
En su curso sobre Borges en la Televisión Pública de Argentina, después llevado a libro, Piglia se refería a “cómo imaginamos que estamos en la sociedad, quiénes somos. Apareció Verón y de ideología pasamos a discurso y después apareció Fukuyama y de discurso pasamos a relato”. ¿Qué otro pasó -de alcance revolucionario- está dando ahora, ya no un círculo de especialistas, sino la entera humanidad?
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Gorgias, defendiendo la retórica, la definía como aquel arte que se refiere a los discursos. Sócrates, cuestionándola, primero por definirla como un arte (que remite al saber sobre la naturaleza de las cosas) siendo, para él, una rutina, una práctica (“no acierta a dar razón de nada), sostiene que se refiere a la adulación.
No retruca los argumentos de Gorgias en el punto en que la ensalza por su “poder de persuadir” siendo entonces “la obrera de la persuasión” con su “arte de hablar y de ganarte la voluntad de la multitud”, si no que la valora, rechazándola, de manera diferente. Con aquello, es una parte de la política, otra vez, no lo rechaza Sócrates, lo valora de modo diferente: “Es un remedo de la política”, y, no es bella sino fea, “porque llamo feo a todo lo que es malo”.
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Estos turbios días de la asunción de Trump en Estados Unidos, siguen mostrando cambios profundos en nuestras sociedades. Los grandes actores tecnológicos -todos los dueños de las grandes empresas dueñas de la internet y de la IA- se han sumado a la ola trumpista. Mark Zuckerberg, el dueño de Meta, tras años de disculparse por la desinformación que circulaba en Facebook, anunció la eliminación de la verificación de contenidos. Se ampliarán los males de las fake news, de la desinformación. De, quedémonos con la discusión entre Gorgias y Sócrates, este nuevo remedo de la política, no ya la retórica, sino la cesión del entero lenguaje.
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En la evolución de la IA, el gran salto técnico fue la creación del Large Language Models (LLM), los Grandes Modelos de Lenguaje. Se creó un tipo de red neuronal, las redes neuronales recurrentes (RNN), después se desarrollaron, hacia el 2017, los transformers, algoritmos capaces de valorar las palabras y su secuencia, y el gran paso final, la unión de ambos desarrollos: “¿Qué pasaría si hiciéramos una red neuronal Generativa, Preentrenada y basada en Transformers? Basta unir las iniciales para ver que el experimento fue exitoso, así nace GPT”, estas redes neuronales basadas en transformes son los LLM, otorgándole a la IA la capacidad “increíblemente efectiva para entender qué palabra va con cuál y, al captar de manera tan profunda la relación entre las palabras, adquirió un conocimiento equivalente a entender la gramática del lenguaje: tanto la morfología (qué clase de palabras hay) como la sintaxis (cómo se estructuran y se ordenan)”, nos dicen Mario Sigman y Santiago Bilinkis en su Artificial. La nueva inteligencia y el contorno de lo humano, y agregan: “con este hallazgo, se completaba la última pieza que faltaba para el boom actual de la IA”.
Claro que excede el desarrollo meramente técnico. En su La gran transformación, Karl Polanyi destacaba en su análisis del paso del liberalismo al fascismo, habiendo escrito ese libro en la encrucijada histórica de los años cuarenta del siglo XX, que “la transformación supone en los miembros de la sociedad una mutación radical de sus motivaciones: el móvil de la ganancia debe sustituir al de la subsistencia”, agregando que “en relación a la economía anterior, la transformación que condujo a este sistema es tan total que se parece más a la metamorfosis del gusano de seda en mariposa que a una modificación que podría expresarse en términos de crecimiento y de evolución continua”.
Pareciera que estamos en una encrucijada histórica de un tipo parecido, no ya este salto técnico en la IA, sino, ya lo mencionamos y ahora completamos: con la discusión entre Gorgias y Sócrates, y el ejemplo de Zuckerberg y la asunción de Trump se da el marco para este nuevo remedo de la política, ayer la Retórica hoy la IA a la que hicimos una cesión del lenguaje, con Polanyi, una mutación radical en las motivaciones.
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Podemos retomar la distinción entre tres enfoques del lenguaje de Walter Benjamin en su Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los humanos. Partamos por este último término -hoy, con la IA dueña también del lenguaje, distinguir un “lenguaje de los humanos” tiene más vigencia que nunca. Si toda expresión de la vida espiritual del hombre tiene su propio lenguaje -decimos, retóricamente, que hay un lenguaje de la música, un lenguaje de la pintura, un lenguaje de la técnica, un lenguaje de la justicia…, entonces, “en una palabra, cada comunicación de contenidos espirituales es lenguaje, y la comunicación, por medio de la palabra es sólo un caso particular del lenguaje humano”.
Tres enfoques distintos sobre el lenguaje recordemos. Está el enfoque burgués del lenguaje que “dice: la palabra es el medio de la comunicación, su objeto es la cosa, su destinatario, el hombre”, en el que “la palabra está sólo coincidentalmente relacionada con la cosa, que es signo, de alguna manera convenido, de las cosas o de su conocimiento”. Está la teoría mística del lenguaje, para el que “la palabra es la entidad misma de la cosa. Ello es incorrecto porque la cosa no contiene en sí a la palabra”. Está, finalmente, el enfoque metafísico del lenguaje, que él sostiene, para el que “la naturaleza lingüística de los hombres radica en su nombrar las cosas”, que “no sabe de medio, objeto o depositario de la comunicación. Enuncia que en el nombre, la entidad espiritual de los hombres comunica a Dios a sí misma”, que “en el nombre está la naturaleza espiritual que se comunica … el lenguaje es la entidad espiritual por excelencia del hombre”.
¿O lo era en, como la venimos llamando, esta era de la modernidad reproductiva, esta era de la reproductividad digital?
Porque, acaso -y a nivel individual-, con la creciente vinculación a través de la palabra, de auténticos diálogos, de las personas con la IA -siendo su amigo, pareja, consultor financiero, psicólogo-, el lenguaje estaría perdiendo su cualidad de “entidad espiritual por excelencia del hombre” para entronizarse -ya no un enfoque, sino una experiencia- de medio de comunicación, con un objeto y un destinatario, que ya no es otro ser humano, sino, un agente, la IA.
Esta experiencia a nivel individual, podría conducir a la preocupación de Walter Benjamin: “el hombre, con el pecado original, abandona la inmediatez de la comunicación de lo concreto, a saber, el nombre, para caer en el abismo de la mediatez de toda comunicación, la palabra como medio, la palabra vana, el abismo de la charlatanería”.
Y esto nos conduce a otro nivel, no ya el de la experiencia individual, sino el de la experiencia colectiva, de lo social enteramente.
Es que la decisión de Mark Zuckerberg no es meramente una decisión acomodaticia ante el renovado poder de Trump y la época que amenazantemente podría abrirse. El uso de las redes sociales para la intervención en la vida política y social va de escándalo en escándalo. Estuvo el caso de la interferencia rusa y Cambridge Analytica en las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016, el de Elon Musk y la red X en las elecciones europeas, el de Facebook en Myanmar en 2016-2017 para alimentar el odio inter-étnico como relata en su Nexus Harari para mostrar el poder de los algoritmos y destacar el poder del relato, la capacidad de la información, exacerbada en esta época, para crear nuevas realidades. No, no es un nuevo hecho noticioso lo de Zuckerberg. Es la entronización de las redes sociales y los algoritmos, con la IA en la cúspide de los desarrollos tecnológicos devenida en un nuevo agente en desarrollo que puebla la tierra, con la capacidad de crear nuevas realidades, un remedo de la política, que viene a sustituir la Retórica,
Amenaza que, en este nivel de lo social, no solo es esta serie de hechos, y tantos más, realmente existentes, sino que hace a algo de la constitución de esta época. Borges, en El hacedor, describía a aquella persona que
“… había escuchado complicadas historias,
que recibió como recibía la realidad,
Sin indagar si eran verdaderas o falsas”.
Las fake news, la desinformación, no son un mero hecho circunstancial. Es que, ahora, podríamos estar estableciendo un diálogo que podría no ser tal, con los LLM, con la IA como agente capaz de conversar con nosotros. Si, decíamos aquí, lo que vamos a leer es el resultado que nos arroje la instrucción que le dimos, lo que vamos a conversar podría ser lo que ya queremos escuchar que nos dicen… los algoritmos de un agente al que le creemos, “lo dice Google”, “lo dice la IA”.
Además ya sabemos por Maarten Buyl y otros en su estudio Large Language Models Reflect the Ideology of their Creators, que, como lo dice su título, las IA tienen ideología, la de sus creadores por el momento al menos. Y esto es un caso particular de este problema más general.
Porque, en este poderoso remedo de la política, inquietante sucesora de la Retórica, en, acaso, una nueva era del lenguaje, el lenguaje digital, puede acompañar la ruta de la historia humana enriqueciéndola, o puede empobrecerla.
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Tal vez para aplacar la inquietud que podría sentir cualquier escritor sobre el poder de la literatura, Robert Louis Stevenson, remarcaba sus límites, refiriéndose a los personajes de ficción como que “estas marionetas verbales son seres de parentesco dividido: el soplo de vida puede proceder de su creador, pero ellos no son en sí más que un montón de cuerdas hechas con palabras y trozos de libros; viven en la literatura y pertenecen a ella; las convenciones, los artificios técnicos, el deleite de la técnica, las necesidades mecánicas del arte, todo eso constituye la carne y el hueso, la materia de que está hechas”.
Palabras. Una sarta de palabras es la materia de que están hechos los personajes de ficción. Pero también el ser humano es de “parentesco dividido”, se agita siempre el soplo de vida de su cuerpo -salud y enfermedad, alegría y sufrimiento, dolor y placer, vida y muerte-, y pertenece también a una segunda naturaleza, la específicamente humana, en la que el lenguaje es, con la acción, constitutiva de ella.
Haber hecho ya la cesión del lenguaje, entroniza este otro agente que está llegando a poblar la tierra. En su La condición humana, Hannah Arendt advertía algo que parecía lejano y ya ha llegado. “En todo caso, sin el acompañamiento del discurso, la acción no sólo perdería su carácter revelador, sino también su sujeto, como si dijéramos; si en lugar de hombres de acción hubiera robots se lograría algo que, hablando humanamente por la palabra y, aunque su acto pueda captarse en su cruda apariencia física sin acompañamiento verbal, sólo se hace pertinente a través de la palabra hablada en la que se identifica como actor, anunciando lo que hace, lo que ha hecho y lo que intenta hacer”. Aquel “si”, ya ha perdido razón de ser: robots, un agente, la IA, capaz de hacer pertinentes sus actos a través de la palabra.
Pertinentes hasta grados impensados. En su El psicoanálisis, Freud se remontaba al origen de esta nueva disciplina y que, más allá de sus desarrollos, no lo perdería: de la “talking cure” del doctor Breuer, pasando por Charcot hasta llegar, en aquel momento, al propio Freud, pero hasta hoy, en esto, “se planteaba el problema de averiguar por boca del paciente algo que uno no sabía y que el enfermo mismo ignoraba”.
Porque, volvemos con Arendt, “existimos primordialmente como seres que actúan y hablan”. Y ya no sólo nosotros.
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Y lo decisivo es que el lenguaje es, quedémonos con un aspecto de Foucault en Las palabras y las cosas, la posibilidad de establecer un orden.
Ríe con inquietud ante El idioma analítico de John Wilkins de Borges, que nos habla de este ejercicio del caos, cuando recuerda “cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos. En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (1) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas”. ¿Por qué con inquietud? Porque “hay un desorden peor que el de lo incongruente y el acercamiento de lo que no se conviene; sería el desorden que hace centellear los fragmentos de un gran número de posibles órdenes en la dimensión, sin ley ni geometría, de lo heteróclito”.
Lo heteróclito, en el que “las cosas están ahí ‘acostadas’, ‘puestas’, ‘dispuestas’ en sitios a tal punto diferentes que es imposible encontrarles un lugar de acogimiento, definir más allá de unas y de otras un lugar común”. Y las heterotopías “minan secretamente el lenguaje”. Ya que “si todo fuera una diversidad absoluta, el pensamiento estaría destinado a la singularidad, y … estaría destinado a la dispersión absoluta y a la absoluta monotonía. No serían posibles ni la memoria ni la imaginación, ni, en consecuencia, la reflexión. Sería imposible comparar las cosas entre sí, de definir sus rasgos idénticos y de fundar un nombre común. No habría lenguaje. Si el lenguaje existe es porque, debajo de las identidades y las diferencias, está el fondo de las continuidades, de las semejanzas”.
Ahora, con la cesión del lenguaje a la IA, hay la posibilidad entonces de crear otro orden no emanado de la capacidad del lenguaje humano.
Si nos preocupábamos de aquel paso de la ideología al discurso al relato -categorías que daban cuenta de las capacidades que tenía la humanidad a través del lenguaje de crear determinados órdenes en la realidad- ¿qué nueva categoría será la que explique la capacidad que nuevos tipos de órdenes sociales, la de un lenguaje digital naciente?
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Conocimos a los Gutres en El evangelio según Marcos de Borges. “El hecho sucedió en la estancia Los Álamo, en el partido de Junín, hacia el sur, en los últimos días del mes de marzo de 1928. Su protagonista fue un estudiante de medicina, Baltasar Espinoza. Podemos definirlo por ahora como uno de los tantos muchachos porteños, sin otros rasgos dignos de nota que esa facultad oratoria que le había hecho merecer más de un premio en el colegio inglés de Ramos Mejía y que una casi ilimitada bondad”. La estancia estaba al cuidado de los Gutre, “el padre, el hijo, que era singularmente tosco, y una muchacha de incierta paternidad”.
Esa capacidad oratoria.
La estancia quedó aislada por una inundación. En ese aislamiento, comenzó a leerles la Biblia, el Evangelio según Marcos. Redobla el temporal, luego, amaina. “El día siguiente comenzó como los anteriores, salvo que el padre habló con Espinoza y le preguntó si Cristo se dejó matar para salvar a todos los hombres … Después del almuerzo, le pidieron que releyera los últimos capítulos … Los tres lo habían seguido. Hincados en el piso de piedra le pidieron la bendición. Después lo maldijeron, lo escupieron y lo empujaron hasta el fondo. La muchacha lloraba. Cuando abrieron la puerta, vio el firmamento. Un pájaro gritó; pensó: es un jilguero. El galpón estaba sin techo; habían arrancado las vigas para construir la Cruz”.
Acaso, “Google lo dijo”, “la IA lo dijo”, pudiéramos estar entrando al mundo de los Gutres, en esas conversaciones, y lecturas, que podrían no ser tales, en una era del lenguaje digital, con la posible capacidad de establecer nuevos órdenes sociales a manos de un agente dueño ahora de lo que hasta ayer era exclusivo dominio de la humanidad, el lenguaje. Porque, retomemos una vez más a Hannah Arendt, “los hombres … nunca han sido capaces ni lo serán de deshacer o controlar con seguridad cualquiera de los procesos que comenzaron a través de la acción”.
Porque, ¿que nos irá a decir esta nueva sarta de palabras que se expande por el mundo? En El fin, Borges recordaba que “hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos o lo entendemos pero es intraducible como una música”.
Confrontados con un agente, la IA, que es ya otra stevensionana “sarta de palabras”, agencialmente capaz de crear una ideología, un discurso, un relato de nosotros mismos, entonces debemos retomar la pregunta que nos estamos haciendo en estas Notas, en cuanto a que si lo que distinguía al ser humano de otras especies era, con la acción y el trabajo, el lenguaje, y ya no lo es más en esta era de la reproductibilidad digital, ¿dónde reside lo específicamente humano?, ¿hacia qué nuevo orden social nos podríamos dirigir? Deberemos seguir indagándolo.