ARTE Y LITERATURA. Jardines públicos en Hyeres, Raoul Dufy. Madame Hupert, Mademoiselle Rossi-Fini. Antonio Tabucchi

Un anuncio busca una secretaria: “Inteligencia, discreción, cultura. Francés indispensable”. Responde al anuncio Mademoiselle, así la presentarían, Rossi- Fini.

“Madame inició una conversación muy informal, en francés … Empezamos por la literatura … Y luego pasamos a la pintura … Pensé que había llegado el momento de las preguntas más concretas. Temía sobre todo que Madame me interrogase a propósito de mis capacidades dactilográficas, capacidades que juzgaba indispensables en cualquier secretaria … En cambio Madame no parecía tener la menor intención de hacerme preguntas ‘técnicas’, su mente parecía estar ocupadísima por la pintura y fue un alivio seguirle la corriente. Al principio hablamos de los amarillos de Bonnard, no recuerdo a raíz de qué, probablemente debido a la luz de aquel otoño y a la mancha dorada que se divisaba en la ladera de la montaña, al otro lado del lago. Luego yo jugué con astucia y aposté a los fauves. Sobre Matisse no se discutía, evidentemente, lo daba por descontado. Pero personalmente sentía más a Dufy, el Dufy de las marinas, de los geranios y de las palmeras de Cannes. Con Dufy -dije-, la alegría mediterránea canta sobre la tela. En la pared, junto a la escribanía, en la salita de la ‘Paleta del lago’, el propietario tenía un calendario con una reproducción de Dufy para cada mes. Había estado cara a cara durante treinta tardes consecutivas (treinta y una en julio y agosto) con cada reproducción, desde las cinco hasta las nueve: la ‘Paleta del lago’, en los meses estivales, no cerraba nunca. Digamos, para ser más exactos, que Dufy me salía por las orejas. Pero en la galería el panorama variaba entre las reproducciones de Dufy y los rostros idiotizados de las señoras que admiraban las mamarrachadas colgadas de la pared, y a las que por si fuera poco debían dedicar acogedoras sonrisas, en opinión del propietario: era lógico que prefiriese a Dufy. Me lo sabía de memoria.

Le pregunté a Madame que opinaba de Bal a Antibes (era la reproducción de junio), con aquellas pinceladas de azul y de blanco de los marineros en primer plano, entre aquel torbellino de colores. ¿Y la magia azulada de La mer (julio), con aquellas risas (dije exactamente eso) de las velas? ¿Y la armonía de los paisajes de Plage de Sainte- Adresse, la de 1921, creía recordar (agosto), no le hacía pensar en una pequeña sinfonía? Madame estuvo de acuerdo. De todas formas, dije perentoria, consideraba insuperable Jardins publiques a Hyeres (septiembre). Me parecía definitivo. Para mí Dufy después de aquel cuadro ya no existía. (Y era la pura verdad)”.

Nada sabía Fini- Rossi más allá del almanaque; ni conocía el Paris de los fauves como había dicho. Pero, tampoco, parecía que Madame buscara una secretaria que supiera de dactilografía, “no podía decir que tenía exactamente necesidad de una secretaria, digamos más bien de una compañía”.

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