Píldoras de la crítica. Homero, rival de pintores. Henry Fielding

Píldoras de la crítica. Homero, rival de pintores. Henry Fielding

(Apenas un breve extracto para pensar, sin hacer crítica de la crítica, ni hacerse parte de entreveros, ni tener que recorrer estos caminos)

“Y añadió en voz alta: «¡Cómo! ¿No está usted familiarizado con su Homero?». Adams contestó que «Nunca había leído los clásicos en traducciones». «Es cierto», replicó el caballero, «que el idioma griego tiene una dignidad que ninguna lengua moderna es capaz de alcanzar». «¿Entendéis griego, señor?», preguntó Adams precipitadamente. «Un poco», contestó el caballero. «¿Sabéis», exclamó Adams, «dónde podría adquirir un ejemplar de Esquilo? Un desgraciado accidente ha hecho que perdiera el mío». Esquilo estaba más allá de las posibilidades del caballero, aunque lo conocía bien de nombre; de manera que, volviendo a Homero, le preguntó a Adams «Qué parte de la Ilíada le parecía mejor». El vicario replicó que «Sería más adecuado preguntar ‘¿Qué clase de belleza es la más importante en poesía?’, porque Homero sobresalía igualmente en todas ellas. Y además», continuó, «lo que Cicerón dice del orador completo puede también aplicarse a un gran poeta: ‘Debe incluir todas las perfecciones’. Homero lo hizo de la manera más excelente; no le faltaba razón al filósofo cuando en el capítulo veintidós de su Poética lo menciona simplemente como ‘el poeta’: Homero fue tanto el padre del drama como de la épica, y no sólo de la tragedia, sino también de la comedia, porque su Margites, que desgraciadamente se ha perdido, presentaba con la comedia, dice Aristóteles, la misma analogía que su Odisea y su Ilíada con la tragedia. A él, por tanto, debemos la existencia de Aristófanes, así como la de Eurípides, Sófocles y mi pobre Esquilo. Pero, si le parece, nos limitaremos (al menos de momento) a la Ilíada, su obra más noble; aunque ni Aristófanes ni Horacio le dan preferencia, según recuerdo, sobre la Odisea. En primer lugar, el tema, ¿cabe imaginar algo que sea más simple y más noble al mismo tiempo? El primero de esos críticos alaba justamente a Homero por no elegir toda la guerra, ya que, a pesar de tener un principio y un final perfectos, hubiera sido demasiado extensa para que el entendimiento la abarcara de una vez. Por eso me he preguntado con frecuencia cómo es posible que un escritor tan correcto como Horacio, en su epístola a Lolio, llame a Homero Trojani Belli Scriptorem. En segundo lugar, la acción, denominada por Aristóteles Pragmaton Systasis, ¿es posible que la mente humana conciba una idea de tan perfecta unidad y al mismo tiempo tan repleta de grandeza? Y aquí tengo que observar algo que no recuerdo haber visto mencionar a nadie, el Harmatton, la conformidad de la acción con el tema: porque si el tema es la cólera, ¿acaso la guerra, que es la acción, no es su perfecto correlato? De la guerra surgen todos los incidentes y con ella se relacionan de manera directa todos los episodios. En tercer lugar, los caracteres, que Aristóteles coloca en un segundo puesto en su descripción de las varias partes de la tragedia y que considera incluidos en la acción; no me siento capaz de decidir si se debe admirar más a Homero por la exactitud de su criterio en las más sutiles distinciones o por la amplitud de su imaginación en la variedad de los caracteres que describe. En cuanto a lo primero, ¡qué acertadamente diferencia el sereno resentimiento del injuriado Aquiles de la acalorada y violenta pasión de Agamenón! ¡Cuánto difiere la brutal valentía de Ajax del valor afable de Diomedes; y la prudencia de Néstor, que es resultado de largas reflexiones y acumulada experiencia, de la astucia de Ulises, efecto tan sólo de su habilidad y agudeza! Si consideramos la variedad de los caracteres, podemos exclamar con Aristóteles, en su capítulo veinticuatro, que no hay parte en este divino poema en que no se nos presente algún nuevo ejemplo. Yo me atrevería incluso a afirmar que apenas queda ninguno sin describir. Y esas mismas pasiones que retrata sabe despertarlas en sus lectores. Si hay que declararle superior en algo yo me inclino a creer que se lleva la palma en el patetismo. Los dos episodios en que presenta a Andrómaca, lamentándose en uno del peligro que corre Héctor y en el otro de su muerte, no los he podido leer nunca sin derramar abundantes lágrimas. Sus imágenes son tan extremadamente tiernas que estoy convencido de que el poeta tenía el mejor y el más noble de los corazones. Tampoco puedo por menos de señalar que Sófocles, al imitar el discurso disuasivo de Andrómaca, que él colocó en boca de Tecmessa, se queda corto si se le compara con la belleza del original. Y, sin embargo, Sófocles es el mayor genio que jamás haya escrito tragedias; y sus sucesores en este arte, es decir, Eurípides y Séneca el trágico, no se aproximaron a él. Sobre los sentimientos y la dicción no hace falta insistir: aquéllos son particularmente notables por la suprema perfección del decoro con que se expresan; Aristóteles, a quien sin duda habéis leído muchas veces, se extiende ampliamente sobre esto. Sólo mencionaré un aspecto más, que el gran crítico, en su división de la tragedia, llama Opsis, o escenario, y que corresponde tanto a la épica como al drama, con la diferencia de que en aquélla cae dentro del campo de la poesía y en éste en el de la pintura. Pero ¿imaginó jamás pintor alguno una escena como la que se describe en los cantos decimotercero y decimocuarto de la Ilíada, donde el lector ve en una panorámica la perspectiva de Troya con el ejército extendido delante de ella; las tropas griegas, su campamento y la flota; Júpiter en el monte Ida, con la cabeza envuelta en una nube y un rayo en la mano, mirando hacia Tracia; Neptuno que avanza atravesando el mar, dividido para permitir su paso, para sentarse en el monte Samos; y cómo los cielos se abren y aparecen todos los dioses en sus tronos? ¿Cabe algo más sublime? ¡Esto es poesía!». Adams terminó recitando un centenar de versos en griego”.

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