
A partir de
El Quijote apócrifo, del licenciado Alonso Fernández de Avellaneda
O: “Segundo tomo del Ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha que contiene su tercera salida y es la quinta parte de sus aventuras”
Vuelve otra vez un historiador moro, esta vez Alisolan, a relatar la historia de don Quijote, su tercera salida ahora.
Vuelve otra vez Martin Quijada a sus libros de Caballería.
Vuelve otra vez don Quijote a su andante caballería por España montado en Rocinante, acompañado por Sancho Panza con su rucio.
Sigue su Sancho con sus simplezas que hacen reír a todos. “Aunque no soy don, mi padre lo era. ¿Cómo es eso? dijo don Álvaro: ¡vuestro padre tenía don! Sí, señor, dijo Sancho; pero teníale a la postre. ¿Cómo a la postre? Replicó don Álvaro. ¿Llamábase Francisco Don, Juan Don o Diego Don? No, señor, dijo Sancho, sino Pedro el Remendón? Y sigue con sus refranes.
Y sigue don Quijote buscando “ganar fama y honra”, “desfazedor de agravios”, “como verdadero caballero andante cuyo oficio es desfazer semejantes tuertos”. Después, otra vez, de haberse “vuelto loco leyendo libros de Caballería”.
Y sale de Argamesilla de La Mancha en busca de nuevas aventuras, a rescatar princesas, combatir gigantes, reparar injusticias.
Se dirige a las justas que se librarán en Zaragoza, según le informa el casual visitante, don Álvaro Tarfe.
No se encomienda esta vez a doña Dulcinea del Toboso, ingrata, por lo que cambia de Caballero de la Triste Figura, a Caballero Desamorado.
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[¡Pero qué atrevimiento! Otro moro historiando sus aventuras; otro autor recogiéndolas y dándolas a la imprenta! ¿Es aceptable? La historia (simplifiquémoslo así) no lo aceptó.
Plagio no hubo. El licenciado Avellaneda se explica por adelantado en su Prólogo: “sólo digo que nadie se espante de que salga de diferente autor esta segunda parte, pues no es nuevo el proseguir una historia diferentes sujetos”. Se excusa igualmente: “quéjese de mi trabajo por la ganancia que le quito de su segunda parte”. Pero no se arrepiente, le es fiel: “ “no podrá por menos dejar de confesar tenemos ambos un fin, que es desterrar la perniciosa lección de los vanos libros de caballería”. Aunque, volveremos a ello, tiene diferentes fines].
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[¿Y, habrá logrado su propósito?
Con la Emma Zunz de Borges, podemos decir: “La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero era también el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios”.]
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Verdaderas eran y no menos desventuradas sus aventuras.
No menores encantamientos encontrarán en su andante cabalgar.
Vuelve otra vez, apenas salido de su casa, a toparse con un castillo que nuevos encantamientos aparentan ser una venta; a enfrentar al guardia de un melonar al que cree Roldán el Furioso; a afrontar la burla de unos muchachos en Ateca; a retar a duelo a los caballeros con los que se topa en Zaragoza; a encontrar amigos que a la vez le compadecen, se burlan, se entretienen, le protegen: clérigos, ermitaños, soldados, caballeros, notables. Organizan para él el Torneo de la Sortija; el combate con el gigante Bramidan de Tajayunque. En el camino ahora hacia Madrid, cuentan cuentos, coplas. Les acogen en sus casas en Sigüenza, en Alcalá. En la entrada de Madrid la compañía de actores representará la comedia en la que don Quijote enfrentará al perverso encantador Frestón. En Madrid se le rendirá antes de enfrentarlo el príncipe Perianeo de Persia.
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[Sólo eran falsas las circunstancias: una justa en Zaragoza; una venta en Alcalá; las horas: un año después de su primera y segunda salida; los nombres propios: Alisolan, don Álvaro Tarfe, la reina Zenobia].
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[También, sus propósitos: aquí, reforzar el orden, allá, con Cervantes, ponerlo en cuestión: “si bien en los medios diferenciamos; pues él [Cervantes] tomó por tales el ofender”, mientras que los “autores de comedias” con el rigor del arte, proceden “con seguridad y limpieza como si fueran del Santo Oficio”. Y así, prevalecerá la busca de entretención de quienes se cruzan en su camino a cada paso que lo acogen y se dicen entre ellos: “Por Dios, señores, que tenemos con ellos el más lindo pasatiempo agora en esta casa que se pueda imaginar; porque el principal, que es el que está en la cama, se finge en su fantasía caballero andante; y así según me parece, él piensa con esta locura ir a Zaragoza y ganar en sus justas muchas joyas y premios de importancia; pero gozaremos de su conversación los días que aquí en mi casa se estuviere curando, y aumentará nuestro entretenimiento la intrínseca simplicidad de este labrador a quien el otro llama su fiel escudero”. Y así endereza todo a condenas morales, a resaltar la locura del Quijote, dando una lección moral sobrepuesta y dominante: “este no enseña a ser deshonesto, sino a no ser loco”, y terminará encerrándolo en un calabozo de la temible casa para orates de Toledo. Triste, injusto final].
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Aún así, no dejó don Quijote de ser el famoso caballero andante que recorría España. No dejó Sancho Panza de ser su fiel escudero, perfecto funámbulo entre la realidad y la imaginación.
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¿Será por esto que se le rechazó y rechaza? ¿Por lograr una réplica, ¡oh, sueño de Pierre Menard!, aún torciendo su propósito y sin ocultarlo?
El Quijote del licenciado Avellaneda, desembozada, amenazante, infértil réplica.