
Píldoras de la crítica. Broch y el obligado rol ético de la literatura. Hannah Arendt
(Apenas un breve extracto para pensar, sin hacer crítica de la crítica, ni hacerse parte de entreveros, ni tener que recorrer estos caminos)
“Sin embargo, para una profunda comprensión de Broch, es decisivo entender cómo resolvió los conflictos y problemas en su ficción, qué roles le asignó en ella a la literatura, al conocimiento y a la acción. Para ello, debemos estudiar La muerte de Virgilio, donde la Eneida será quemada por el bien del conocimiento y este conocimiento será sacrificado a la amistad entre Virgilio y el Emperador y a los requerimientos muy prácticos de la política de la época que contiene esta particular amistad.
Esa ‘literatura no es más que impaciencia por parte del conocimiento’, que la máxima ‘la confesión no es nada, el conocimiento lo es todo’, es válida en especial para la poesía; que el tiempo, sin embargo, no necesita conocimiento sino acción, una ‘obra de arte ética’ y no una ‘científica’, a pesar de que el arte, debido a su función cognoscitiva, no puede separarse del ‘espíritu de la época’, y mucho menos de su ciencia; ésta, finalmente, es la ‘misión extraordinaria’ de la literatura contemporánea, la cual ‘tuvo primero que pasar por todos los infiernos de l ’art pour l’art para pasar todo lo estético al poder de lo ético’; nunca dudó de todos estos principios desde el comienzo hasta el final de su trabajo creativo. Nunca cuestionó lo absoluto, inviolable primacía de la ética, la primacía de la acción. Tampoco dudó de la modernidad específica (podemos llamarla la limitación de la contemporaneidad) que lo llevó a expresar la actitud fundamental y los requisitos fundamentales de su naturaleza en una vida determinada sólo por conflictos y problemas.
De esto último, jamás habló en forma directa, tal vez debido a su peculiar reserva sobre todas las cosas que pertenecían de manera demasiado obvia al reino de lo personal. ‘El hombre como tal es el problema de nuestra época; los problemas de los individuos van desapareciendo e incluso se prohíben, desde el punto de vista moral. El problema personal del individuo se ha convertido en tema de risa para los dioses y ellos tienen razón en su falta de piedad’.
Al parecer, Broch nunca escribió un diario, ni siquiera se hallaron cuadernos de notas entre sus papeles; y es casi conmovedor comprobar que la única vez que habló en forma directa sobre sus problemas personales, y no en forma indirecta en su transformación poética, no lo hizo sobre sí mismo sino sobre Kafka, diciendo así, una vez más y disfrazado, lo que quería decir en La muerte de Virgilio pero no pudo por la simple razón de que la fuerza literaria del libro era demasiado grande para que su ‘mensaje’, el ataque a la literatura como tal, tuviera un impacto total. Por ello, al escribir en inglés sobre Kafka aunque en realidad comprometido en una autointerpretación oculta, declaró lo que podría haberse dicho con gran justicia sobre él, pero que no fue dicho: ‘Ha llegado al punto del esto o aquello: o la poesía es capaz de avanzar hacia el mito o fracasa. Kafka, en su presentimiento sobre la nueva cosmogonía, la nueva teogonía que debía lograr, luchando con su amor por la literatura, su disgusto por la literatura, sintiendo la total insuficiencia de cualquier enfoque artístico, decidió (tal como lo hizo Tolstoi al enfrentarse a una decisión similar) abandonar el reino de la literatura y pidió que su obra fuese destruida; lo pidió por el bien del universo cuyo nuevo concepto mítico le había sido conferido’.
Lo que Broch expresa en este ensayo va mucho más allá del odio por la postura literaria y su estética barata, incluso más allá de su amarga crítica de l’art pour l’art, que ocupa un lugar central en su trabajo crítico, así como en su filosofía sobre el arte y sus primeras reflexiones sobre la ética y la teoría del valor. Las obras de arte son consideradas cuestionables como tales. La literatura como tal es ‘fundamentalmente insuficiente’. Una sorprendente especie de reticencia, que no debería ser comparada con la modestia, le impidió plantear su propio trabajo como modelo de aquello a lo que se refería: pero-es obvio que aquí hacía tanta referencia a La muerte de Virgilio, como diez años antes en el ensayo sobre Joyce, ocultó su crítica de The Sleepwalkers detrás de un comentario sobre Gide respecto de que no se alcanza la modernidad cuando ‘se utiliza una novela como marco para digresiones psicoanalíticas o científicas’.
Sin embargo, tanto en los primeros ensayos como en su temprana autocrítica, lo único que lo preocupaba era liberar la novela de su ‘literalidad’, su sumisión a la sociedad burguesa cuyo ocio y hambre de cultura debían de ser alimentados con ‘entretenimiento e instrucción’.
Sin lugar a dudas, en La muerte de Virgilio logró transformar la forma de la novela, a pesar de sus tendencias naturalistas u ostentosas, en auténtica poesía y, por lo tanto, a través de este ejemplo había demostrado la insuficiencia de la poesía como tal”.