Rip van Winkle, de Washington Irving

A partir de

Rip van Winkle, de Washington Irving

A los pies de las montañas de Kaatskill se encontraba una pequeña población fundada por colonos neerlandeses en la que vivía “un hombre sencillo y amable llamado Rip van Winkle … un buen vecino y obediente marido dominado … es a esta última circunstancia a la que quizá se deba la mansedumbre de espíritu que le granjeó tan universal popularidad, ya que son hombres propensos a ser serviles y conciliadores en la calle quienes están bajo la disciplina de las fieras en casa. Su carácter, sin duda, se hace flexible y maleable en la fragua abrasadora de las tribulaciones domésticas”. Tanto, que en las querellas domésticas, hasta “las buenas esposas de la aldea … se ponían de su parte …  y jamás dudaban, siempre que comentaban estas cuestiones en sus cotilleos de media tarde, en culpar por completo a la señora Van Winkle”.

¿Pero era culpable?

¡Ay de las opiniones!

Porque, también, Van Winkle tenía “una aversión insuperable a todo tipo de trabajo provechoso”, si era para su familia: a todos ayudaba, a todos menos a su casa, “estaba dispuesto a atender las tareas de cualquiera, menos las suyas; cumplir con sus obligaciones familiares y mantener sus tierras en orden le resultaba imposible”.

¡Ay de las opiniones!

Entonces, “su mujer no cesaba de calentarle las orejas por su holgazanería, su despreocupación y la ruina a la que llevaba a la familia”.

Tan pasajero todo. Las acciones y las opiniones; las obligaciones y el eludirlas.

¡Ay de las maravillas!

Una mañana va montaña arriba. Lo llaman, ve un hombre, vestido a la antigua, lo sigue, en un hueco de la montaña un grupo de hombres igualmente vestidos a la antigua y silenciosos, bebe, despierta al otro día en el valle, vuelve, el hueco aquel ya no está, baja a su poblado, a nadie reconoce, todos visten distinto, su barba ha crecido medio metro. Es otra época, se fue con su tierra bajo dominio británico y vuelve con el retrato de George Washington colgado en el viejo bar. Pregunta por los suyos, le responden. Pregunta por Rip van Winkle, le señalan a un hombre allá a la distancia. Lo mira: es él, y no es él. Como todo: “¡Se había producido una revolución, el país se había liberado del yugo de la vieja Inglaterra y, en lugar de ser súbdito de Su Majestad Jorge III, era ahora ciudadano libre de los Estados Unidos!”.

Todo se aclararía. Todo, menos esa extraña noche de veinte años. Existe; mejor no dar con ella, ¿o sí?

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