
“Clamó por ti el Señor,
te llamó por tu nombre allá en las cimas
en donde extraviado, antiguo y loco,
habla consigo mismo,
mordiéndose en voz baja su secreto.
-Miguel Ángel -te dijo-. Y en tu mano,
cerrándola, lo puso.
Y tú la abriste.
…
Pincel en soledad, pincel hundido
en lo oscuro, llenando de ráfagas de luz y de temblores
de tierra todo el cielo.
Sólo por ti la cara desvelada de Dios,
Pincel movido al soplo de trompetas finales,
pudo ser descubierta entre las nubes.
…
Suenan portazos en las nubes, tremen
rotos los goznes del quicial del mundo”.