Bahía. O Quien sabe. La misma noche que lo velaron, tras retirarse la familia y llegar sus amigos vagabundos, se puso en pie, bebieron, rieron, caminaron, llegaron a la playa, montaron un bote, la tormenta se desató y Quincas se arrojó al mar.
¿Pero, cómo, y por qué, aquel cambio tan radical? Fue locura. Era el destino. Fue una reacción a su señora tan mandona.
Tal vez esto no importa. Tal vez solo importa esa imposible posibilidad de vivir dos vidas, varias vidas, y, acaso más extraño, dos muertes, o más. Las que son, las que deciden por nosotros, las que nosotros decidimos, las que nos contamos, las que de nosotros cuentan. Todas verdaderas, todas falsas.